domingo, 10 de abril de 2022

Diego Rivera y su obra “El hombre controlador del universo”

Ulises Bracho

       El gran acontecimiento económico, político y social del siglo XX en México fue la Revolución Mexicana, movimiento cuyas reivindicaciones populares quedaron plasmadas en la Constitución de 1917: los derechos laborales, la educación gratuita, la salud pública, etc., mismas que fueron dando paso a una sociedad con mayor desarrollo, dejando el atraso económico y social que el pueblo de México sufrió durante los siglos del coloniaje español. Las justificadas causas que enarbolaron los campesinos y obreros en las luchas sociales durante la insurrección armada impregnaron todos los ámbitos de la vida social y, consecuentemente, lograron expresarse en el arte de aquel entonces: el muralismo, por ejemplo, le dio notoriedad, vigor y forma a la creación plástica de la época revolucionaria. Diego Rivera fue uno sus principales exponentes.

             El propósito del muralismo en 1910 fue inculcarle al pueblo mexicano consciencia de la historia del país por medio del uso de paredes internas y externas de los edificios públicos como lienzos para transmitir las ideas y el mensaje de las reivindicaciones sociales. Pero su madurez de esta expresión artística fue adquirida después de concluida la Revolución, en 1917, cuando el grupo de muralistas publicaron un Manifiesto Sindical que contenía las propuestas pragmáticas de su movimiento artístico, una ruptura contra la tradición europea y sus modas, traducidas en vanguardias. 

La vasta producción del muralismo nacional es un mosaico de cantos de libertad y humanización, la oposición al desgarrado espíritu capitalista; monumentales homenajes a la lucha popular; la agricultura y la ciencia unidas para el beneficio de la humanidad; y la alianza del proletariado, campesino, docente, estudiante y ama de casa para abrazar los ideales de la justicia social  contra el despotismo, el fascismo y el irracionalismo, opresores del mundo.

            Sin embargo, este arte pictórico suscrito en una tendencia política no tardaría en ser víctima de la censura por parte de las élites financieras. Fue Diego Rivera quien vivió esa amarga experiencia. En una época donde el mundo se encontraba polarizado y en crisis, la familia más adinerada y dueña del petróleo mundial, erigía el edificio Rockefeller Center siendo el más destacado de 1933 en el corazón de Manhattan, Nueva York, Estados Unidos. 

                Después de ir adquiriendo a su paso una fama indiscutible, Rivera recibió distintas invitaciones para pintar en el país de los gringos, tanto en San Francisco como en Detroit Institute of Arts. Fue Nelson Rockefeller, miembro de la tercera generación de los Rockefeller, quien solicitó a Rivera  pintar un mural en el edificio Rockefeller Center, en Nueva York. Según Jorge Cordero, académico mexicano, la propuesta de Diego Rivera fue pintar al hombre en una encrucijada, con incertidumbre, pero con esperanza y alta visión para elegir el destino de su clase social por un camino que lo conduzca a un nuevo y mejor futuro, bajo el título de “El hombre en la encrucijada”.

           El boceto fue aceptado por el adinerado magnate dado que la visión que el muralista propuso no representaba una amenaza. No obstante, el resultado fue una verdadera bomba política e ideológica: ¿cómo se le podía consentir a un gran admirador de las luchas sociales, a un artista consecuente con sus ideales por la conquista de un mundo más justo, que realizara una de sus principales obras en el edificio central de los explotadores del petróleo? Diego Rivera retrató la complejidad en que se hallaba la humanidad en ese momento, lo cual provocó tanto escozor al grado de que los Rockefeller destruyeron la obra. 

Algunos apuntan que la polémica se debió a que de último momento en el mural se anexó la imagen del líder de la revolución rusa, Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, quien, en 1917, condujo a su pueblo a conquistar el poder político de aquella nación. Pero más allá de eso, como dijo la periodista Déborah Holtz, el acontecimiento se puede entender como la síntesis de "la confrontación ideológica de los dos grandes poderes -Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas-, que en aquel momento se encontraron presentados en esta batalla pictórica". 

El mensaje en el mural es contundente. La pintura se divide en dos partes, aunque en el centro sobresale la imagen de un obrero, como enfatizó Eduardo Subirats en el libro “Muralismo Mexicano”, con una mirada vacía y en suspenso, mientras en su boca descubre un gesto rudo y frío. El cuadro es simétrico en cada una de sus comparaciones. En el lado izquierdo está representada la sociedad capitalista: en el extremo superior está el ejército emblemático de la Primera Guerra Mundial, con caretas antigás; además, sobresale la estatua de Zeus sin manos, de su cuello cuelga un crucifico como alegoría a la religión cristiana. En la parte inferior encontramos al padre de la teoría de la evolución, Charles Darwin que muestra el reemplazo de la superstición y el oscurantismo medieval por el dominio científico de la naturaleza, símbolo de la permanente lucha entre la ciencia y la religión en el emergente mundo capitalista. Frente a Darwin están unas personas sentadas mirando a través de una lupa dirigiendo la mirada a cuatros personajes sentados alrededor de una mesa dentro de una cantina –uno de ellos es un Rockefeller-. Esa representación puede entenderse como la aspiración burguesa que promueve la sociedad del ocio y el  consumo. Y en el fondo, además, se observan policías reprimiendo una manifestación obrera. Para rematar el escenario crudo y real de la sociedad capitalista, Rivera agrega dos figuras elípticas que muestran el microcosmo -a través de células muertas, para representar la descomposición social- y el macrocosmo -mediante la imagen del universo como metáfora de la carrera espacial en la sociedad capitalista moderna.

             El lado derecho de la pintura representa, en gran medida, los avances y logros de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En el extremo derecho del mural, aparece una escultura tradicional de un César sosteniendo un objeto con una esvástica. La pieza ha sido decapitada y la cabeza sirve de asiento para que algunos trabajadores observen frente a ellos como desfilan los obreros que asisten a la jornada de lucha del 1° de Mayo, símbolo del poder absoluto de las clases dominantes del pasado que ha sido derrocado por el poder de la clase obrera. En ese extremo superior, está retratado el ejército rojo de la URSS, que sirvió para liberar a muchos países oprimidos por los nazis y fascistas. Además, en la marcha proletaria están matizados los principales teóricos del socialismo: Karl Marx, Friedrich Engels, León Trotsky y Bertram D. Wolfe, fundador del Partido Comunista de Estados Unidos. Al igual que el lado izquierdo del mural, hay una lupa que enfoca la participación de la mujer en los juegos olímpicos y, frente a ellas, está Lenin, rodeado de trabajadores uniendo sus manos. Siguiendo con el contraste, Rivera agregó los trazos elípticos que representan el microcosmos, representado por células sanas, que simboliza la prosperidad de una sociedad organizada; y la otra elipse, que representa las galaxias, el universo, insignia del desarrollo tecnológico que estaba adquiriendo la Unión Soviética.

             Este mural que fue destruido por los Rockefeller, en 1934, Diego Rivera lo reelaboró en una de las salas principales del Palacio de Bellas Artes, titulándola “El hombre controlador del universo”. Este episodio de la historia del muralismo nacional muestra que los dueños de las fábricas, de los medios de producción, no permiten la organización de la clase obrera ni en pintura. Porque todo buen inversionista en lo que menos piensa es en los derechos laborales de los trabajadores.

Diego Rivera plasmó de manera brillante el desarrollo industrial que la humanidad había logrado hasta entonces, a través de dos enfoques totalmente contrapuestos. Planteó, en éste y muchos otros murales, la posibilidad de una sociedad justa, equitativa y libre de las ambiciones de unos cuantos hombres que conducen a la humanidad a las guerras y a la pobreza. Es por ello que la clase obrera organizada y consciente de su papel en la sociedad capitalista, es quien podrá tomar en sus manos el control del mundo para construir un nuevo modelo económico que nos conduzca hacia una sociedad más equitativa, solidaria y humana. 


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