domingo, 23 de enero de 2022

La poesía como arma de sensibilización social

 

Ulises Bracho

En este siglo que vivimos aún se arrastra una crisis económica que se manifiesta en una creciente desigualdad social, es decir, cada día un puñado de familias acapara exorbitantes cantidades de riqueza mientras millones y millones de personas viven sumidas en las peores condiciones de existencia, pareciera que cada día el mundo se enferma de inhumanidad. Sin embargo, desde este seno social surge la esperanza de que un mundo más justo y equitativo es posible, uno más humano, con prosperidad y bienestar para todos.

En este contexto el artista, especialmente el poeta, hombre de este espacio y de este tiempo, puede adoptar una actitud frente al mundo de dos maneras distintas: conformarse con lo viejo o luchar por lo nuevo. En estas dos posiciones hay un mosaico de variantes, pero la actitud puede resumirse en que el poeta puede abrir los ojos ante el mundo social e interesarse y participar en el proceso de cambio que se desarrolla, denunciando, exhortando y orientando; o bien, asumir una actitud individualista de volcarse en sí mismo, dándole un mayor valor a su intimidad o a sus menguadas relaciones particulares con el mundo externo, poniendo más interés a su individual universo de sentimientos, reacciones e intereses, creyéndose independiente y único, o en el peor de los casos, desentendiéndose del espacio y el tiempo en el que vive.

El abordar la relación entre el arte y la política supone un problema difícil de definir, el planteamiento versa en la disyuntiva entre la poesía “pura”, libre de ideología política, o la poesía “social”, cargada de denuncia y compromiso con las causas sociales. Esto ha sido un inconveniente para muchos poetas ya que con frecuencia en la propia academia se ha denigrado lo político como poesía barata, propagandística y de poco rigor poético. No obstante, la realidad es que por más que el artista se resista a no asumir una posición política frente a su realidad concreta, su esfuerzo es inútil porque sucede, como el abogado y político Carlos Altamirano sostuvo, que “toda poesía es social en la medida en que sus instrumentos son sociales; en la medida en que supone prácticas que son sociales; en la medida en que el mundo moral e intelectual de cualquier texto poético remite a relaciones y experiencias sociales".

          En la poesía se sigue presentando este dilema entre los intelectuales, pero se sabe bien que en el siglo XVIII, por ejemplo, los artistas de la burguesía europea progresista fueron también quienes impulsaron las consignas revolucionarias contra el sistema feudal. Y ya en el siglo XX, a partir de las nuevas condiciones sociales, de nueva cuenta, basándose en la realidad social que se imponía, los artistas hicieron hincapié en la creación de una poesía social, más comprometida y contundente que en años atrás.

Los poetas conocidos como “La generación del 27” fueron la última vanguardia que surgió en el centro de los acontecimientos sociales en Europa, sin embargo, fue hasta 1936 cuando los letrados entraron con más determinación al campo de batalla de la lucha social, empezando por denunciar, por ejemplo, las atrocidades de Francisco Franco en España donde ya era imposible no tomar partido, esto  significaba abandonar su zona de confort, salirse del anonimato o de ser solo admiradores externos de la lucha civil que se había desatado. Por primera vez los poetas se abandonaron a sí mismos para respaldar las demandas colectivas, por fin, fue evidente su actitud de querer sumarse a la tarea de transformar el mundo. Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Miguel Hernández, León Felipe, entre otros poetas de talla mundial, se vieron en la necesidad de hacer suyas las causas de los obreros, campesinos y estudiantes ante la injusticia que les sobrevino por el asesinato de Federico García Lorca.  Fue pues un golpe poético lo que justificó, a fin de cuentas, esa difícil decisión que los llevó a compartir su talento y sus esfuerzos con la lucha política que el pueblo español estaba sufriendo.

No pocos críticos aceptan que esta fue la más alta experiencia poética que se haya alcanzado en el mundo de la literatura del siglo XX.  No obstante, el poeta Gabriel Celaya insiste que fue la Guerra Civil Española un hecho social que marcó profundamente a los poetas, tan distantes de aquellos que en otros tiempos asomaron su voz de manera tímida y esporádica para apartarse de la rosa sin mancharse las manos totalmente o siquiera ver los manchones de sangre en las calles. Y de éstos, solo han quedado sus insistencias en una poesía alejada completamente de los pesares de la clase obrera. Sumidos en los paisajes y sus delirios, defienden a ultranza la poesía pura y detestan los poemas que reflejan los problemas del pueblo trabajador. Hacen escarnio tachando la poesía social como propagandística y defensora de un sistema político y económico distinto al que se vive.

En nuestra experiencia mexicana, Octavio Paz es por antonomasia un referente de esa concepción pura de la poesía que lo llevó a alejarse de aquellos poetas que abrazaron desde sus inicios el compromiso social para darle corporeidad poética al sufrimiento humano como lo fue, por ejemplo, Efraín Huerta, poeta que le declaró su amor a la Ciudad de México describiendo la desigualdad social: a los albañiles, a los vagabundos, a los hombres de traje con corbata que hacen negocios con la pobreza, a los alcohólicos o las prostitutas.  

Han sido, pues, los importantes momentos de la poesía un reflejo de las profundas coyunturas políticas en el mundo. En Latinoamérica los hubo, tanto en las luchas de independencia como en las revoluciones, quizá las más relevantes para la poesía fueron la revolución cubana y la victoria de Salvador Allende en Chile, en 1970, donde las plumas más consecuentes no se desentendieron de los hechos históricos ocurridos en sus países. Pablo Neruda es el más destacado y aleccionador, quien marcó una estética poética trazada con las metas del Partido Comunista de Chile realizando la labor más difícil de todo poeta: simplificar el hermoso lenguaje de la poesía para que sea entendido por los mineros, amas de casa y trabajadores de la clase proletaria, sin dejar de ser una poesía honda. El poeta, sin embargo, no puede olvidar que la transformación de la realidad social es tarea de los pueblos, de los marginados, de los obreros y campesinos. En este sentido resulta inútil pretender convencer a la parte culta y refinada de la sociedad que aún defiende al régimen burgués de las bondades de la justicia social y de la revolución.

En la actualidad, no se han vuelto a presentar acontecimientos tan sangrientos como lo fueron las guerras mundiales, que marcaron un hito importante en la poesía. No obstante, el mundo vive en una permanente crisis económica que lastima ahora a millones de familias pobres en el planeta, incluso, hoy la vida es más compleja que en años atrás, pero el tema de la explotación, la desigualdad y la pobreza muy poco les ha interesado a los poetas, sin embargo, en algunos queda todavía el recuerdo vivo de sus vivencias pasadas. Raúl Zurita (1950), poeta chileno, aún escribe sobre su experiencia insuperable y trágica que le tocó vivir en la época de la dictadura de Augusto Pinochet.

           Quien enseñará a los poetas a sensibilizarse de las causas político-sociales del sufrimiento del pueblo trabajador, es el propio pueblo trabajador, los proletarios de la ciudad y del campo. A propósito, en una ocasión dijo Raúl Zurita que la poesía es la más alta creación humana y que su fundamento es la celebración de la vida, pero demasiadas veces se han tenido que relatar las terribles desgracias de la misma. En este sentido, la clase proletaria debe salvar a los poetas de su ensimismamiento a través de su lucha organizada contra las injusticias del sistema capitalista que ha deshumanizado y empobrecido nuestra vida, para que, en correspondencia, los poetas líricos utilicen la poesía como arma de sensibilización, denunciando el sufrimiento del hombre en la sociedad contemporánea a través de un sublime lenguaje convertido en un canto de justicia social.

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