Francisco Roca
Desde inicios de la historia de la humanidad, la
opresión contra las mujeres predomina en el mundo en un alto grado, incluso en
algunas regiones de nuestro país, debido a usos y costumbres, la mujer carece
de los más elementales derechos y cuando pretende acceder a la justicia
encuentra innumerables obstáculos. En muchas partes del planeta, las mujeres no
pueden vestirse a su gusto, conducir un vehículo, acceder al voto, contraer
matrimonio libremente; son discriminadas laboralmente, agredidas emocional y
sexualmente, condenadas a ser sirvientas domésticas, maltratadas en su casa, en
la calle, en la oficina, en el trabajo y
no tienen ninguna garantía de poder ser atendidas y defendidas realmente. Esta
opresión de la que son objeto las mujeres tiene raíces profundas y se sustentan
en la base económica, política y social en la que se edifica la sociedad en que
vivimos.
La clase gobernante y su
modelo económico son quienes verdaderamente esclavizan a la mujer.
Desde
el punto de vista antropológico, la mujer primitiva en su desarrollo evolutivo
tuvo que adoptar un rol definido que siempre estuvo condicionado por su
situación económica. En este sentido J. L. Cubero nos dice: “entre
12 mil y 13 mil años atrás, todo indica que las mujeres de distintos lugares
del mundo —responsables en esos entonces de la recolección de alimentos—
comenzaron a cuidar y después a sembrar plantas silvestres que eran de especial
interés para la alimentación. En promedio, y teniendo como referencia a
los pueblos no agrícolas del siglo XX, un tercio de la alimentación provenía de
la caza, y dos tercios de la recolección, por tanto, la agricultura redunda en más
abundancia de alimentos y, por lo tanto, en más cuidado del cultivo.” En ese momento
histórico la mujer, además al quedarse en casa, cuidaba a los hijos lo que provocaba
que estos reconocieran a la figura materna como dominante.
Por su parte F. Engels nos dice: “Con la aparición de los rebaños y las demás
riquezas nuevas, se produjo una revolución en la familia. La industria había
sido siempre asunto del hombre; los medios necesarios para ella eran producidos
por él y propiedad suya. Los rebaños constituían la nueva industria; su
domesticación al principio y su cuidado después, eran obra del hombre. Por eso
el ganado le pertenecía, así como las mercancías y los esclavos que obtenía a
cambio de él. Todo el excedente que dejaba ahora la producción pertenecía al
hombre; la mujer participaba en su consumo, pero no tenía ninguna participación
en su propiedad. El "salvaje", guerrero y cazador, se había
conformado con ocupar en la casa el segundo lugar, después de la mujer; el
pastor, "más dulce", engreído de su riqueza, se puso en primer lugar
y relegó al segundo a la mujer. Y ella no podía quejarse. La división del
trabajo en la familia había sido la base para distribuir la propiedad entre el
hombre y la mujer. Esta división del trabajo en la familia continuaba siendo la
misma, pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes
por la mera razón de que la división del trabajo fuera de la familia había
cambiado. La misma causa que había asegurado a la mujer su anterior supremacía
en la casa -su ocupación exclusiva en las labores domésticas, aseguraba ahora
la preponderancia del hombre en el hogar: el trabajo doméstico de la mujer
perdía ahora su importancia comparado con el trabajo productivo del hombre;
este trabajo lo era todo; convertía a la mujer en un accesorio insignificante”
Posteriormente, al inicio de la era moderna la
mujer buscó de manera dirigida y concreta el derecho al voto, al divorcio, al
aborto, a la posibilidad de disponer de independencia económica y política;
sufrió la incomprensión inicial de amplios sectores de la sociedad incluso de
los propios obreros y de muchos de sus propios compañeros en las organizaciones
y sindicatos; muchas mujeres educadas en la sumisión, fueron pioneras en la
búsqueda de la equidad entre el hombre y la mujer, comenzaron el camino
objetivo sobre peticiones concretas para lograr dicha equidad, pero su lucha quedó
inconclusa.
La igualdad ante la ley no es
la igualdad en la vida real.
En
la actualidad la mujer continúa siendo esclava del hogar, a pesar de todas las leyes logradas y
supuestamente liberadoras, porque la mujer se siente fatigada, abrumada, ofuscada,
derrotada por los pequeños quehaceres domésticos: limpiar, cocinar, ser niñera,
sirvienta del marido, sin poder estudiar, tener conocimientos científicos o
culturales, crear o reproducir arte, es decir, sin desarrollar todos sus
talentos y habilidades creativas.
Si bien, en sus inicios la lucha de la mujer se abocó
precisamente a que se promulgasen decretos con el reconocimiento de sus
derechos, para luego dar una lucha irreductible para que estas leyes se cumplan,
lo cierto es que estas leyes no bastan para liberar definitivamente a la mujer,
su emancipación no se logrará del todo con simples decretos sino construyendo una
nueva sociedad en donde la mujer sea parte integral del sistema productivo y de
un reparto equitativo de la riqueza.
Podemos ejemplificar cómo el actual sistema de producción afecta
no solo a las mujeres sino a cualquier miembro del núcleo familiar, donde
incluso se invierten los roles establecidos: si por alguna razón en una familia
el hombre pierde el trabajo y la mujer logra incorporarse a la producción, el
hombre biológicamente más fuerte se convierte en un ama de casa mientras que la
“débil” mujer se convierte en el sostén de la familia y, por tanto, quien toma
las decisiones más importantes. Esta situación se convierte en un verdadero
golpe a lo establecido, incomprensible para ambos pues, en alguna medida, el
hombre deja de representar su masculinidad y la mujer es empoderada aunque
privada de la posibilidad de educar directamente a los hijos. Esta situación
modifica el rol de ambos sexos provocando en no pocas ocasiones peleas y en
algunos casos disolviendo el núcleo familiar.
Sin embargo, a mi juicio, la igualdad de género, frase
de moda dentro movimiento feminista moderno y que desesperadamente enarbola una
lucha contra el sexo masculino con el único fin de acabar con su dominio, no es
el camino adecuado. Grupos feministas impulsados por el coraje y la
desesperación, exigiendo justicia por ser víctimas de la violencia de género y
por años de opresión se lanzan contra el machismo culpando a los hombres
prácticamente de todos sus males.
Quedará entonces la solución de sus reclamos en
manos del Estado y a merced de los medios que este pueda darles que, como juez
parcial en favor de la clase en el poder, con sus múltiples engaños y artimañas,
mediatizará la inconformidad social provocada por el maltrato a las mujeres
desalentando a líderes, desviándolos de sus objetivos iniciales y aniquilando
la búsqueda de cambios profundos y liberadores para la humanidad y la sociedad
en su conjunto. Por lo anterior, es una idea parcial creer que la liberación de
la mujer es una tarea exclusiva de las féminas; dicha liberación nos interesa a
todos y debe ser promovida y encabezada por las mujeres y hombres de las clases
productivas de este país buscando que se haga un cambio profundo del sistema
dividido en clases, pues ahí está el origen de su opresión, es por tanto una
necesidad que todos los miembros de esta sociedad seamos afines a las causas
revolucionarias del feminismo.
Por eso los planteamientos para liberar a la
mujer deben ir dirigidos de manera más objetiva, buscando la liberación del
sometimiento y explotación de la clase productora, la clase trabajadora. La verdadera
liberación de la mujer comenzará en el momento en que se promueva y organice la
lucha de toda la sociedad en unidad inquebrantable contra esta pequeña economía
doméstica que esclaviza a la mujer, buscando primero leyes y medios que
reduzcan esta pesada carga (comedores, guarderías escuelas de tiempo completo
etc.) y posteriormente, cuando logre desarrollarse una gran economía que
reparta equitativamente la riqueza y otorgue de manera natural la posibilidad
de desplegar la capacidad creativa de las mujeres y de todo ser humano.
La
emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo
imposibles bajo el régimen capitalista, mientras permanezca excluida del
trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un
trabajo privado. La emancipación de la mujer solo será posible cuando ésta
pueda participar en gran escala en la producción de la riqueza social y cuando
el trabajo doméstico no represente para ella sino un tiempo insignificante. Por
tanto, la lucha emancipadora de la mujer no puede ni debe limitarse a una
igualdad de género, sino que solo será posible cuando su lucha, junto con el
hombre, persiga la construcción de una sociedad donde exista equidad, en todos
sentidos, para la humanidad en su conjunto.
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