El pasado 21 de julio a las 12 horas estalló la huelga de los trabajadores de Telmex. Cabe mencionar que desde 1985, ¡hace 37 largos años!, no se había registrado ningún movimiento huelguístico en esta empresa. Sin embargo, apenas íbamos recuperándonos de la sorpresa, cuando al día siguiente, 22 de julio, por medio de un comunicado oficial de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS), se informó que con la mediación de ésta, “Telmex y el Sindicato de Telefonistas alcanzan acuerdo y levantan la huelga”.
¿A qué acuerdo se refiere el comunicado? Al que textualmente dice así: “El acuerdo suscrito obliga a ambas partes a conformar una Mesa Técnica con representantes de la Empresa y el Sindicato, que en los próximos 20 días hábiles presentará propuestas viables de solución al pasivo laboral, a las vacantes no cubiertas y al futuro esquema de pensiones”. En pocas palabras, la huelga se levanta sin haber obtenido nada, más que la lejana esperanza de que en los próximos 20 días hábiles se presenten propuestas “viables”. Pero se supone que antes del estallamiento de la huelga hubo suficiente tiempo y oportunidad de llegar a la solución del conflicto, precisamente por medio de una mesa de negociación que, al no tener éxito, obligó al estallamiento de la huelga. Por ello es lógico pensar que para hacer que, ahora sí, la empresa propusiera una alternativa de solución para llegar realmente a un acuerdo, no se debía de levantar la huelga, pues es un recurso legal al que tienen derecho todos los trabajadores para presionar al patrón, mismo que otorga la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y la Ley Federal del Trabajo. Así, la empresa se hubiera visto obligada a resolver de manera más rápida y, sobre todo, a aceptar como “viables” las propuestas del sindicato.
¿A qué se debe que el Sindicato de Telefonistas haya actuado así? Desde mi humilde opinión, con la que probablemente esté usted de acuerdo, amable lector, es porque no se trata de un sindicato revolucionario. Si bien es cierto que no estamos hablando de un sindicato de los llamados “charros”, “blancos” o de “protección”, sino de los llamados “independientes” o “de izquierda”, el resultado es prácticamente el mismo: solo se le conceden migajas al trabajador pero, eso sí, haciéndole creer que son grandes “logros” producto de la lucha consecuente de sus líderes. Nada más alejado de la verdad.
El viejo y rancio sindicalismo “charril” ya está pasado de moda, porque supuestamente ya no se corresponde con los aires “democráticos” que la 4T quiere impregnar a todos sus actos de gobierno. Ahora, pensarán ellos, se trata de hacer prevalecer un sindicalismo de nuevo tipo, más participativo, que le permita al trabajador opinar y decidir, aparentemente de forma autónoma, sobre los diversos métodos y tácticas de lucha que le permitan defender eficazmente sus intereses económicos y políticos.
Pero para que la clase trabajadora realmente sea libre para opinar y decidir sobre su destino clave en esta sociedad, se requiere una lucha constante y permanente contra el atraso político, contra el individualismo y contra la estrechez de miras. Necesita percatarse de que el llamado sindicalismo “independiente” es igual o aún más pernicioso que el “charro”, ya que este último actúa con descaro y aquél es un lobo con disfraz de oveja.