domingo, 14 de marzo de 2021

FEMINISMO: IGUALDAD DE GÉNERO O EQUIDAD HUMANA


Francisco Roca

Desde inicios de la historia de la humanidad, la opresión contra las mujeres predomina en el mundo en un alto grado, incluso en algunas regiones de nuestro país, debido a usos y costumbres, la mujer carece de los más elementales derechos y cuando pretende acceder a la justicia encuentra innumerables obstáculos. En muchas partes del planeta, las mujeres no pueden vestirse a su gusto, conducir un vehículo, acceder al voto, contraer matrimonio libremente; son discriminadas laboralmente, agredidas emocional y sexualmente, condenadas a ser sirvientas domésticas, maltratadas en su casa, en la calle, en la oficina,  en el trabajo y no tienen ninguna garantía de poder ser atendidas y defendidas realmente. Esta opresión de la que son objeto las mujeres tiene raíces profundas y se sustentan en la base económica, política y social en la que se edifica la sociedad en que vivimos.

La clase gobernante y su modelo económico son quienes verdaderamente esclavizan a la mujer.

Desde el punto de vista antropológico, la mujer primitiva en su desarrollo evolutivo tuvo que adoptar un rol definido que siempre estuvo condicionado por su situación económica. En este sentido J. L. Cubero nos dice: entre 12 mil y 13 mil años atrás, todo indica que las mujeres de distintos lugares del mundo —responsables en esos entonces de la recolección de alimentos— comenzaron a cuidar y después a sembrar plantas silvestres que eran de especial interés para la alimentación. En promedio, y teniendo como referencia a los pueblos no agrícolas del siglo XX, un tercio de la alimentación provenía de la caza, y dos tercios de la recolección, por tanto, la agricultura redunda en más abundancia de alimentos y, por lo tanto, en más cuidado del cultivo.” En ese momento histórico la mujer, además al quedarse en casa, cuidaba a los hijos lo que provocaba que estos reconocieran a la figura materna como dominante.


Por su parte F. Engels nos dice: “Con la aparición de los rebaños y las demás riquezas nuevas, se produjo una revolución en la familia. La industria había sido siempre asunto del hombre; los medios necesarios para ella eran producidos por él y propiedad suya. Los rebaños constituían la nueva industria; su domesticación al principio y su cuidado después, eran obra del hombre. Por eso el ganado le pertenecía, así como las mercancías y los esclavos que obtenía a cambio de él. Todo el excedente que dejaba ahora la producción pertenecía al hombre; la mujer participaba en su consumo, pero no tenía ninguna participación en su propiedad. El "salvaje", guerrero y cazador, se había conformado con ocupar en la casa el segundo lugar, después de la mujer; el pastor, "más dulce", engreído de su riqueza, se puso en primer lugar y relegó al segundo a la mujer. Y ella no podía quejarse. La división del trabajo en la familia había sido la base para distribuir la propiedad entre el hombre y la mujer. Esta división del trabajo en la familia continuaba siendo la misma, pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes por la mera razón de que la división del trabajo fuera de la familia había cambiado. La misma causa que había asegurado a la mujer su anterior supremacía en la casa -su ocupación exclusiva en las labores domésticas, aseguraba ahora la preponderancia del hombre en el hogar: el trabajo doméstico de la mujer perdía ahora su importancia comparado con el trabajo productivo del hombre; este trabajo lo era todo; convertía a la mujer en un accesorio insignificante”

Posteriormente, al inicio de la era moderna la mujer buscó de manera dirigida y concreta el derecho al voto, al divorcio, al aborto, a la posibilidad de disponer de independencia económica y política; sufrió la incomprensión inicial de amplios sectores de la sociedad incluso de los propios obreros y de muchos de sus propios compañeros en las organizaciones y sindicatos; muchas mujeres educadas en la sumisión, fueron pioneras en la búsqueda de la equidad entre el hombre y la mujer, comenzaron el camino objetivo sobre peticiones concretas para lograr dicha equidad, pero su lucha quedó inconclusa.


La igualdad ante la ley no es la igualdad en la vida real.

En la actualidad la mujer continúa siendo esclava del hogar, a pesar de todas las leyes logradas y supuestamente liberadoras, porque la mujer se siente fatigada, abrumada, ofuscada, derrotada por los pequeños quehaceres domésticos: limpiar, cocinar, ser niñera, sirvienta del marido, sin poder estudiar, tener conocimientos científicos o culturales, crear o reproducir arte, es decir, sin desarrollar todos sus talentos y habilidades creativas.

Si bien, en sus inicios la lucha de la mujer se abocó precisamente a que se promulgasen decretos con el reconocimiento de sus derechos, para luego dar una lucha irreductible para que estas leyes se cumplan, lo cierto es que estas leyes no bastan para liberar definitivamente a la mujer, su emancipación no se logrará del todo con simples decretos sino construyendo una nueva sociedad en donde la mujer sea parte integral del sistema productivo y de un reparto equitativo de la riqueza.

Podemos ejemplificar cómo el actual sistema de producción afecta no solo a las mujeres sino a cualquier miembro del núcleo familiar, donde incluso se invierten los roles establecidos: si por alguna razón en una familia el hombre pierde el trabajo y la mujer logra incorporarse a la producción, el hombre biológicamente más fuerte se convierte en un ama de casa mientras que la “débil” mujer se convierte en el sostén de la familia y, por tanto, quien toma las decisiones más importantes. Esta situación se convierte en un verdadero golpe a lo establecido, incomprensible para ambos pues, en alguna medida, el hombre deja de representar su masculinidad y la mujer es empoderada aunque privada de la posibilidad de educar directamente a los hijos. Esta situación modifica el rol de ambos sexos provocando en no pocas ocasiones peleas y en algunos casos disolviendo el núcleo familiar.

Sin embargo, a mi juicio, la igualdad de género, frase de moda dentro movimiento feminista moderno y que desesperadamente enarbola una lucha contra el sexo masculino con el único fin de acabar con su dominio, no es el camino adecuado. Grupos feministas impulsados por el coraje y la desesperación, exigiendo justicia por ser víctimas de la violencia de género y por años de opresión se lanzan contra el machismo culpando a los hombres prácticamente de todos sus males.


Quedará entonces la solución de sus reclamos en manos del Estado y a merced de los medios que este pueda darles que, como juez parcial en favor de la clase en el poder, con sus múltiples engaños y artimañas, mediatizará la inconformidad social provocada por el maltrato a las mujeres desalentando a líderes, desviándolos de sus objetivos iniciales y aniquilando la búsqueda de cambios profundos y liberadores para la humanidad y la sociedad en su conjunto. Por lo anterior, es una idea parcial creer que la liberación de la mujer es una tarea exclusiva de las féminas; dicha liberación nos interesa a todos y debe ser promovida y encabezada por las mujeres y hombres de las clases productivas de este país buscando que se haga un cambio profundo del sistema dividido en clases, pues ahí está el origen de su opresión, es por tanto una necesidad que todos los miembros de esta sociedad seamos afines a las causas revolucionarias del feminismo.

Por eso los planteamientos para liberar a la mujer deben ir dirigidos de manera más objetiva, buscando la liberación del sometimiento y explotación de la clase productora, la clase trabajadora. La verdadera liberación de la mujer comenzará en el momento en que se promueva y organice la lucha de toda la sociedad en unidad inquebrantable contra esta pequeña economía doméstica que esclaviza a la mujer, buscando primero leyes y medios que reduzcan esta pesada carga (comedores, guarderías escuelas de tiempo completo etc.) y posteriormente, cuando logre desarrollarse una gran economía que reparta equitativamente la riqueza y otorgue de manera natural la posibilidad de desplegar la capacidad creativa de las mujeres y de todo ser humano.

La emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles bajo el régimen capitalista, mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer solo será posible cuando ésta pueda participar en gran escala en la producción de la riqueza social y cuando el trabajo doméstico no represente para ella sino un tiempo insignificante. Por tanto, la lucha emancipadora de la mujer no puede ni debe limitarse a una igualdad de género, sino que solo será posible cuando su lucha, junto con el hombre, persiga la construcción de una sociedad donde exista equidad, en todos sentidos, para la humanidad en su conjunto.

 

 


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