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domingo, 10 de abril de 2022

Diego Rivera y su obra “El hombre controlador del universo”

Ulises Bracho

       El gran acontecimiento económico, político y social del siglo XX en México fue la Revolución Mexicana, movimiento cuyas reivindicaciones populares quedaron plasmadas en la Constitución de 1917: los derechos laborales, la educación gratuita, la salud pública, etc., mismas que fueron dando paso a una sociedad con mayor desarrollo, dejando el atraso económico y social que el pueblo de México sufrió durante los siglos del coloniaje español. Las justificadas causas que enarbolaron los campesinos y obreros en las luchas sociales durante la insurrección armada impregnaron todos los ámbitos de la vida social y, consecuentemente, lograron expresarse en el arte de aquel entonces: el muralismo, por ejemplo, le dio notoriedad, vigor y forma a la creación plástica de la época revolucionaria. Diego Rivera fue uno sus principales exponentes.

             El propósito del muralismo en 1910 fue inculcarle al pueblo mexicano consciencia de la historia del país por medio del uso de paredes internas y externas de los edificios públicos como lienzos para transmitir las ideas y el mensaje de las reivindicaciones sociales. Pero su madurez de esta expresión artística fue adquirida después de concluida la Revolución, en 1917, cuando el grupo de muralistas publicaron un Manifiesto Sindical que contenía las propuestas pragmáticas de su movimiento artístico, una ruptura contra la tradición europea y sus modas, traducidas en vanguardias. 

La vasta producción del muralismo nacional es un mosaico de cantos de libertad y humanización, la oposición al desgarrado espíritu capitalista; monumentales homenajes a la lucha popular; la agricultura y la ciencia unidas para el beneficio de la humanidad; y la alianza del proletariado, campesino, docente, estudiante y ama de casa para abrazar los ideales de la justicia social  contra el despotismo, el fascismo y el irracionalismo, opresores del mundo.

            Sin embargo, este arte pictórico suscrito en una tendencia política no tardaría en ser víctima de la censura por parte de las élites financieras. Fue Diego Rivera quien vivió esa amarga experiencia. En una época donde el mundo se encontraba polarizado y en crisis, la familia más adinerada y dueña del petróleo mundial, erigía el edificio Rockefeller Center siendo el más destacado de 1933 en el corazón de Manhattan, Nueva York, Estados Unidos. 

                Después de ir adquiriendo a su paso una fama indiscutible, Rivera recibió distintas invitaciones para pintar en el país de los gringos, tanto en San Francisco como en Detroit Institute of Arts. Fue Nelson Rockefeller, miembro de la tercera generación de los Rockefeller, quien solicitó a Rivera  pintar un mural en el edificio Rockefeller Center, en Nueva York. Según Jorge Cordero, académico mexicano, la propuesta de Diego Rivera fue pintar al hombre en una encrucijada, con incertidumbre, pero con esperanza y alta visión para elegir el destino de su clase social por un camino que lo conduzca a un nuevo y mejor futuro, bajo el título de “El hombre en la encrucijada”.

           El boceto fue aceptado por el adinerado magnate dado que la visión que el muralista propuso no representaba una amenaza. No obstante, el resultado fue una verdadera bomba política e ideológica: ¿cómo se le podía consentir a un gran admirador de las luchas sociales, a un artista consecuente con sus ideales por la conquista de un mundo más justo, que realizara una de sus principales obras en el edificio central de los explotadores del petróleo? Diego Rivera retrató la complejidad en que se hallaba la humanidad en ese momento, lo cual provocó tanto escozor al grado de que los Rockefeller destruyeron la obra. 

Algunos apuntan que la polémica se debió a que de último momento en el mural se anexó la imagen del líder de la revolución rusa, Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, quien, en 1917, condujo a su pueblo a conquistar el poder político de aquella nación. Pero más allá de eso, como dijo la periodista Déborah Holtz, el acontecimiento se puede entender como la síntesis de "la confrontación ideológica de los dos grandes poderes -Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas-, que en aquel momento se encontraron presentados en esta batalla pictórica". 

El mensaje en el mural es contundente. La pintura se divide en dos partes, aunque en el centro sobresale la imagen de un obrero, como enfatizó Eduardo Subirats en el libro “Muralismo Mexicano”, con una mirada vacía y en suspenso, mientras en su boca descubre un gesto rudo y frío. El cuadro es simétrico en cada una de sus comparaciones. En el lado izquierdo está representada la sociedad capitalista: en el extremo superior está el ejército emblemático de la Primera Guerra Mundial, con caretas antigás; además, sobresale la estatua de Zeus sin manos, de su cuello cuelga un crucifico como alegoría a la religión cristiana. En la parte inferior encontramos al padre de la teoría de la evolución, Charles Darwin que muestra el reemplazo de la superstición y el oscurantismo medieval por el dominio científico de la naturaleza, símbolo de la permanente lucha entre la ciencia y la religión en el emergente mundo capitalista. Frente a Darwin están unas personas sentadas mirando a través de una lupa dirigiendo la mirada a cuatros personajes sentados alrededor de una mesa dentro de una cantina –uno de ellos es un Rockefeller-. Esa representación puede entenderse como la aspiración burguesa que promueve la sociedad del ocio y el  consumo. Y en el fondo, además, se observan policías reprimiendo una manifestación obrera. Para rematar el escenario crudo y real de la sociedad capitalista, Rivera agrega dos figuras elípticas que muestran el microcosmo -a través de células muertas, para representar la descomposición social- y el macrocosmo -mediante la imagen del universo como metáfora de la carrera espacial en la sociedad capitalista moderna.

             El lado derecho de la pintura representa, en gran medida, los avances y logros de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En el extremo derecho del mural, aparece una escultura tradicional de un César sosteniendo un objeto con una esvástica. La pieza ha sido decapitada y la cabeza sirve de asiento para que algunos trabajadores observen frente a ellos como desfilan los obreros que asisten a la jornada de lucha del 1° de Mayo, símbolo del poder absoluto de las clases dominantes del pasado que ha sido derrocado por el poder de la clase obrera. En ese extremo superior, está retratado el ejército rojo de la URSS, que sirvió para liberar a muchos países oprimidos por los nazis y fascistas. Además, en la marcha proletaria están matizados los principales teóricos del socialismo: Karl Marx, Friedrich Engels, León Trotsky y Bertram D. Wolfe, fundador del Partido Comunista de Estados Unidos. Al igual que el lado izquierdo del mural, hay una lupa que enfoca la participación de la mujer en los juegos olímpicos y, frente a ellas, está Lenin, rodeado de trabajadores uniendo sus manos. Siguiendo con el contraste, Rivera agregó los trazos elípticos que representan el microcosmos, representado por células sanas, que simboliza la prosperidad de una sociedad organizada; y la otra elipse, que representa las galaxias, el universo, insignia del desarrollo tecnológico que estaba adquiriendo la Unión Soviética.

             Este mural que fue destruido por los Rockefeller, en 1934, Diego Rivera lo reelaboró en una de las salas principales del Palacio de Bellas Artes, titulándola “El hombre controlador del universo”. Este episodio de la historia del muralismo nacional muestra que los dueños de las fábricas, de los medios de producción, no permiten la organización de la clase obrera ni en pintura. Porque todo buen inversionista en lo que menos piensa es en los derechos laborales de los trabajadores.

Diego Rivera plasmó de manera brillante el desarrollo industrial que la humanidad había logrado hasta entonces, a través de dos enfoques totalmente contrapuestos. Planteó, en éste y muchos otros murales, la posibilidad de una sociedad justa, equitativa y libre de las ambiciones de unos cuantos hombres que conducen a la humanidad a las guerras y a la pobreza. Es por ello que la clase obrera organizada y consciente de su papel en la sociedad capitalista, es quien podrá tomar en sus manos el control del mundo para construir un nuevo modelo económico que nos conduzca hacia una sociedad más equitativa, solidaria y humana. 


lunes, 21 de marzo de 2022

Sometimiento ideológico sobre la clase trabajadora

 

 

Federico Hernández

Es importante que los obreros, y en general los trabajadores asalariados, tengamos una clara consciencia del importante papel que jugamos dentro de la sociedad, así como de las causas que explican la situación de pobreza en que vivimos a pesar ser los productores de la riqueza social.

La clase dominante, dueña del dinero y del poder político, impone a la sociedad un conjunto de ideas económicas, políticas, filosóficas y religiosas que son propias de su concepción ideológica, a fin de mantener el control sobre las mentes de millones de trabajadores para hacernos creer que vivimos en la mejor de las sociedades posibles, donde existe la “libertad” y la “democracia” y donde el individuo puede progresar. Confirmándose así que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante.

La explicación religiosa, por ejemplo, nos dice que la pobreza es un designio de Dios ante el “pecado original” y el resto de los pecados del hombre, y que la gente humilde debe ver la pobreza como una prueba dolorosa, sí, pero vivificadora, para acceder a reino de los cielos; nos revela que “es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico al cielo”. Otra explicación, en el terreno económico, ofrecida por los ricos y sus ideólogos, es aquella que dice que la pobreza se debe a que los pobres somos flojos, poco laboriosos, sin iniciativa y faltos de inteligencia; en contra parte, el rico, es todo lo opuesto y por eso se explica su riqueza.

Pero la cosa no para ahí y las ideas anticientíficas que sojuzgan la mente del individuo se siguen elaborando o son una versión renovada y endulzada de las anteriores, adecuadas a las nuevas condiciones históricas y sociales.

Expongamos brevemente como se explica la desigualdad social y cuáles son sus causas; en otras palabras, digamos por qué hay millones de individuos en la sociedad que a pesar de su laboriosidad e inteligencia son pobres, y por qué un puñado de hombres son inmensamente ricos a pesar de que viven en la holgazanería sin meter las manos en los procesos de trabajo.

Iniciemos recordando que la clase trabajadora es la que crea con sus manos toda la riqueza social.  Echemos una mirada a nuestro alrededor y veamos que todo, prácticamente todo, sale de las manos del trabajador: la ropa que usamos, el alimento que hay en nuestras mesas, los edificios, los aviones, los vehículos, los teléfonos y así podemos dar una lista infinita de bienes o valores de uso que constituyen la riqueza social, y que, repetimos, son producidos por  las manos del trabajador, a través

del desgaste de su fuerza de trabajo.

Ahora bien, la fuerza de trabajo es una mercancía que posee el obrero y que vende al capitalista a cambio de un salario. Por tanto, el salario no es más que el valor de la fuerza de trabajo expresado en dinero. Es decir, al recibir su salario, el obrero está recibiendo un valor equivalente al de su fuerza de trabajo, ya que con este equivalente en forma de dinero compra mercancías con las que repone su fuerza de trabajo: alimento, ropa, calzado, servicios, etc. y puede reproducirse como clase social.

   El dueño del capital, el empresario, compra maquinas, un local, materias primas y compra también una mercancía muy especial llamada fuerza de trabajo cuyo poseedor, como ya dijimos, es el obrero. Sin esta mercancía es imposible echar a andar el proceso productivo, sin ella la fábrica se quedaría paralizada.

Pero, además, la fuerza de trabajo es una mercancía muy especial ya que tiene una virtud que conoce bien el empresario, ¿cuál esa virtud?, la de ser capaz, si es bien empleada, de crear más valor del que ella misma encierra. Lo que quiere decir que en una parte de la jornada esa fuerza de trabajo, digamos, solo por ejemplificar, en las dos primeras horas de una jornada de 8 horas, el obrero crea un valor equivalente a su salario. El resto, 6 horas, es el trabajo excedente. ¿Quién se queda con ese valor creado durante esas 6 horas que no le son pagadas al obrero y que son el trabajo excedente de éste? El dueño de los medios de producción, el dueño de la fábrica, por tanto, es el empresario quien se apropia de este exente.

El obrero vive al día pues le retribuyen no el valor que se gesta con su fuerza de trabajo, no le pagan todo el valor que genera en toda su jornada de trabajo, sino solamente le pagan la parte de la jornada en la que repone el valor de su fuerza de trabajo (en las dos primeras horas, en nuestro ejemplo) para no morirse y poderse presentar al otro día a trabajar. Así se da la explotación del trabajador por parte del patrón.

Al quedarse el empresario con el valor excedente que crea la fuerza de trabajo del obrero (valor denominado plusvalor o plusvalía), se hace más y más rico, día a día; en cambio el obrero no mejora su situación y vive en pobreza. Carlos Marx, el más grande pensador de todos los tiempos, en su obra llamada El Capital expuso y fundamento  ampliamente este proceso de la explotación que sufre el obrero, mismo que tratamos, solo tratamos, de exponer en el presente artículo.

Todos los obreros deberían leer esta gran obra compuesta de tres tomos ya que en ella encontraremos la explicación científica de porque en el régimen económico y social en que vivimos existe la explotación del hombre por el hombre, y con ellos la desigualdad económica y social que priva en los países como México que tienen un régimen capitalista.

Lo dueños del dinero y su representante, el Estado, a través de todos los medios a su alcance, someten ideológicamente a la clase trabajadora para que no entienda el por qué vive en la pobreza, para que no comprenda las formas en que el patrón explota al trabajador, para que no luche con determinación en defensa de sus derechos e intereses, es decir, se apodera de su pensamiento e ideología proletaria. Los patrones y el Estado  están interesados en que creamos el cuento de que somos pobres por voluntad divina o por que los millones de trabajadores somos pobres porque somos holgazanes, faltos de creatividad y despilfarradores. Esto es falso de cabo a rabo, ya que el obrero labora largas y agotadoras jornadas de trabajo sin ver mejoría en su nivel de vida; mientras los dueños de los medios de producción, sin meter las manos, viven en la abundancia, el lujo, el despilfarro y la holgazanería.

Tomemos consciencia de esto para sacudirnos la ideología que nos imponen los patrones y con decisión nos unamos, nos  organicemos y luchemos por una sociedad más justa.

 


 

domingo, 23 de enero de 2022

La poesía como arma de sensibilización social

 

Ulises Bracho

En este siglo que vivimos aún se arrastra una crisis económica que se manifiesta en una creciente desigualdad social, es decir, cada día un puñado de familias acapara exorbitantes cantidades de riqueza mientras millones y millones de personas viven sumidas en las peores condiciones de existencia, pareciera que cada día el mundo se enferma de inhumanidad. Sin embargo, desde este seno social surge la esperanza de que un mundo más justo y equitativo es posible, uno más humano, con prosperidad y bienestar para todos.

En este contexto el artista, especialmente el poeta, hombre de este espacio y de este tiempo, puede adoptar una actitud frente al mundo de dos maneras distintas: conformarse con lo viejo o luchar por lo nuevo. En estas dos posiciones hay un mosaico de variantes, pero la actitud puede resumirse en que el poeta puede abrir los ojos ante el mundo social e interesarse y participar en el proceso de cambio que se desarrolla, denunciando, exhortando y orientando; o bien, asumir una actitud individualista de volcarse en sí mismo, dándole un mayor valor a su intimidad o a sus menguadas relaciones particulares con el mundo externo, poniendo más interés a su individual universo de sentimientos, reacciones e intereses, creyéndose independiente y único, o en el peor de los casos, desentendiéndose del espacio y el tiempo en el que vive.

El abordar la relación entre el arte y la política supone un problema difícil de definir, el planteamiento versa en la disyuntiva entre la poesía “pura”, libre de ideología política, o la poesía “social”, cargada de denuncia y compromiso con las causas sociales. Esto ha sido un inconveniente para muchos poetas ya que con frecuencia en la propia academia se ha denigrado lo político como poesía barata, propagandística y de poco rigor poético. No obstante, la realidad es que por más que el artista se resista a no asumir una posición política frente a su realidad concreta, su esfuerzo es inútil porque sucede, como el abogado y político Carlos Altamirano sostuvo, que “toda poesía es social en la medida en que sus instrumentos son sociales; en la medida en que supone prácticas que son sociales; en la medida en que el mundo moral e intelectual de cualquier texto poético remite a relaciones y experiencias sociales".

          En la poesía se sigue presentando este dilema entre los intelectuales, pero se sabe bien que en el siglo XVIII, por ejemplo, los artistas de la burguesía europea progresista fueron también quienes impulsaron las consignas revolucionarias contra el sistema feudal. Y ya en el siglo XX, a partir de las nuevas condiciones sociales, de nueva cuenta, basándose en la realidad social que se imponía, los artistas hicieron hincapié en la creación de una poesía social, más comprometida y contundente que en años atrás.

Los poetas conocidos como “La generación del 27” fueron la última vanguardia que surgió en el centro de los acontecimientos sociales en Europa, sin embargo, fue hasta 1936 cuando los letrados entraron con más determinación al campo de batalla de la lucha social, empezando por denunciar, por ejemplo, las atrocidades de Francisco Franco en España donde ya era imposible no tomar partido, esto  significaba abandonar su zona de confort, salirse del anonimato o de ser solo admiradores externos de la lucha civil que se había desatado. Por primera vez los poetas se abandonaron a sí mismos para respaldar las demandas colectivas, por fin, fue evidente su actitud de querer sumarse a la tarea de transformar el mundo. Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Miguel Hernández, León Felipe, entre otros poetas de talla mundial, se vieron en la necesidad de hacer suyas las causas de los obreros, campesinos y estudiantes ante la injusticia que les sobrevino por el asesinato de Federico García Lorca.  Fue pues un golpe poético lo que justificó, a fin de cuentas, esa difícil decisión que los llevó a compartir su talento y sus esfuerzos con la lucha política que el pueblo español estaba sufriendo.

No pocos críticos aceptan que esta fue la más alta experiencia poética que se haya alcanzado en el mundo de la literatura del siglo XX.  No obstante, el poeta Gabriel Celaya insiste que fue la Guerra Civil Española un hecho social que marcó profundamente a los poetas, tan distantes de aquellos que en otros tiempos asomaron su voz de manera tímida y esporádica para apartarse de la rosa sin mancharse las manos totalmente o siquiera ver los manchones de sangre en las calles. Y de éstos, solo han quedado sus insistencias en una poesía alejada completamente de los pesares de la clase obrera. Sumidos en los paisajes y sus delirios, defienden a ultranza la poesía pura y detestan los poemas que reflejan los problemas del pueblo trabajador. Hacen escarnio tachando la poesía social como propagandística y defensora de un sistema político y económico distinto al que se vive.

En nuestra experiencia mexicana, Octavio Paz es por antonomasia un referente de esa concepción pura de la poesía que lo llevó a alejarse de aquellos poetas que abrazaron desde sus inicios el compromiso social para darle corporeidad poética al sufrimiento humano como lo fue, por ejemplo, Efraín Huerta, poeta que le declaró su amor a la Ciudad de México describiendo la desigualdad social: a los albañiles, a los vagabundos, a los hombres de traje con corbata que hacen negocios con la pobreza, a los alcohólicos o las prostitutas.  

Han sido, pues, los importantes momentos de la poesía un reflejo de las profundas coyunturas políticas en el mundo. En Latinoamérica los hubo, tanto en las luchas de independencia como en las revoluciones, quizá las más relevantes para la poesía fueron la revolución cubana y la victoria de Salvador Allende en Chile, en 1970, donde las plumas más consecuentes no se desentendieron de los hechos históricos ocurridos en sus países. Pablo Neruda es el más destacado y aleccionador, quien marcó una estética poética trazada con las metas del Partido Comunista de Chile realizando la labor más difícil de todo poeta: simplificar el hermoso lenguaje de la poesía para que sea entendido por los mineros, amas de casa y trabajadores de la clase proletaria, sin dejar de ser una poesía honda. El poeta, sin embargo, no puede olvidar que la transformación de la realidad social es tarea de los pueblos, de los marginados, de los obreros y campesinos. En este sentido resulta inútil pretender convencer a la parte culta y refinada de la sociedad que aún defiende al régimen burgués de las bondades de la justicia social y de la revolución.

En la actualidad, no se han vuelto a presentar acontecimientos tan sangrientos como lo fueron las guerras mundiales, que marcaron un hito importante en la poesía. No obstante, el mundo vive en una permanente crisis económica que lastima ahora a millones de familias pobres en el planeta, incluso, hoy la vida es más compleja que en años atrás, pero el tema de la explotación, la desigualdad y la pobreza muy poco les ha interesado a los poetas, sin embargo, en algunos queda todavía el recuerdo vivo de sus vivencias pasadas. Raúl Zurita (1950), poeta chileno, aún escribe sobre su experiencia insuperable y trágica que le tocó vivir en la época de la dictadura de Augusto Pinochet.

           Quien enseñará a los poetas a sensibilizarse de las causas político-sociales del sufrimiento del pueblo trabajador, es el propio pueblo trabajador, los proletarios de la ciudad y del campo. A propósito, en una ocasión dijo Raúl Zurita que la poesía es la más alta creación humana y que su fundamento es la celebración de la vida, pero demasiadas veces se han tenido que relatar las terribles desgracias de la misma. En este sentido, la clase proletaria debe salvar a los poetas de su ensimismamiento a través de su lucha organizada contra las injusticias del sistema capitalista que ha deshumanizado y empobrecido nuestra vida, para que, en correspondencia, los poetas líricos utilicen la poesía como arma de sensibilización, denunciando el sufrimiento del hombre en la sociedad contemporánea a través de un sublime lenguaje convertido en un canto de justicia social.

sábado, 18 de diciembre de 2021

El Ambiente para los trabajadores mexicanos

 

Rufino Córdova Torres

El sentido que se le otorgue a la palabra ambiente, por parte de los trabajadores, revelará su visión del mundo y hará o no posible construir un mundo más justo para ellos y sus familias.

La palabra es la hembra del acto —alguien ha dicho alguna vez—, o sea, lo que se dice puede fructificar gracias a la actividad, a la realización de actos meditados para alcanzar una finalidad precisa. Pero la palabra ha de esclarecer cómo y hacia dónde actuar y, solo así, ayudará y procreará con el trabajo.

En cambio, como la vida muestra, existen otros vocablos cuyo significado ampliamente difundido los hace engañosos y estériles pues ocultan lo fundamental de la realidad y, por esto mismo, enredan nuestra acción. En estos casos, la intensidad y continuidad de los actos no logra que lleguemos a algo provechoso para los obreros del campo, la fábrica o la cultura.

Es el caso de la palabra ambiente —medio ambiente, como incorrectamente anotan en la prensa impresa o en Internet—. Ambiente, normalmente es definido y asociado con las plantas verdes y, en menor número de ocasiones, con los ecosistemas o la naturaleza del planeta Tierra y el universo.

Esto es así porque dicho vocablo surge en la biología y tramposamente quienes le dan este sentido no incorporan —por su visión ideológica o interés económico y político— el significado enriquecido que las ciencias sociales le han otorgado durante las últimas décadas de este siglo para dar mejor cuenta de la realidad que estamos sufriendo.

De modo que hablar del ambiente —según el sentido erróneo e interesado de las multinacionales y poderosos del México de hoy— lleva a entender que los seres humanos somos una especie depredadora de los ecosistemas o la naturaleza en la Tierra. Así, ricos y pobres, todos somos culpables por lo que debemos cuidar de las plantas y no contaminar así mismo contribuir con dinero, reciclar y apoyar al gobierno sin exigir nada.

Cuando uno revisa la historia de la humanidad y de nuestro país, se da cuenta del engaño y de la trampa a la que conduce tal sentido comúnmente admitido. Pero el abuso de la naturaleza no siempre ha ocurrido. En el pasado y hoy mismo, otros grupos y sociedades humanas presentan distintas relaciones con los ecosistemas.

Desde hace décadas, ya ha quedado demostrado por la investigación en ciencias sociales que la sociedad capitalista durante el Siglo XIX ha impulsado efectos negativos en el planeta Tierra mediante el proceso de industrialización pero entonces eran inesperados. En contraste, en el Siglo XX, fueron estudiados pero ignorados y disimulados durante décadas por las multinacionales y los bancos junto con muchos gobernantes pues todavía quieren ganar y acumular dinero.

En efecto, el incremento de la contaminación, temperatura atmosférica y desaparición de especies, junto con sus lugares de vida se intensifica en el Siglo XX porque las industrias extractivas sacan minerales del subsuelo hasta agotar y dar muerte a los ecosistemas; las granjas capitalistas, en el campo, introducen todo tipo de variedades vivas provocando la desaparición de especies locales mientras la sobreexplotación de los trabajadores continúa para que estos produzcan enormes cantidades de mercancías estableciendo, como subproductos, basuras tóxicas contaminantes. Pero inversionistas y banqueros se despreocupan de todos los resultados negativos mientras los gobiernos de México y el mundo se hacen de la vista gorda.

 Esto es así porque que el inversionista y empresario capitalista no busca ayudar al asalariado que contrata ni ofrecer un producto sano y seguro al comprador de la mercancía. Al contrario, organiza su negocio con mentalidad utilitaria, egoísta y eficiente para extraer, hasta el límite del total agotamiento del cuerpo del proletario y, al mismo tiempo, de los servicios que la naturaleza brinda el mayor cumulo de riqueza, de bienes sin retribuir a ésta y a aquél en modo justo.

Todo esto crea bienes y servicios —en ciclos continuos y crecientes— que son trasladados a las urbes o ciudades del mundo donde se venden y consumen, en tiempo breve, para obtener la tan esperada ganancia y también montañas de desechos líquidos, sólidos y gaseosos (basura).

Es explotación porque el salario recibido, aunque se haya aumentado recientemente en monto, a cambio de la fuerza de trabajo del obrero es muy pequeño —se estima equivalente a una dieciseisava (16) parte de la jornada laboral—respecto al total del valor producido expresado en mercancías las cuales, al venderse, realizan la ganancia que acumula el capitalista y comparte con el banquero.

A tal grado es este proceso de explotación de naturaleza y trabajadores impulsado por financieros, industriales o empresarios capitalistas que hoy, algunos especialistas lo denominan capitaloceno para caracterizar esta época de lujuria por el oro y el dinero sin importar la alteración y muerte de los ecosistemas terrestres mientras se pone en peligro, por hambre y desastres de todo tipo, a más del 90 por ciento de la población del mundo.

En consecuencia, el significado que los medios de comunicación dan a la palabra ambiente omite que en este existe —además de los ecosistemas de la Tierra— los objetos fabricados, las edificaciones y las urbes, las clases sociales con sus intereses y pensamientos que los defienden y el tipo de relaciones que guardan dichas clases entre ellas y con la Tierra, es decir, el tipo de sociedad del que se trate.

Cabe subrayar que se ocultan —consciente y sistemáticamente— las relaciones de sobreexplotación de los ecosistemas y de los trabajadores de México y del mundo porque así desaparecen las verdaderas causas de la situación actual y se asegura la mentalidad utilitaria, instalada en el corazón de los ricachos del mundo, y el dominio económico y político de menos del 1 por ciento de la población nacional e internacional.

No lo dudes, nuestras familias necesitan que cada uno de nosotros ayude a cultivar un mejor presente y futuro para lo cual es adecuado reunirse con otros, estudiar la situación y exigir cambios reales que eliminen las consecuencias desastrosas aquí referidas.

Es posible e indispensable transformar el orden social, económico y político capitalista, es decir, el ambiente actual que nos enferma y mata por lo que plantea fuertes dificultades para la vida diaria y la supervivencia futura de nuestras familias y, con ello, de la especie humana. Te invitamos a tomar cartas en el asunto.

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domingo, 5 de septiembre de 2021

BEETHOVEN: UNA SINFONÍA PARA EL MUNDO

 

Por: Gerardo Almaraz

         Ludwig van Beethoven fue un célebre músico y compositor de origen alemán; una figura invaluable en el mundo del arte al grado que ningún ser humano es ajeno a sus obras musicales. Sin duda, el mejor artista que trabajó la sinfonía de un modo más fino, diverso y con una profundidad en la que su música llega a tocar las fibras más sensibles de nuestra intimidad. Desde los tiempos de la Grecia antigua el concepto de sinfonía ha variado de significado, es con Beethoven que a finales del siglo XVIII adquiere su apelativo más actual: una composición musical que generalmente consta de cuatro movimientos con el primero en forma de sonata, para ser interpretada por una orquesta.

          Al principio de la época clásica de la música, la sinfonía era ejecutada por un número no mayor a cinco instrumentos. En las mansiones de los príncipes, los músicos eran solicitados como mozos para ambientar las ceremonias de lujo, los bailes o cualquier reunión de ocasión. A eso se debe, en parte, que las sinfonías fueran composiciones que no requerían de varios intérpretes como ahora las escuchamos. En ese proceso histórico relucen los grandes clásicos como Wolfgang Amadeus Mozart y Jhosep Haydn.

        Sin embargo, Beethoven desarrolló la sinfonía ampliando el espectro de zonas musicales apartándose de la monotonía armónica de algunos clásicos. Las variaciones que creó van desde sonidos melodiosos pasando por atonales hasta estallar en una tempestad de notas en un universo de combinaciones infinitas. Esto se debe, según algunos musicofílicos, a dos hechos que marcaron un hito en la historia de la sinfonía: el primero, a la relación social que tuvo nuestro compositor con la aristocracia de su época; aunque fue beneficiado, siempre se negó a ser un objeto de utilidad para esa clase: en muchas ocasiones les negó a sus amigos nobles amenizar las ceremonias que insistentemente ellos le pedían. Su actitud reservada y rebelde lo trascendió en sus composiciones, liberó a la sinfonía de la “monopolización” de un solo sentimiento al imprégnale su motivación personal contenida en su ideario político. Napoleón Bonaparte fue un ídolo para el artista como victorioso brazo de la Revolución Francesa; no obstante, su decepción total vino unos años después de enterarse de la coronación imperial que su héroe se había proclamado. Tanto fue su desencanto que arrancó la portada donde se leía Sinfonía Bonaparte y la sustituyó por una dedicatoria más genérica al espíritu revolucionario: “Heroica”. Jamás perdió la esperanza de que el mundo sería transformado en algo superior a su época porque Beethoven prefería a los humildes, la libertad y creía en una república donde el pueblo trabajador pudiera elegir a sus gobernantes.

         Lo segundo que revolucionó en la sinfonía fue el agregar más instrumentos a su formato musical, de ahí que los timbales, por ejemplo, fueran muy utilizados en las nueve sinfonías que compuso. Además, su talento innovador lo llevó a que en la Novena Sinfonía en el último movimiento lo acompañara con un coro. Ésta última sinfonía es la más cautivadora, completa y triunfal obra que haya compuesto Beethoven.

La Novena Sinfonía se estrenó el 7 de mayo de 1824, fecha histórica en la que el mundo recientemente había pasado por sangrientos momentos de conflicto: la era de las revoluciones y de las luchas nacionales. Pero la vida de nuestro compositor llegaba a su fin: una sordera despiadada lo acompañó desde los 26 años hasta el último día de su vida en una noche de 1826, sin duda, la noche más trágica, fría y desolada que sobre su humilde casa caía acompañada de una lluvia plagada de chubascos y relámpagos hasta que, de pronto, un rayo le atravesó el corazón dándole el descanso eterno.

¿Pero qué es lo que ha hecho que la Novena Sinfonía sea considerada como una de las más grandes obras que ha trascendido en el tiempo, ha movido multitudes y haya encontrado entre la humanidad el mensaje más elevado del hombre?

         Muchas veces se pone el acento en la sinfonía en el último movimiento, en la Oda a la Alegría, como la parte más emocionante del concierto. Sin duda, es el momento más impresionante y majestuoso, pero si solo nos fijamos en ese movimiento nos perdemos todo el proceso que nos conduce a ese clímax. El primer movimiento de la sinfonía inicia con unos intervalos de violín donde no sabemos qué va a suceder, es como el nacimiento de nuestra vida. Repentinamente, algo estalla uniéndonos al primer contacto con el dolor, el amor y la existencia. Luego se aproxima una calma que solo se puede igualar con el cálido abrazo de una madre.

            El segundo movimiento de la sinfonía es un scherzo, es decir, una música que tiene un marcadísimo carácter de danza, que nos invita a bailar; es aquí donde la alegría crece como una sonrisa incontenida llena de felicidad y gozo. El tercer movimiento es el adagio, un movimiento lento. A mi entender, aquí se produce lo más importante que tiene esta sinfonía: la transformación de uno mismo. En esta parte, la música es dilatada, lentísima, tan espiritual que se necesita estar muy concentrado para poder conducirnos hacia lo más auténtico de nosotros. Esta música está diseñada por Beethoven como un hilo dramático que es muy difícil de interpretar, pues no debe tener ninguna fisura para alcanzar la belleza. Sobre eso trata este movimiento: la transformación del hombre que se mira a sí mismo y se formula las preguntas más serias del amor, la vida y la muerte. Y ante las respuestas que él mismo se da, se haya convertido en alguien que se ha vaciado de su individualidad para involucrarse con generosidad hacia los demás.

El último movimiento es muy conocido en el mundo, que pareciera considerarse por sí sola como una sinfonía. Pero llegado a este último instante de la culminación, la música reluce al ser acompañada por un coro que le da vida a los versos del poema Oda a la Alegría de Friedrich Schiller. Es tan impresionante la combinación de la orquesta y coro que uno piensa en la fraternidad por fin lograda por toda la humanidad entera: el abrazo de hermandad, respeto y libertad de todos los pueblos de la tierra.

       Dijo en una ocasión Emil Ludwig: “La verdadera fama comienza más allá de las fronteras y más allá de un siglo”; Beethoven sin duda ha logrado no solo trascender en el tiempo, sino ha hecho que su música supere las fronteras culturales y las barreras del idioma, uniendo a las personas. La Novena Sinfonía es una de las pocas piezas musicales que puede unificar a las personas en todo el planeta, de ahí que el filósofo y comunista Friedrich Engels sentenciara: “un día, la humanidad, libre y sacralizada por el fuego del socialismo proletario, se educará con el himno universal de la Novena. Un día cuando se convierta en el credo de sus almas, el arte de Beethoven volverá a su punto de partida: la vida”.

 

martes, 10 de agosto de 2021

LA POESÍA NO ES SOLO COSA DE POETAS

 

Gerardo Almaraz

                 La poesía no solo es cosa de poetas. Como atinadamente lo dijo alguien: “la poesía le da al hombre la conciencia de ser algo más que tránsito”. Rompe con esa forma llana y monótona en que se nos presenta la existencia. La poesía no solo es el arte de expresar los sentimientos, emociones y reflexiones más profundas del hombre a través de un lenguaje finamente elaborado, sino más aún, la poesía, como todas las manifestaciones artísticas, es formadora y transformadora del individuo mismo e invaluable instrumento de sensibilización social. Por eso, a mi juicio, nadie debiera sentirse ajeno a la poesía y a la riqueza de su lenguaje. Es el poeta quién, a través de ciertas herramientas lingüísticas, devuelve lo vivido en forma de poemas, pero absolutamente nadie es ajeno a la experiencia poética de la vida.

               Este breve abordaje sobre la poesía tiene el objeto de responder a las interrogantes: ¿para qué nos sirve la poesía?, ¿es solo cosa de poetas? Resulta complejo intentar responder en unas cuantas líneas pero reflexionemos un poco al respecto.           

En ocasiones nos tropezamos con definiciones acerca de la poesía que están determinadas por una postura en la que se acepta que el poeta es un ser capaz de crear a partir de su individualidad mediante un acto de espontaneidad lírica. El poeta aquí se presenta al margen de la realidad, como una suerte de recipiente que, en un momento de fecunda inspiración, ha de vertirse porque ha llegado a su límite superior, hasta el borde. Decía Octavio Paz: el poeta solo escribe para sí mismo, desde su soledad, desde su cuarto; nunca desde los otros. Esta postura extrema quizá sirva para explicar una parte de la creación artística, el ensimismamiento y la individualidad como elementos fundamentales de la génesis poética, pero nunca pueden existir al margen del entorno social y de la realidad concreta. Esta conjunción entre el yo y los otros, entre el individuo y su entorno, se puede entender mejor, por ejemplo, cuando Pablo Neruda escribió sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, no como producto de la espontaneidad lírica del poeta virtuoso, sino como resultado de su experiencia amorosa acompañada por el dolor y la frustración vivida: el amor que sentía por Albertina Alzócar. Aquí queda manifiesta la causa objetiva que da origen a estos versos:

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

             El poeta está imbuido de un sentimiento de resignación y lamento. ¿Quién no ha sentido desfallecer ante un amor no realizado?, ¿a quién no le taladra la duda por una separación amorosa?, ¿alguien no ha sufrido durante días, semanas, meses, años enteros sin poder olvidar un gran amor? Entonces, ¿cómo logra el poeta hacer que esa emoción sea expresada de tal manera que nos haga recordar con vehemencia algo que nosotros mismos ya hemos sentido y vivido? Neruda lo logra porque esos sentimientos de amor, dolor y nostalgia, no son solo producto de su capacidad poética, de su inspiración individual, sino porque son al mismo tiempo la expresión de la realidad que ha vivido, de la amarga experiencia de su amor perdido. La forma en que Neruda reflexiona y expresa sus sentimientos, sus emociones, permite que nos identifiquemos con su poesía. Por eso, cuando leemos el poema podemos llegar a decir: sí, así exactamente yo me he sentido, pero no sabía cómo expresarlo. 

         Entonces, el artista que hace versos nos hace reflexionar y sentirnos comprendidos, acompañados, identificados. Eso crea un alivio en el alma. Pero también cumple con otra función. Nos hace ver las cosas de otro modo. Permítanme dar este ejemplo. Cuando Ramón López Velarde escribió “Elogio a Fuensanta” dice:

Humilde te ha rezado mi tristeza

como en los pobres templos parroquiales

el campesino ante la Virgen reza.

            La belleza de esta imagen metafórica reside en que logra hacer que nosotros “imaginemos” a la tristeza en una forma corpórea, en este caso, la de un campesino. La humildad se ve representada en la acción esperanzadora de rezar que realiza el hombre evocando a una divinidad en su templo. De este modo, en su analogía, el poeta atribuye también cualidades divinas a su amada. Es pues, la riqueza de la realidad que el poeta conoce la que sirve de marco para expresar en un lenguaje poético las ideas, sentimientos y representaciones que nos permiten desarrollar nuestra imaginación a través de la sensibilidad visual y auditiva que el poeta nos regala.

               Otro elemento que ensalza la riqueza de la poesía, resultado de la conjunción entre el individuo y su entorno social, es que a través de las palabras podemos encontrar incluso una musicalidad en ellas, que no necesariamente tiene que ver con la rima. Es el ritmo el producto que se genera en la acentuación y las pausas entre una palabra y otra. El poeta encuentra en las palabras los sonidos que quiere expresar. Así en el poema Sensemayá del poeta cubano Nicolás Guillén, escuchamos entre sílabas que componen una palabra, sonidos graves:

¡Mayombe—bombe—mayombé!

¡Mayombe—bombe—mayombé!

¡Mayombe—bombe—mayombé!

La culebra tiene los ojos de vidrio;

la culebra viene y se enreda en un palo;

con sus ojos de vidrio, en un palo,

con sus ojos de vidrio.

               Aquí encontramos un ritmo como de música africana, acompasada a manera de percusiones. Como podemos ver, la poesía nos da elementos muy significativos para sentir, apreciar, conocer y expresar las distintas formas en que se nos presenta la vida en sus diversas manifestaciones. Por tanto, el poeta no solo escribe desde sí y para sí, al escribir sobre una experiencia que le ha sucedido –sea amorosa, dolorosa, luctuosa, heroica, etc.- lo hace para que lo conozcan, lo entiendan y lo comprendan los otros. Desde la antigüedad los primeros poetas escribieron poemas que no reflejaban solo vivencias individuales, sino que expresaban la realidad de su pueblo, estos son llamados poemas épicos, La Ilíada y La Odiosea de Homero son ejemplo de ello.

             Compañero trabajador, vemos que en la actualidad la poesía sigue siendo tema de especialistas, que se presenta ante nosotros como algo inútil que no debiera de interesarnos. Pero la poesía, como todas las artes, debe estar al alcance del pueblo, porque nos ayuda a comprender nuestra naturaleza como seres humanos y nuestra realidad como seres sociales. Tampoco debiéramos de concebirla como algo para distraernos, porque la poesía requiere estudio y concentración: nos hace más sensibles y humanos.