domingo, 5 de septiembre de 2021

BEETHOVEN: UNA SINFONÍA PARA EL MUNDO

 

Por: Gerardo Almaraz

         Ludwig van Beethoven fue un célebre músico y compositor de origen alemán; una figura invaluable en el mundo del arte al grado que ningún ser humano es ajeno a sus obras musicales. Sin duda, el mejor artista que trabajó la sinfonía de un modo más fino, diverso y con una profundidad en la que su música llega a tocar las fibras más sensibles de nuestra intimidad. Desde los tiempos de la Grecia antigua el concepto de sinfonía ha variado de significado, es con Beethoven que a finales del siglo XVIII adquiere su apelativo más actual: una composición musical que generalmente consta de cuatro movimientos con el primero en forma de sonata, para ser interpretada por una orquesta.

          Al principio de la época clásica de la música, la sinfonía era ejecutada por un número no mayor a cinco instrumentos. En las mansiones de los príncipes, los músicos eran solicitados como mozos para ambientar las ceremonias de lujo, los bailes o cualquier reunión de ocasión. A eso se debe, en parte, que las sinfonías fueran composiciones que no requerían de varios intérpretes como ahora las escuchamos. En ese proceso histórico relucen los grandes clásicos como Wolfgang Amadeus Mozart y Jhosep Haydn.

        Sin embargo, Beethoven desarrolló la sinfonía ampliando el espectro de zonas musicales apartándose de la monotonía armónica de algunos clásicos. Las variaciones que creó van desde sonidos melodiosos pasando por atonales hasta estallar en una tempestad de notas en un universo de combinaciones infinitas. Esto se debe, según algunos musicofílicos, a dos hechos que marcaron un hito en la historia de la sinfonía: el primero, a la relación social que tuvo nuestro compositor con la aristocracia de su época; aunque fue beneficiado, siempre se negó a ser un objeto de utilidad para esa clase: en muchas ocasiones les negó a sus amigos nobles amenizar las ceremonias que insistentemente ellos le pedían. Su actitud reservada y rebelde lo trascendió en sus composiciones, liberó a la sinfonía de la “monopolización” de un solo sentimiento al imprégnale su motivación personal contenida en su ideario político. Napoleón Bonaparte fue un ídolo para el artista como victorioso brazo de la Revolución Francesa; no obstante, su decepción total vino unos años después de enterarse de la coronación imperial que su héroe se había proclamado. Tanto fue su desencanto que arrancó la portada donde se leía Sinfonía Bonaparte y la sustituyó por una dedicatoria más genérica al espíritu revolucionario: “Heroica”. Jamás perdió la esperanza de que el mundo sería transformado en algo superior a su época porque Beethoven prefería a los humildes, la libertad y creía en una república donde el pueblo trabajador pudiera elegir a sus gobernantes.

         Lo segundo que revolucionó en la sinfonía fue el agregar más instrumentos a su formato musical, de ahí que los timbales, por ejemplo, fueran muy utilizados en las nueve sinfonías que compuso. Además, su talento innovador lo llevó a que en la Novena Sinfonía en el último movimiento lo acompañara con un coro. Ésta última sinfonía es la más cautivadora, completa y triunfal obra que haya compuesto Beethoven.

La Novena Sinfonía se estrenó el 7 de mayo de 1824, fecha histórica en la que el mundo recientemente había pasado por sangrientos momentos de conflicto: la era de las revoluciones y de las luchas nacionales. Pero la vida de nuestro compositor llegaba a su fin: una sordera despiadada lo acompañó desde los 26 años hasta el último día de su vida en una noche de 1826, sin duda, la noche más trágica, fría y desolada que sobre su humilde casa caía acompañada de una lluvia plagada de chubascos y relámpagos hasta que, de pronto, un rayo le atravesó el corazón dándole el descanso eterno.

¿Pero qué es lo que ha hecho que la Novena Sinfonía sea considerada como una de las más grandes obras que ha trascendido en el tiempo, ha movido multitudes y haya encontrado entre la humanidad el mensaje más elevado del hombre?

         Muchas veces se pone el acento en la sinfonía en el último movimiento, en la Oda a la Alegría, como la parte más emocionante del concierto. Sin duda, es el momento más impresionante y majestuoso, pero si solo nos fijamos en ese movimiento nos perdemos todo el proceso que nos conduce a ese clímax. El primer movimiento de la sinfonía inicia con unos intervalos de violín donde no sabemos qué va a suceder, es como el nacimiento de nuestra vida. Repentinamente, algo estalla uniéndonos al primer contacto con el dolor, el amor y la existencia. Luego se aproxima una calma que solo se puede igualar con el cálido abrazo de una madre.

            El segundo movimiento de la sinfonía es un scherzo, es decir, una música que tiene un marcadísimo carácter de danza, que nos invita a bailar; es aquí donde la alegría crece como una sonrisa incontenida llena de felicidad y gozo. El tercer movimiento es el adagio, un movimiento lento. A mi entender, aquí se produce lo más importante que tiene esta sinfonía: la transformación de uno mismo. En esta parte, la música es dilatada, lentísima, tan espiritual que se necesita estar muy concentrado para poder conducirnos hacia lo más auténtico de nosotros. Esta música está diseñada por Beethoven como un hilo dramático que es muy difícil de interpretar, pues no debe tener ninguna fisura para alcanzar la belleza. Sobre eso trata este movimiento: la transformación del hombre que se mira a sí mismo y se formula las preguntas más serias del amor, la vida y la muerte. Y ante las respuestas que él mismo se da, se haya convertido en alguien que se ha vaciado de su individualidad para involucrarse con generosidad hacia los demás.

El último movimiento es muy conocido en el mundo, que pareciera considerarse por sí sola como una sinfonía. Pero llegado a este último instante de la culminación, la música reluce al ser acompañada por un coro que le da vida a los versos del poema Oda a la Alegría de Friedrich Schiller. Es tan impresionante la combinación de la orquesta y coro que uno piensa en la fraternidad por fin lograda por toda la humanidad entera: el abrazo de hermandad, respeto y libertad de todos los pueblos de la tierra.

       Dijo en una ocasión Emil Ludwig: “La verdadera fama comienza más allá de las fronteras y más allá de un siglo”; Beethoven sin duda ha logrado no solo trascender en el tiempo, sino ha hecho que su música supere las fronteras culturales y las barreras del idioma, uniendo a las personas. La Novena Sinfonía es una de las pocas piezas musicales que puede unificar a las personas en todo el planeta, de ahí que el filósofo y comunista Friedrich Engels sentenciara: “un día, la humanidad, libre y sacralizada por el fuego del socialismo proletario, se educará con el himno universal de la Novena. Un día cuando se convierta en el credo de sus almas, el arte de Beethoven volverá a su punto de partida: la vida”.

 

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