Rufino Córdova Torres
Doy un vistazo para asegurarme
que nadie este cerca cuando salga. Hay oscuridad y ahora debe uno cuidarse
mucho. Y ese pensamiento que no me ha dejado dormir me asalta… Ha transcurrido más
de un año desde que se instauraron las acciones sanitarias relacionadas con la
COVID-19 -salta y se repite esta idea en mi cabeza mientras entro a la estación
del metro- y los acontecimientos han sido hasta graves.
Miro a
uno y otro lado del andén y ya estamos algunos conocidos de vista. Llega el
tren. Se abren las puertas y quienes van al primer turno acalorados se
amontonan, aun son las 6 de la mañana y ya se olfatea la transpiración humana
como rebanada de tocino que se cocina en el sartén. Así, ¿qué protección contra
el contagio puede haber?
Busco
un lugar, el aire del ventilador me enfría la espalda o la cabeza, pero ya no
hay para donde hacerse. Miro a la ventana rayada y sucia. Y sigo masticando
ideas porque el café aguado poco colma al estómago: la información del COVID-19
es contradictoria o falsa y también aquella que aborda lo que vivimos los
trabajadores en lo económico o a los ciudadanos en la seguridad pública.
Ahora ubico
al frente la mochila para evitar que alguien la raje y le meta mano. Continúo digiriendo
unas y evitando otras ideas que me vienen, pero miro un reflejo en la ventana,
¿quién es ese qué se parece a mí? Se puede distinguir entre las mentiras del
gobierno de la 4T y la realidad de cada día, ¿atienden bien a los enfermos en
las clínicas y hospitales públicos?, ¿medio millón de muertos que resultan del
contagio muestran control de la pandemia?
Y ya
de plano preocupado por la renta y lo que necesitan Alejandra y Lucia me centro
en responder, ¿ha mejorado la paga?, ¿el precio de lo que necesito para vivir
ha disminuido?, ¿hay otro mejor empleo para mí?
No
miro a nadie. Cierro los ojos, me concentro en no pensar, pero miro a la
ventana y reconozco a esa figura que nada quiere decir… A nivel nacional, los
actos del presidente Andrés Manuel López Obrador y la 4T no son nada nuevo pues
han mostrado que avanzan en restaurar el priismo de la década de los 60 y 70
del Siglo XX. Es pues, dice la Biblia: viejo vino en vasija nueva.
En
cambio, los discursos de los morenistas son francamente para serenar a quien se
sabe puede enojar y desatar un desmadre. Esas palabras suenan bien, me ilusionan
y tranquilizan. Luego salgo a trabajar y, en la calle, lo que veo me abre los
ojos, me ‘cae el veinte’, me despierto, pregunto y escucho que otros se sienten
así.
Giro
la cabeza pues he sentido esa pesadez, ¿quién me presta atención? El señor sentado
del lado izquierdo me observa, como si adivinara mis inquietudes y se preparara
a demostrar que estoy equivocado. No quiero interrogatorios como acostumbran
quienes en la cuadra –los llamados chairos— tienen fe, “esperanza” e ilusión de
que lo dicho y hecho por AMLO y Morena es la luz, la verdad y fervientemente
poseen el credo de que el camino trazado es el único correcto para los
trabajadores.
Miro
hacia la ventana rayada por alguien que no quiere que fije la vista hacia
afuera, hacia el oscuro túnel el cual las lámparas, en ráfagas, lo iluminan -mastico
la idea para mí-. Es vieja cerveza en recipiente nuevo: la violencia económica
pues me recortan minutos de la comida, obligan a horas extras sin paga o me
retrasan el pago o de plano me recortan el salario porque, dice el patrón y el
sindicato, que de otro modo cierra la empresa y se cae el país. Y para colmo, algún
pasajero se molesta, se hace de palabras con otro que madruga. De palabra se
agreden quienes podrían ser compañeros de trabajo o hermanos de clase, ¿se ha
logrado mayor seguridad?, ¿existe mayor tranquilidad?
Sigue
amontonándose la gente en el vagón y yo ya no quiero saber nada… me volteo para
no ver a los otros y sigo pensando como queriendo que salgan y no regresen a mi
cabeza tales ideas. Y mi mente no obedece pues miro a la ventana…
Sí algún
dato o hecho -como los manejos irregulares de dinero por parte de Pío López
Obrador a favor de la campaña de su hermano AMLO- sale a la luz y permite
vislumbrar a los beneficiarios de las alturas del sistema capitalista mexicano es
debido a las pugnas entre ricachos para asegurarse más ganancias. Se denuncian
unos a otros a través de sus medios impresos o electrónicos. Es producto
conocido en empaque llamativo. ¿Cuándo el trabajador puede decir su verdad?, ¿cómo
puede quejarse?, ¿quién atiende y resuelve lo que le preocupa?
Estoy
por llegar a la estación Salto del Agua, en ésta se baja un poco de gente y hay
más espacio -y pienso en el sindicato de la empresa-. Es una minoría quienes
podrían aspirar a representar mejor a los empleados. Pero alguien allí no
fortalece la organización ni la capacitación para que cada uno pueda defender
nuestros derechos.
Miro a
la ventana y esa luz en el túnel oscuro me atrae. En el sindicato se requiere estudiar
la ley laboral, aprender a comparar ideas y desarrollar el ingenio. O bien, a ejercitar
el criterio. Pero nada de esto se promueve por los líderes del sindicato ni por
el patrón ni menos por el Gobierno federal.
Fijo
la vista en la ventana. En lo laboral ha sido duro. Es, cada vez, más difícil
conservar el trabajo y permanecer en la situación alcanzada hasta hoy. Existen
muy pocas posibilidades y son escasos los caminos para el aumento salarial y,
con esto mismo, asegurar casa y sustento posterior a la edad de 55 años.
Giro
mi cabeza y regreso la vista a la ventana buscando respuesta a las preguntas,
¿qué será necesario hacer?, ¿tendremos que cambiar?
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