Ricardo Torres
A más de cuatro meses de que el Gobierno ruso reconociera la independencia de las repúblicas populares de Donestk y Lugansk, en la región ucraniana del Donbás, y de establecer con estas un pacto de asistencia militar para iniciar así una operación especial con el objetivo inmediato de proteger a la población rusa que vive en dicha región y, a mediano plazo, desnazificar al criminal gobierno ucraniano dirigido ahora por el comediante Volodímir Zelensky, los resultados de dicha operación comienzan a favorecen al Gobierno encabezado por Vladimir Putin: el 90% del territorio de las repúblicas populares de Donestk y Lugansk, que declararon su independencia en 2014 tras el golpe de Estado neonazi, se encuentran bajo control de las autoridades locales y el ejército ruso. Duró ocho años el baño de sangre que sufrió la población del Donbás a manos del ejército ucraniano que asesinó a más de 14 mil civiles.
Además, la operación militar rusa ha logrado contener el cerco militar que el Gobierno de Estados Unidos, a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o Alianza Atlántica, pretendía completar en las fronteras del territorio ruso con el objetivo de desestabilizar, atacar y desmembrar a la Federación Rusa como en 1999 lo hizo con Yugoslavia. De manera que el gobierno ruso, como lo ha declarado sin descanso, solo está defendiendo a su población y su soberanía.
A pesar de que Estados Unidos y los países europeos a su servicio intenten engañar a la opinión pública internacional al mostrar el conflicto como si solo se tratara de una injusta guerra de agresión del gobierno ruso sobre Ucrania para apoderarse de su territorio y recursos naturales, lo cierto es que, en el fondo, lo que se dirime en territorio ucraniano es el nuevo orden mundial: por un lado, Estados Unidos decidido a seguir imponiendo un mundo unipolar al servicio de las clases dominantes manteniendo su hegemonía económica, política y militar; y, por otro lado, Rusia quien al defender su territorio y población también está defendiendo la existencia de un mundo multipolar donde prevalezca el respeto al desarrollo económico y la soberanía de las naciones.
En este contexto, el pasado 29 y 30 de junio se celebró en España la Cumbre de la OTAN que reunió a los representantes de los 30 países que la conforman, donde establecieron la nueva estrategia de la Alianza Atlántica para los próximo 10 años, en la que Rusia se convierte en “la amenaza más significativa y directa para la seguridad de los aliados” mientras China aparece ya como un “desafío”. Acordaron aumentar siete veces sus tropas disponibles pasando de 40 mil a 300 mil soldados para fortalecer su ejército terrestre en Europa, así como como un significativo incremento en el número de tanques, aviones y armamento; finalmente ratificaron su apoyo militar y económico al gobierno nazi de Zelensky. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, declaró que la creación de esta enorme fuerza de combate fue una respuesta a la “nueva era de competencia estratégica” contra Rusia y China.
La Cumbre de la OTAN mostró que Estados Unidos no está preocupado por el bienestar de los ucranianos ni por establecer la paz en la región y el mundo, sino por activar su maquinaria de guerra y preservar su hegemonía mundial.
Las declaraciones del secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, son significativas: “Ahora, China es una potencia mundial con un alcance, una influencia y una ambición extraordinarios. Es la segunda economía más grande […] busca dominar las tecnologías e industrias del futuro. Ha modernizado rápidamente su ejército y tiene la intención de convertirse en una fuerza de combate de primer nivel con alcance global. Y ha anunciado su ambición de crear una esfera de influencia en el Indo-Pacífico y convertirse en la principal potencia mundial […] China es el único país que tiene la intención de reformar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”.
La OTAN nació en 1949, cuatro años después de que la URSS derrotara al ejército de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, con el propósito de conformar una fuerza militar multinacional que sumara a los principales ejércitos de Europa y Estados Unidos bajo la dirección de los norteamericanos para enfrentar la “amenaza comunista” en caso de una futura conflagración atómica mundial. Pero el derrumbe del socialismo demostró que la creación de la Alianza Atlántica obedecía a los aviesos intereses del imperialismo estadounidense de imponer su dominio absoluto sobre el planeta.
Recordemos que a partir de 1991, tras la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el bloque de países socialistas de Europa del este, la OTAN pasó de 16 a 30 países integrantes, sumando a la República Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia, Bulgaria, Albania y Rumanía (antiguos miembros del extinto Pacto de Varsovia); Estonia, Letonia, Lituania (repúblicas bálticas que pertenecieron a la URSS); y Eslovenia, Croacia, Montenegro y Macedonia del Norte (exintegrantes de la República Federativa Socialista de Yugoslavia) países en cuyos territorios Estados Unidos acrecienta y capacita ahora a sus ejércitos, envía tropas y armamento, además de sembrar bases militares donde concentra misiles nucleares dirigidos contra Moscú. Hoy se preparan Suecia y Finlandia para su integración a la OTAN para seguir cercando al territorio ruso.
El artículo 5° del tratado de la OTAN dice: "Las Partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas y en consecuencia acuerdan que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva reconocido por el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, ayudará a la Parte o Partes atacadas adoptando seguidamente, de forma individual y de acuerdo con las otras Partes, las medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada, para restablecer la seguridad en la zona del Atlántico Norte…” De esta manera, el imperialismo norteamericano puede entonces decidir a su antojo contra qué país desatará su fuerza militar. Eso explica la urgencia de incorporar a Ucrania a la OTAN, provocar a Putin y justificar la intervención armada de la OTAN contra Rusia, como ocurrió contra Yugoslavia (1999), Afganistán (2001), Irak (2003), Libia (2011) y Siria (2018).
La guerra en Ucrania, que no es otra cosa que la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, es un conflicto militar promovido desde hace años por el imperialismo norteamericano que busca seguir imponiendo su hegemonía económica, política y militar sobre el planeta. Y, como lo anuncia la Cumbre de la OTAN no pasará mucho tiempo para que su confrontación contra Rusia se extienda inevitablemente contra el desafío que representa China: su verdadero competidor económico y político, “el único país que tiene la intención de reformar el orden internacional y, cada vez más, (posee) el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”.
Es por ello que el desarrollo y desenlace de la guerra en Ucrania habrán de definir el nuevo orden mundial: ¿seguirá imponiéndose la hegemonía norteamericana utilizando su maquinaria de guerra o el mundo transitará hacia la multipolaridad encabezada por China y Rusia?