En los anteriores sexenios, cada 1° de septiembre era celebrado con bombo y platillo el día del informe presidencial. El protocolo consistía en que el presidente de México salía de Los Pinos para dirigirse a la Cámara de Diputados, acompañado de las videocámaras televisivas; al llegar al parlamento, presentaba su informe por escrito y pronuncia un solemne discurso donde manifestaba el estado general que guardaba la administración pública del país. Con el paso de los años, algunos mandatarios han impreso a la lectura de sus informes el sello peculiar de su conducta; que va desde quienes lloran y piden perdón admitiendo su mal gobierno, hasta los que sobreactúan para hacer creíbles las estadísticas que presentan para ocultar la realidad. En este contexto, el pasado jueves 1° de septiembre, desde Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador presentó el informe de su cuarto año de mandato; en un evento en el que la asistencia se limitó al aforo de unas cuantas decenas de colaboradores, acción que sus incondicionales aplaudidores calificaron “que hasta en eso, es diferente el presidente”.
Sin embargo, resulta asombroso que los seguidores de AMLO no cuestionen si lo que presenta en su informe corresponde o no con la realidad. ¿Qué informó el presidente que no conozcamos nosotros? A modo de resumen, diré que fue una antología de sus mañaneras: nada novedoso ni desconocido para los que vivimos en carne propia las profundas carencias que, en vez de aminorarse, se acrecientan y profundizan. Dijo el mandatario que “en este informe puedo sostener que, a pesar de las adversidades, estamos saliendo adelante, como lo demuestran los resultados.” Pregunto: ¿a qué resultados se refiere? o mejor dicho, ¿resultados favorables para qué sector de la población?, ¿para los multimillonarios que incrementaron aún más sus gigantescos capitales?
Como sabemos, los efectos económicos de la pandemia del Covid-19 fueron un golpe demoledor para la clase trabajadora de México y del mundo: creció el desempleo y la pobreza. Además, la presencia del coronavirus puso a prueba los sistemas de salud de todos los países del planeta. En el proceso de contener la propagación del virus, diversos especialistas en la materia exhortaron a los países a trazar un plan para evitar los contagios y muertes, así como sus devastadoras consecuencias económicas y sociales. Sin embargo, en nuestro país, en uno de los puntos más críticos donde se incrementaba el número de muertes y contagios, el gobierno morenista prefirió utilizar escapularios, amuletos y “detentes”. Y he aquí los resultados: más de 7 millones de contagios y más de 330 mil fallecidos. Esto según cifras oficiales que, como sabemos, no son muy confiables porque siempre han intentado maquillar y ocultar los mortales efectos de su errática política de salud para enfrentar al virus. Lo que significa la reducción de la esperanza de vida para el país con un descenso de 5,5 años, según estimó la revista demográfica Genus. Y es que tener una larga y saludable vida es uno de los mejores indicativos del desarrollo social de un país. Sin embargo, existen otros indicadores como el acceso a los alimentos de la canasta básica, el agua potable, la energía eléctrica, educación, vivienda, etc., que se toman en cuenta para determinar cuánto se espera que viva una persona en un contexto social determinado.
Y si alguien tachara estos datos solo como un ataque conservador y malintencionado en contra del gobierno morenista, no hace falta buscar información en las estadísticas o en los medios de comunicación para saber si los “resultados” de las políticas de la actual administración mejoraron o no la calidad de vida de los trabajadores. No vayamos lejos, miremos a nuestro alrededor, no es difícil contar los escasos pesos que llevamos en nuestros bolsillos; enumerar los hospitales a los que tendríamos acceso ante cualquier percance; las posibilidades de obtener tan solo un empleo donde respeten los derechos laborales; percibir la creciente violencia que se vive en el país o, simplemente, al realizar la compras de alimentos básicos (huevo, tortillas, frijoles, fruta, verduras, pan, etc.) descubrir que la inflación galopante ha reducido la capacidad adquisitiva del salario. Todo eso en México no está garantizado, por el contrario se agudiza día con día. Por tanto, es falso que en el gobierno encabezado por AMLO exista “una mejor distribución del ingreso, aminorando la desigualdad y la pobreza”.
No pretendo, estimado lector, detenerme a poner en tela de juicio cada autoelogio del gobierno morenista, sino observar de manera objetiva lo que sucede en la realidad y confrontarlo con el informe del presidente para así aproximarnos a la verdad. Por consiguiente, si el fin último de las políticas públicas implementadas por el gobierno morenista es crear las condiciones para que la gente viva mejor y feliz, es evidente que no lo ha logrado en absoluto. Su plan de austeridad republicana, al contrario, ha potenciado todo aquello que ha pretendido combatir.
El 4° informe de gobierno de AMLO sugiere un elogio a la pobreza; una autocomplacencia a su mala administración, un aplauso al desempleo, la violencia, la desigualdad, la corrupción, la impunidad y la pobreza; una recapitulación condensada de las mentiras y manipulación que diariamente repite hasta el hartazgo en las mañaneras. Ni un asomo de autocrítica para valorar y corregir los errores cometidos por su administración. Confiado en el apoyo popular que mantiene gracias a los programas asistencialistas de asignación monetaria directa que adormecen a una parte del pueblo pobre de México.
Considero que debemos aprender a dudar de lo que diariamente dicta el presidente de la república en sus pronunciamientos; al mismo tiempo, tenemos la tarea de cuestionar las inconsistencias de su 4° informe de gobierno, para ello debemos empezar por estar lo mejor informados que sea posible sobre cada noticia o acontecimiento relevante que se va tejiendo día a día. No podemos permitir que la Cuarta Transformación nos empuje hacia la pobreza franciscana; debemos unirnos, organizarnos y luchar decididamente para exigir una mejor atención de salud para nuestras familias, escuelas dignas, servicios públicos como agua potable, drenaje, luz eléctrica y pavimentación; vivienda, salarios bien remunerados, empleo, etc., es decir, un verdadero programa para combatir la pobreza y no limosnas para mediatizar al pueblo pobre solo con fines electoreros.
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