lunes, 21 de marzo de 2022

De las manos de los trabajadores de la construcción surgen bellos edificios; pero ellos viven en chozas miserables


Por Raúl R. Pérez

Tiempos difíciles para los trabajadores mexicanos: una pandemia que ha cobrado la vida de más de 320 mil mexicanos, pobre desempeño de la economía que aún no alcanza el nivel anterior a la pandemia y un gobierno que —a pesar de lo que dice— nos deja en el mayor desamparo.

 Uno de los sectores del proletariado mexicano que más ha sufrido durante esta contingencia es, sin duda, el de los trabajadores de la construcción. Ya las cosas venían mal desde antes de la pandemia, pero se agravaron y se multiplicaron los sufrimientos cuando se decretó el encierro.

No se trata de un problema menor. La industria de la construcción representaba —antes de la pandemia— el 13 por ciento del producto interno bruto nacional. Es una actividad económica intensiva en mano de obra, importante fuente de generación de empleo.  En 2018, en México existían 19 mil 501 empresas dedicadas la construcción, en las cuales trabajaban 676 mil 301 obreros; de los cuales 87 por ciento son hombres y 13 por ciento mujeres. Datos que deberán multiplicarse por 2.5 para incorporar a los trabajadores que laboran en la informalidad y que no se incluyen en los registros del IMSS y del INEGI. De cada 10 trabajadores 6 laboran en la informalidad y constituyen —junto con la migración— una válvula de escape ante el grave problema del desempleo.

Esta rama de la producción tiene una estrecha relación con el resto de los sectores, por lo que es un buen indicador de la marcha general de la economía. Utiliza insumos de otras industrias: acero, hierro, cemento, arena, cal, madera, aluminio, etc. Produce obras indispensables para el desarrollo económico y social; tales como carreteras, puertos, aeropuertos, puentes, refinerías, complejos habitacionales, escuelas, hospitales, centros comerciales, etc.

Esta actividad tuvo una caída del 15.5 por ciento en 2020 por la contingencia sanitaria; decremento que no se ha recuperado con el 9 por ciento de crecimiento estimado para el 2021. Según diversas proyecciones será hasta el 2024 cuando se alcance el nivel que tenía antes de la pandemia.

          Además, existen factores que dificultan la rápida recuperación: la débil inversión pública y privada, el aumento de precios de los principales insumos (especialmente de la energía eléctrica), problemas en las cadenas de distribución, el aumento de las tasas de interés (costo del dinero) y la inseguridad jurídica generada por las políticas erráticas que ha tomado el gobierno del presidente López Obrador.

El trabajo en la construcción es —en buena medida— poco y malo. Antes de la pandemia las condiciones ya eran malas, pero había trabajo; ahora, ni eso. Más de 300 mil trabajadores de la construcción fueron arrojados al arroyo del desempleo, de los cuales 100 mil siguen desempleados. Los damnificados de la crisis económica buscan chamba —en espera de tiempos mejores— en cualquier otra actividad que les permita sobrevivir; o regresan a sus lugares de origen de donde emigraron, tiempo atrás, en busca de mejores oportunidades.

Las condiciones de vida y de trabajo de estos obreros son deplorables. El trabajo es duro y acaba prematuramente con su vida. Se ha demostrado que la vida de quienes se dedican a esta actividad se acorta de 5 a 20 años. En los países más desarrollados se utilizan grúas y máquinas de todo tipo que simplifican el trabajo para hacerlo más llevadero; pero en nuestro país, para reducir costos, convierten al cuerpo del obrero en la principal herramienta de trabajo. Para el empresario capitalista no importan la salud o la vida del obrero, lo que le importa es la ganancia, y para aumentarla comete las peores atrocidades.

          Las jornadas son muy largas y el salario raquítico. Aunque por ley la jornada máxima sea de ocho horas diarias durante seis días por semana, en la construcción es común que la jornada se prolongue por diez horas o más. Peor aun es el trabajo a destajo —para obtener un ingreso adicional que mitigue la miseria de la familia— se aumenta la intensidad del trabajo y la duración de la jornada. Con ello, se deteriora la salud del trabajador y se aumentan los riesgos de sufrir accidentes de trabajo.

Los salarios son muy bajos y variables: dependen de la experiencia del trabajador, del lugar donde se lleve a cabo el trabajo (de que haya muchos o pocos edificios en obra). Normalmente, en los centros urbanos más grandes hay más empleos. Así, las entidades federativas con mayor actividad constructiva son la Ciudad de México, Jalisco, Estado de México y Nuevo León; en tanto que las entidades con menores construcciones son Tlaxcala, Morelos, Quintana Roo, Guerrero, Campeche y Zacatecas. 

Los salarios mínimos profesionales establecidos por la Comisión Nacional de Salarios Mínimos para el año 2022 son:

Oficios

Zona libre de la frontera Norte

Resto del país

Oficial de Albañilería

$260.00

$199.42

Carpintero de obra negra

$260.34

$199.42

Colocador de mosaicos y azulejos

$260.34

$195.44

Yesero, construcción de edificios

$260.34

$186.12

Electricista, oficial en instalaciones

$260.34

$195.34

Herrería, oficial de

$260.34

$192.92

Pintor de casa y edificios

$260.34

$191.61

Plomero, oficial

$260.34

$191.95

Velador       

$260.34

$178.08

 

¿Qué pensaron nuestros gobernantes cuando aprobaron estos salarios mínimos?, ¿qué familia puede vivir con estos ingresos y en qué condiciones?

Afortunadamente, muchos trabajadores perciben un salario superior al mínimo. Los salarios tienen grandes diferencias entre los estados y a veces entre los municipios del mismo estado, por ejemplo:

Oficio

Zacatecas

Michoacán

Peón general (chalán)

$280.00

$400.00

Albañil, oficial (maistro)

$450.00

$600.00

 

Aproximadamente, el salario semanal promedio para un peón general es de $1,300.00 a $1,500.00 y para un oficial de albañil es de $2,200.00 a $2,500.00 (la norma es que, además de tener experiencia en el oficio, el maestro albañil debe ser capaz de leer los planos arquitectónicos).

No existe estabilidad en el empleo, se les “contrata por obra determinada”: cuando termina la construcción quedan desempleados y tendrán que buscar nuevas opciones. Normalmente, los recluta un contratista que es el que se pone de acuerdo con la empresa y se hace cargo de la cuadrilla. El contrato escrito es una rareza que solo se presenta en las grandes obras, lo predominante es la informalidad y el outsourcing. De cada 10 trabajadores 9 no tienen seguro social, ni vacaciones, aguinaldo, reparto de utilidades, prima de antigüedad ni ninguna indemnización cuando quedan desempleados.

Formalmente, la mayoría de los trabajadores de la obra están afiliados a un sindicato que tiene pactado un contrato colectivo de trabajo, casi siempre de protección patronal. Por lo común, los trabajadores no conocen ni el nombre del sindicato ni el de los supuestos dirigentes sindicales: todo es una ficción para evitar que los trabajadores se organicen y defiendan sus derechos laborales.

Los accidentes de trabajo son cosa cotidiana. Según datos del IMSS, cada 75 segundos se produce un accidente de trabajo y cada ocho horas muere un obrero víctima de un accidente laboral. El trabajo de la construcción presenta uno de los índices más altos de siniestros. La probabilidad de sufrir un accidente de trabajo en la construcción es de tres a seis veces mayor que en otros tipos de trabajo. El 27 por ciento de los accidentes corresponde a caídas: desde andamios, plataformas elevadas o colgantes, escaleras tambaleantes, uso de arneses o cables deteriorados, etc. También son frecuentes los accidentes por quemaduras de soldadura, manipulación de productos químicos combustibles, instalaciones eléctricas defectuosas, taludes y terraplenes en mal estado, iluminación insuficiente, mala ventilación, uso de maquinaria pesada sin el mantenimiento periódico, vehículos circulando en el área sin que el personal use ropa muy visible que permita su ubicación desde lejos, etc.

Muchos accidentes podrían evitarse pero las empresas no quieren invertir en la seguridad del personal porque la consideran una pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo. Cuando un trabajador muere en un accidente, las empresas —afirman con desvergüenza que “toda obra tiene sus entierros”— tratan de eludir su responsabilidad y evitarse la indemnización correspondiente, casi invariablemente tratan de que la responsabilidad recaiga en la propia víctima. Argumentan descuido, negligencia e inexperiencia del trabajador; y ocultan las malas condiciones de trabajo y el incumplimiento de las medidas de seguridad que deben existir en toda construcción. Por ejemplo, los responsables de la construcción del nuevo Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles” declararon que el número de muertos en dicha construcción estaba dentro del promedio nacional ¿opinarían lo mismo si sus familiares más cercanos estuvieran dentro de ese promedio?, ¿la orden presidencial justifica “trabajar a marchas forzadas” poniendo en riesgo la vida de los obreros?

Triste suerte la de los obreros de la construcción: maestros en albañilería, oficiales de albañil, media cuchara o chalanes; trabajadores de oficios como plomeros, electricistas, herreros, yeseros, pintores, carpinteros, colocadores de azulejo y demás artesanos que completan las obras. De sus manos salen altos y bellos edificios de oficinas, departamentos y comercios: que nunca disfrutarán. Lujosas residencias a las que —una vez terminadas— jamás volverán a entrar. Contrastan ofensivamente con sus humildes viviendas: el 20.9% de sus casas tienen techo de lámina; el 8%, techo de asbesto; el 4.9%, techo de cartón; el 3%, techo de madera; el 2.4%, techo de teja; el 1%, techo de tejamanil, palma o paja. El 20.2% de sus hogares carece de piso firme o de cemento. Su único ingreso es el salario y, por norma general, es muy bajo (el 74 por ciento de los trabajadores de la construcción ganan menos de tres veces el salario mínimo).

Quienes niegan la teoría de la lucha de clases que se asomen a ver lo que pasa en el sector de la construcción. El espíritu del capital en acción que busca, a costa de lo que sea, la máxima ganancia. Ganancia y más ganancia —es la obsesión de los capitalistas— la salud y vida de los obreros no les interesa. Las grandes fortunas se amasan llevando el infortunio a masas inmensas de trabajadores. Equilibrio entre los factores de la producción no existe, ni puede existir: quien diga lo contrario es un ignorante o un “gato” al servicio de los poderosos. Aunque ese sea el mismísimo presidente de la república.

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