jueves, 24 de junio de 2021

YANGA: EL CABALLO INDÓMITO

 

Por: Gerardo Almaraz

A raíz de las intensas y enriquecedoras jornadas de trabajo vividas en el municipio de Yanga, Veracruz, a través de la presente colaboración, quiero dejar constancia de mi agradecimiento a mis compañeros y a su generosa población que me recibieron con singular respeto y calidez. Veamos.

Cuando siglos atrás los esclavos africanos fueron sometidos a las más inhumanas condiciones de trabajo en el cultivo de la caña, fue integrado a ese seno infernal un joven príncipe de la tribu Yang-bara, perteneciente a la parte del Alto Nilo en Egipto. Su nombre fue Gaspar Yanga, era un hombre alto y bien fornido, quizá por la misma tenacidad que el trabajo y la naturaleza habían esculpido sobre él. Una vez que en África fue capturado por los españoles, lo trasladaron a América a la sierra de Veracruz, en la región donde actualmente se encuentran Córdoba y Orizaba. A pesar de las hostiles condiciones de trabajo a las que fue sometido, la lucidez de su conciencia y su liderazgo de origen lo fueron colocando como jefe de un clan; lejos de doblegarse, cada latigazo sobre su espalda, cada herida al hervor del sol, cada acto de abuso y violencia en su contra, le permitieron entender su papel libertario en la tierra y ante los hombres.

          Fue aliado de los cimarrones (esclavos africanos fugitivos que residieron en la sierra) quienes veían a Yanga como un líder nato, y tanta era su grandeza que le dieron el sobrenombre de El caballo indómito. Su bandera siempre fue la libertad y un trato más humano para sus congéneres. Sin embargo, los amos no obraban a favor de la caridad de los sentimientos humanos sino a favor de su avaricia, enriquecimiento y de la explotación del hombre. Pero la inteligencia y destreza de Yanga le permitieron escaparse de la explotación a la que fue sometido y, gracias al cobijo de los cimarrones, emprendió una larga lucha que, a decir de algunos autores, inició desde 1570.

          Un mecanismo de presión que Yanga utilizó para sobrevivir y combatir la explotación española fue asaltar las arcas de materia prima y riquezas que salían de Córdoba hacia la naciente Nueva España. Así pasaron décadas de asaltos e irrupciones hasta que los españoles cansados y temerosos de que pudiera crecer esta rebelión de los cimarrones encabezados por Yanga, planearon realizar una negociación con los fugitivos. Pero para llegar a un acuerdo, un año antes, los españoles emprendieron una embestida que tomó por sorpresa a los rebeldes. A partir de 1609 el virrey Rodrigo Pacheco y Osorio mandó a su mejor ejército dirigido por el general Pedro González de Herrera para debilitar a los insurrectos. Hasta ese momento, los subversivos habían crecido en números alarmantes, además de que ya contaban con armas.                  

Sin embargo, la estrategia de Herrera fue atraparlos en un momento de descuido. Los rebeldes sufrieron estrepitosas bajas en su bando, pero al hacer prisionero a uno de los españoles les valió, finalmente, terminar en un acuerdo de paz. Después de interminables enfrentamientos, el viejo Yanga seguía dirigiendo las batallas postrado en su lecho, sus años de combate y de experiencia lo llevaron a pactar con los españoles al final de su vida para ver su aspiración concretarse en la tierra: liberar a todos los esclavos de la condición de explotación a las que fueron obligados a vivir. Si bien el historiador y político mexicano, Vicente Riva Palacio hace un excelente anecdotario de la batalla más sangrienta que tuvieron los esclavos en su obra “Los treinta y tres negros”, cabe destacar el escaso material que existe sobre estos hechos históricos de la rebelión esclava en nuestro país, que incluso compendios emblemáticos de la historia de México como “México a través de los siglos”, solo le dedican contados párrafos.

Finalmente, el sueño que Gaspar Yanga procuró edificar en la tierra se concretó hasta 1618 cuando el virrey ordenó darles un lugar donde los esclavos tuvieran su propia formar de gobierno y pudieran trabajar la tierra a su manera. Aunque su proyecto no tuvo el alcance que Yanga hubiese querido, tuvo que conformarse con una victoria parcial que significara el germen de la lucha de los esclavos oprimidos para tiempos posteriores.

Al crearse la primera gran comunidad negra libre de la esclavitud en México, a una corta distancia de la rica ciudad de Córdoba, fue nombrada como San Lorenzo de los Negros –hoy municipio de Yanga-. Con este acontecimiento no se erradicó el tipo de esclavitud que por siglos imperó en nuestro país, sin embargo, sirvió de impulso para que los esclavos sublevados en los ingenios azucareros fueran capaces de organizarse para abolir la esclavitud dos siglos después de la lección revolucionaria que Yanga emprendió tiempo atrás.

              Compañeros trabajadores, tanto en nuestra historia nacional como a nivel mundial han existido grandes héroes de carne y hueso, figuras revolucionarias como Yanga que emergen de los pueblos sometidos, personajes a los que debiéramos conocer, porque a su perseverancia e incansable lucha debemos acudir cuando abatidos por un momento histórico de nuestra lucha no siempre salimos triunfantes. Porque sin lugar a dudas, su ejemplo servirá para educar nuestra conciencia revolucionaria: recordamos que ellos también sufrieron décadas de sometimiento y explotación, tengamos presente que las grandes victorias están envueltas en derrotas aleccionadoras, pero que al final del camino ganaremos por la convicción de nuestra causa y el arraigo popular que se va tejiendo cuando se lucha en favor de los intereses de los pueblos sometidos. Además, la historia y herencia de nuestros antepasados corren por nuestras venas, se expresan en la vida material de nuestra sociedad y nos ayudan a construir constantemente nuestro presente y porvenir.

En nosotros está que la historia no sea contada solo por las clases dominantes, por los amos explotadores, que siempre han tratado de enterrar los grandes acontecimientos sociales protagonizados por los pueblos explotados y sus heroicos dirigentes. Bien lo dijo Eduardo Galeano, “…el que no sabe de dónde viene, ¿cómo sabrá hacia dónde va?”.

 

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