Federico Hernández
Debemos empezar por definir qué es la pobreza
laboral. Ésta no es más que un indicador que nos dice el porcentaje de
trabajadores asalariados cuyos ingresos provenientes de una fuente de trabajo
no son suficientes para comprar alimentos para ellos y sus familias. En otras
palabras, la pobreza laboral se da cuando un trabajador con el salario que le
paga el patrón por su fuerza de trabajo no le alcanza, ya no digamos para cubrir sus
muchas necesidades y tener una vida medianamente decorosa, sino siquiera para
cubrir su necesidad más básica: alimentarse y alimentar a su familia. No le
alcanza para la canasta básica. Una vez que el trabajador no percibe en su
fuente de empleo un salario suficiente que le alcance para adquirir los
satisfactores necesarios para él y su familia, obligadamente tiene que laborar
horas extras o buscar otros trabajos o chambas, como se dice coloquialmente.
Leemos en el periódico El Economista (19 de febrero de 2022): “Ingresos laborales caen
después de un año de avance; pobreza laboral se estanca”. Y en el cuerpo de la
nota se nos informa que “Más de 5.5 millones de personas se han sumado a la
pobreza laboral en dos años de pandemia y aunque se reportó una ligera mejoría
para el último trimestre del 2021, este indicador sigue lejos de lo reportado
antes de la emergencia sanitaria.” Y agrega: “…Mientras la tasa de pobreza
laboral mejoró marginalmente en el cierre del 2021, al bajar de 40.7 a 40.3 por
ciento entre el tercero y cuarto trimestre, la inflación mermó el poder adquisitivo
de los trabajadores e impuso una reducción de 0.9 por ciento en el ingreso
laboral per cápita después de cuatro trimestres de mejoría […] En el primer
trimestre de 2020, previo a la emergencia sanitaria, la tasa de pobreza laboral
fue de 36.6%, abarcando a un poco más de 46 millones de personas. El nivel de
40.3% del último trimestre del 2021 condensa a más de 51.5 millones de personas
viviendo en escasez”. Hasta aquí los datos oficiales en relación a la pobreza
laboral.
Veamos algo de lo que nos dice la teoría marxista
acerca de la venta de la fuerza de trabajo del obrero al patrón, lo cual nos
arrojara luz sobre lo que estamos revisando. Empecemos diciendo que el valor de
una mercancía cualquiera se determina por el tiempo de trabajo socialmente
necesario para su producción. A mayor tiempo de trabajo cristalizado en la
mercancía mayor valor tendrá ésta. Una lámpara tiene más trabajo encerrado que
un bolígrafo; un taladro, que un desarmador; un traje de vestir, que una
corbata. Más valor tiene, por tanto, la lámpara, el taladro, el traje que un
bolígrafo, un desarmador y la corbata, respectivamente.
La fuerza de trabajo, o sea la capacidad del
hombre de transformar los valores de uso, es una mercancía que el obrero vende
al dueño del dinero, al dueño de los medios de producción, al empresario. Y al
ser una mercancía, tiene, por tanto, un valor. Ahora bien, ¿cómo se determina
dicho valor? Pues, por el tiempo que se tarda en producirla. ¿Y cuánto tiempo tarda
en producirse la fuerza de trabajo? La fuerza de trabajo no existe sin su
poseedor, el obrero. Está ligada a él: comiendo, vistiendo, etc., el obrero
tendrá en potencia su fuerza de trabajo, la podrá vender al dueño de la fábrica
o taller. Sigamos avanzando. Entonces el valor de la fuerza de trabajo se puede
determinar por el valor de la suma de los medios de vida (comida, vestido,
vivienda, etc.) que el obrero necesita. El salario que percibe el trabajador no es más
que la expresión en dinero del valor de la fuerza de trabajo y, por tanto, del
valor de la suma de esos medios de vida que necesita el trabajador para
renovarse. Con un salario bajo, el obrero podrá comprar pocos medios de vida;
con salario alto podrá comprar más alimentos, más vestido, más calzado, etc.
Carlos Marx nos dice en su obra cumbre El Capital: “El valor de la fuerza de
trabajo se reduce al valor de una determinada suma de medios de vida. Cambia,
por tanto, al cambiar el valor de éstos, es decir, al aumentar o disminuir el
tiempo necesario para su producción”. También Marx, nos habla de un valor mínimo de la fuerza de trabajo
y que este límite “…lo señala el valor de aquella masa de mercancías cuyo
diario aprovisionamiento es indispensable para el poseedor de la fuerza de
trabajo, para el hombre, ya que sin ella no podría renovar su proceso de vida…”
Y poco más adelante nos dice: “Si el precio de la fuerza es inferior a ese
mínimo, descenderá por debajo de su valor, ya que, en estas condiciones, solo
podrá mantenerse o desarrollarse de un
modo raquítico.”
Todo esto significa que, al haber pobreza
laboral, al trabajador no se le está pagando ni si quiera el valor de su fuerza
de trabajo, pues el precio de ésta, el salario, ha descendido por debajo de
dicho valor (la suma de medios de vida indispensables para su renovación). En
palabras llanas al obrero, con jornadas agotadoras no se le paga ni siquiera
para que sobreviva él y su familia, y pueda presentarse renovadas sus energías a
trabajar día a día. Esa es la cruda realidad.
A
los empresarios sólo les interesa exprimir al máximo al trabajador y obtener
así la máxima ganancia en sus negocios, lo cual consiguen pagando bajos
salarios y eliminando muchas de las prestaciones a que tienen derecho los
trabajadores. Por tanto, los asalariados de la ciudad y el campo tienen que
organizarse y dar la lucha económica y política en contra de un sistema
económico y social que lo mantiene en esa crónica pobreza laboral.
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