domingo, 18 de julio de 2021

Viejo vino en vasija nueva

 

Rufino Córdova Torres 

Doy un vistazo para asegurarme que nadie este cerca cuando salga. Hay oscuridad y ahora debe uno cuidarse mucho. Y ese pensamiento que no me ha dejado dormir me asalta… Ha transcurrido más de un año desde que se instauraron las acciones sanitarias relacionadas con la COVID-19 -salta y se repite esta idea en mi cabeza mientras entro a la estación del metro- y los acontecimientos han sido hasta graves.

Miro a uno y otro lado del andén y ya estamos algunos conocidos de vista. Llega el tren. Se abren las puertas y quienes van al primer turno acalorados se amontonan, aun son las 6 de la mañana y ya se olfatea la transpiración humana como rebanada de tocino que se cocina en el sartén. Así, ¿qué protección contra el contagio puede haber?

Busco un lugar, el aire del ventilador me enfría la espalda o la cabeza, pero ya no hay para donde hacerse. Miro a la ventana rayada y sucia. Y sigo masticando ideas porque el café aguado poco colma al estómago: la información del COVID-19 es contradictoria o falsa y también aquella que aborda lo que vivimos los trabajadores en lo económico o a los ciudadanos en la seguridad pública.

Ahora ubico al frente la mochila para evitar que alguien la raje y le meta mano. Continúo digiriendo unas y evitando otras ideas que me vienen, pero miro un reflejo en la ventana, ¿quién es ese qué se parece a mí? Se puede distinguir entre las mentiras del gobierno de la 4T y la realidad de cada día, ¿atienden bien a los enfermos en las clínicas y hospitales públicos?, ¿medio millón de muertos que resultan del contagio muestran control de la pandemia?

Y ya de plano preocupado por la renta y lo que necesitan Alejandra y Lucia me centro en responder, ¿ha mejorado la paga?, ¿el precio de lo que necesito para vivir ha disminuido?, ¿hay otro mejor empleo para mí?

No miro a nadie. Cierro los ojos, me concentro en no pensar, pero miro a la ventana y reconozco a esa figura que nada quiere decir… A nivel nacional, los actos del presidente Andrés Manuel López Obrador y la 4T no son nada nuevo pues han mostrado que avanzan en restaurar el priismo de la década de los 60 y 70 del Siglo XX. Es pues, dice la Biblia: viejo vino en vasija nueva.

En cambio, los discursos de los morenistas son francamente para serenar a quien se sabe puede enojar y desatar un desmadre. Esas palabras suenan bien, me ilusionan y tranquilizan. Luego salgo a trabajar y, en la calle, lo que veo me abre los ojos, me ‘cae el veinte’, me despierto, pregunto y escucho que otros se sienten así.

Giro la cabeza pues he sentido esa pesadez, ¿quién me presta atención? El señor sentado del lado izquierdo me observa, como si adivinara mis inquietudes y se preparara a demostrar que estoy equivocado. No quiero interrogatorios como acostumbran quienes en la cuadra –los llamados chairos— tienen fe, “esperanza” e ilusión de que lo dicho y hecho por AMLO y Morena es la luz, la verdad y fervientemente poseen el credo de que el camino trazado es el único correcto para los trabajadores.

Miro hacia la ventana rayada por alguien que no quiere que fije la vista hacia afuera, hacia el oscuro túnel el cual las lámparas, en ráfagas, lo iluminan -mastico la idea para mí-. Es vieja cerveza en recipiente nuevo: la violencia económica pues me recortan minutos de la comida, obligan a horas extras sin paga o me retrasan el pago o de plano me recortan el salario porque, dice el patrón y el sindicato, que de otro modo cierra la empresa y se cae el país. Y para colmo, algún pasajero se molesta, se hace de palabras con otro que madruga. De palabra se agreden quienes podrían ser compañeros de trabajo o hermanos de clase, ¿se ha logrado mayor seguridad?, ¿existe mayor tranquilidad?

Sigue amontonándose la gente en el vagón y yo ya no quiero saber nada… me volteo para no ver a los otros y sigo pensando como queriendo que salgan y no regresen a mi cabeza tales ideas. Y mi mente no obedece pues miro a la ventana…

Sí algún dato o hecho -como los manejos irregulares de dinero por parte de Pío López Obrador a favor de la campaña de su hermano AMLO- sale a la luz y permite vislumbrar a los beneficiarios de las alturas del sistema capitalista mexicano es debido a las pugnas entre ricachos para asegurarse más ganancias. Se denuncian unos a otros a través de sus medios impresos o electrónicos. Es producto conocido en empaque llamativo. ¿Cuándo el trabajador puede decir su verdad?, ¿cómo puede quejarse?, ¿quién atiende y resuelve lo que le preocupa?

Estoy por llegar a la estación Salto del Agua, en ésta se baja un poco de gente y hay más espacio -y pienso en el sindicato de la empresa-. Es una minoría quienes podrían aspirar a representar mejor a los empleados. Pero alguien allí no fortalece la organización ni la capacitación para que cada uno pueda defender nuestros derechos.

Miro a la ventana y esa luz en el túnel oscuro me atrae. En el sindicato se requiere estudiar la ley laboral, aprender a comparar ideas y desarrollar el ingenio. O bien, a ejercitar el criterio. Pero nada de esto se promueve por los líderes del sindicato ni por el patrón ni menos por el Gobierno federal.

Fijo la vista en la ventana. En lo laboral ha sido duro. Es, cada vez, más difícil conservar el trabajo y permanecer en la situación alcanzada hasta hoy. Existen muy pocas posibilidades y son escasos los caminos para el aumento salarial y, con esto mismo, asegurar casa y sustento posterior a la edad de 55 años.

Giro mi cabeza y regreso la vista a la ventana buscando respuesta a las preguntas, ¿qué será necesario hacer?, ¿tendremos que cambiar?

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