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lunes, 16 de mayo de 2022

Una reflexión acerca del Día del Trabajo


Federico Hernández


Después de dos años de no realizarse, debido a la pandemia, en distintas entidades de la república se celebró con desfiles el Día del Trabajo. En la Ciudad de México los contingentes de trabajadores salieron del Monumento a la Revolución, la Torre Latinoamericana y el Hemiciclo a Juárez para luego dirigirse a la Plancha de la Constitución donde se realizó el acto central. Los grandes ausentes fueron los contingentes del Congreso del Trabajo encabezados por la CTM, CROM y la CROC, aduciendo razones de contagio del Covid-19. Pero aun así hubo sindicatos de todos colores, sabores y tamaños, unos con el mote de charros u oficialistas y otros que se dicen “independientes”, pero, finalmente, la inmensa mayoría de ellos (que no todos) no son más que camisas de fuerzas para la verdadera lucha de los trabajadores; son sindicatos de carácter patronal y no sindicatos genuinos de los trabajadores.  

La realidad es que desde que se oficializaron estos desfiles conmemorativos del Día del Trabajo en México nunca tuvieron el sentido de lucha y combatividad con que sus promotores, sus padres “biológicos” por decirlo así, lo impulsaron allá en 1889 en París, Francia, en el Congreso de la Segunda Internacional Socialista, la cual dirigió el gran Federico Engels. En lugar de ser una fecha en que todos los trabajadores salieran a las calles a manifestar su inconformidad contra los patrones y el régimen económico y social que los oprime, que los explota, el sistema capitalista, los desfiles (y el de este año no fue la excepción) han sido eventos acartonados, en donde los discursos pronunciados por los representantes sindicales se preparan en un cómodo escritorio y están calculados para decir lo de siempre: hacer un llamado al respeto a los derechos laborales. Mas parece el montaje de una obra teatral que un acto de protesta seria y con una finalidad clara.

En los hechos son eventos donde se manifiesta una subordinación y sumisión a la clase patronal. En lugar de cimbrar al gran capital y al Estado que lo representa, para que cambie su política agresiva y lesiva contra los trabajadores, se claudica; en lugar ser una fecha de combate en que se demande verdadera libertad sindical, empleo para todos los mexicanos en edad de trabajar, mejores salarios, alto al robo de prestaciones como las utilidades, etc., es un acto donde el trabajador va obligado a cumplir para no ser sancionado por su sindicato. El Día del Trabajo debe ser una gran manifestación en que la clase obrera levante su voz y despierte la conciencia política de la clase trabajadora para cambiar el modelo económico que favorece al capital y no a la clase productora.

Los trabajadores no tienen nada que agradecerle al actual gobierno de la 4T, pues en estos tres años se han empeorado las condiciones de vida de los trabajadores. Solo unos botones de muestra: 33 millones de trabajadores no reciben un salario suficiente para adquirir la canasta básica, es decir, que están en la llamada pobreza laboral; 34.5 millones de trabajadores no están afiliados al IMSS y, en consecuencia, carecen de toda seguridad social; 31.6 millones de personas se encuentran en la llamada informalidad; el 13% de los trabajadores ganan el salario mínimo lo que refleja una alta cuota de explotación de este grupo de trabajadores. Así está, a grandes rasgos, la situación de la clase trabajadora en México.

Citaré lo que Federico Engels dice al final de su prefacio del Manifiesto Comunista en 1890, porque expresa con claridad el sentido revolucionario de la celebración del Día del Trabajo, sentido que se ha desvirtuado y prostituido tanto cuando la CTM de Fidel Velázquez era todo poderosa, como ahora con el nuevo sindicalismo patronal morenista. Veamos que dice quien fuera, después de Carlos Marx, el gran maestro de la clase obrera mundial:

 “¡Proletarios de todos los países, uníos! Solo pocas voces nos respondieron cuando lanzamos estas palabras por el mundo, ya hace cuarenta y dos años, en vísperas de la primera revolución parisense, en la que el proletariado actuó planteando sus propias reivindicaciones. Pero, el 28 de septiembre de 1864, los proletarios de la mayoría de los países de Europa occidental se unieron formando la Asociación Internacional de los trabajadores, de gloriosa memoria. Bien es cierto que la internacional vivió tan sólo nueve años, pero la unión eterna que estableció entre los proletarios de todos los países vive todavía y subsiste más fuerte que nunca, y no hay mejor prueba de ello que la jornada de hoy. Pues hoy, en el momento que escribo estas líneas, el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas movilizadas por primera vez en un solo ejército, bajo una sola bandera y para un solo objetivo inmediato: fijación legal de la jornada de trabajo de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra y de nuevo, en 1889, en el Congreso de París. El espectáculo de hoy demostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países que, en efecto, los proletarios de todos los países están unidos. ¡Oh, si Marx viviera estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos!”

Larga la cita, pero infunde un espíritu de lucha enorme; además escrita con la elegancia y belleza con que escribía el gran teórico del proletariado mundial. La clase trabajadora, productora de toda la riqueza social, de todos los bienes materiales sin los cuales no podría existir la sociedad contemporánea, debe despertar y mostrar su fuerza para cambiar sus condiciones miserables de vida dentro de este modelo neoliberal del cual la 4T, aunque lo niegue, es su más fiel representante, pues en tres años la situación de la clase trabajadora ha empeorado mientras los dueños del dinero siguen acumulando enormes riquezas. Una tarea difícil pero la clase obrera, como un titán dormido, despertará y la llevará a cabo.