Por: Gerardo Almaraz
Ludwig van
Beethoven fue un célebre músico y compositor de origen alemán; una figura
invaluable en el mundo del arte al grado que ningún ser humano es ajeno a sus
obras musicales. Sin duda, el mejor artista que trabajó la sinfonía de un modo
más fino, diverso y con una profundidad en la que su música llega a tocar las
fibras más sensibles de nuestra intimidad. Desde los tiempos de la Grecia
antigua el concepto de sinfonía ha variado de significado, es con Beethoven que
a finales del siglo XVIII adquiere su apelativo más actual: una composición
musical que generalmente consta de cuatro movimientos con el primero en forma
de sonata, para ser interpretada por una orquesta.
Al
principio de la época clásica de la música, la sinfonía era ejecutada por un
número no mayor a cinco instrumentos. En las mansiones de los príncipes, los
músicos eran solicitados como mozos para ambientar las ceremonias de lujo, los
bailes o cualquier reunión de ocasión. A eso se debe, en parte, que las
sinfonías fueran composiciones que no requerían de varios intérpretes como
ahora las escuchamos. En ese proceso histórico relucen los grandes clásicos
como Wolfgang Amadeus Mozart y Jhosep Haydn.
Sin embargo, Beethoven desarrolló la sinfonía
ampliando el espectro de zonas musicales apartándose de la monotonía armónica de
algunos clásicos. Las variaciones que creó van desde sonidos melodiosos pasando
por atonales hasta estallar en una tempestad de notas en un universo de
combinaciones infinitas. Esto se debe, según
algunos musicofílicos, a dos hechos que marcaron un hito en la historia de la
sinfonía: el primero, a la relación social que tuvo nuestro compositor con la
aristocracia de su época; aunque fue beneficiado, siempre se negó a ser un objeto
de utilidad para esa clase: en muchas ocasiones les negó a sus amigos nobles
amenizar las ceremonias que insistentemente ellos le pedían. Su actitud reservada
y rebelde lo trascendió en sus composiciones, liberó a la sinfonía de la
“monopolización” de un solo sentimiento al imprégnale su motivación personal
contenida en su ideario político. Napoleón Bonaparte fue un ídolo para el artista
como victorioso brazo de la Revolución Francesa; no obstante, su decepción
total vino unos años después de enterarse de la coronación imperial que su héroe
se había proclamado. Tanto fue su desencanto que arrancó la portada donde se
leía Sinfonía Bonaparte y la sustituyó por una dedicatoria más genérica al
espíritu revolucionario: “Heroica”. Jamás perdió la esperanza de que el mundo
sería transformado en algo superior a su época porque Beethoven prefería a los
humildes, la libertad y creía en una república donde el pueblo trabajador pudiera
elegir a sus gobernantes.
Lo segundo
que revolucionó en la sinfonía fue el agregar más instrumentos a su formato
musical, de ahí que los timbales, por ejemplo, fueran muy utilizados en las
nueve sinfonías que compuso. Además, su talento innovador lo llevó a que en la Novena
Sinfonía en el último movimiento lo acompañara con un coro. Ésta última
sinfonía es la más cautivadora, completa y triunfal obra que haya compuesto
Beethoven.
La Novena Sinfonía se estrenó el 7 de mayo de 1824,
fecha histórica en la que el mundo recientemente había pasado por sangrientos
momentos de conflicto: la era de las revoluciones y de las luchas nacionales. Pero
la vida de nuestro compositor llegaba a su fin: una sordera despiadada lo
acompañó desde los 26 años hasta el último día de su vida en una noche de 1826,
sin duda, la noche más trágica, fría y desolada que sobre su humilde casa caía acompañada
de una lluvia plagada de chubascos y relámpagos hasta que, de pronto, un rayo le
atravesó el corazón dándole el descanso eterno.
¿Pero qué es lo que ha hecho que la Novena Sinfonía
sea considerada como una de las más grandes obras que ha trascendido en el
tiempo, ha movido multitudes y haya encontrado entre la humanidad el mensaje más
elevado del hombre?
Muchas veces
se pone el acento en la sinfonía en el último movimiento, en la Oda a la Alegría, como la parte más
emocionante del concierto. Sin duda, es el momento más impresionante y
majestuoso, pero si solo nos fijamos en ese movimiento nos perdemos todo el
proceso que nos conduce a ese clímax. El primer movimiento de la sinfonía
inicia con unos intervalos de violín donde no sabemos qué va a suceder, es como
el nacimiento de nuestra vida. Repentinamente, algo estalla uniéndonos al primer
contacto con el dolor, el amor y la existencia. Luego se aproxima una calma que
solo se puede igualar con el cálido abrazo de una madre.
El
segundo movimiento de la sinfonía es un scherzo,
es decir, una música que tiene un marcadísimo carácter de danza, que nos invita
a bailar; es aquí donde la alegría crece como una sonrisa incontenida llena de
felicidad y gozo. El tercer movimiento es el adagio, un movimiento lento. A mi entender, aquí se produce lo más
importante que tiene esta sinfonía: la transformación de uno mismo. En esta
parte, la música es dilatada, lentísima, tan espiritual que se necesita estar
muy concentrado para poder conducirnos hacia lo más auténtico de nosotros. Esta
música está diseñada por Beethoven como un hilo dramático que es muy difícil de
interpretar, pues no debe tener ninguna fisura para alcanzar la belleza. Sobre
eso trata este movimiento: la transformación del hombre que se mira a sí mismo
y se formula las preguntas más serias del amor, la vida y la muerte. Y ante las
respuestas que él mismo se da, se haya convertido en alguien que se ha vaciado
de su individualidad para involucrarse con generosidad hacia los demás.
El último movimiento es muy conocido en el
mundo, que pareciera considerarse por sí sola como una sinfonía. Pero llegado a
este último instante de la culminación, la música reluce al ser acompañada por
un coro que le da vida a los versos del poema Oda a la Alegría de Friedrich
Schiller. Es tan impresionante la combinación de la orquesta y coro que uno
piensa en la fraternidad por fin lograda por toda la humanidad entera: el
abrazo de hermandad, respeto y libertad de todos los pueblos de la tierra.
Dijo en una
ocasión Emil Ludwig: “La verdadera fama comienza más allá de las fronteras y
más allá de un siglo”; Beethoven sin duda ha logrado no solo trascender en el
tiempo, sino ha hecho que su música supere las fronteras culturales y las
barreras del idioma, uniendo a las personas. La Novena Sinfonía es una de las
pocas piezas musicales que puede unificar a las personas en todo el planeta, de
ahí que el filósofo y comunista Friedrich Engels sentenciara: “un día, la
humanidad, libre y sacralizada por el fuego del socialismo proletario, se
educará con el himno universal de la Novena. Un día cuando se convierta en el
credo de sus almas, el arte de Beethoven volverá a su punto de partida: la
vida”.
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