Por: Gerardo Almaraz
No puedo dejar de recordar la emoción tan
profunda y bella que me produjo escuchar por primera vez La noche de encantamiento de Silvestre Revueltas, ejecutada por la
Orquesta de París. Este cuarto movimiento de la monumental obra La noche de los mayas, hizo sudar al
director Kristjan Järvi y a los muchos percusionistas que ahí interpretaban
magistralmente la obra. Ellos vibraron intensamente a causa del encantamiento
que genera el sonido y sabor mexicano, impregnando, para siempre, a todos
aquellos instrumentos que sufrieron esa noche aquella emotiva ejecución.
Que impresionante fue escuchar de pronto el
sonido de la concha marina que se alza como la voz unánime de nuestros
antepasados. Allí, cualquier espíritu mexicano se vuelve incapaz de librarse de
la conmoción causada por el sonido que repercute punzante en la caja del
cuerpo, suficiente para elaborar y repetir atemporales ecos en los fueros más
internos. De este modo, la música es ese lenguaje entre un alma creadora de
emociones e ideas que exige su reminiscencia sonora (la objetivación, quizás,
de lazos y entrecruzamientos culturales), en la otra que se identifica en el
acto estético, como fin último de esa propia creación. De este modo, a través
de la música, se hermanan y reconocen sentimientos e ideales humanos.
Resulta claro que, en cuanto a representación
de movimiento, la música se asemeja a la literatura. Es decir, dada su propia
naturaleza, de suya es la capacidad de desplegarse en el tiempo con mayor
facilidad. Al punto de llegar, no pocas veces, a trascender los límites de las
capacidades sensoriales impuestas por la percepción del mundo real, que hasta
ahora es el evidente sujeto del espacio-tiempo. La concepción de una tragedia,
una comedia, el acto particular amoroso o el momento exacto de la felicidad, no
son más que unas de las tantas formas en que se manifiesta la continuidad en la
música.
Sé que comencé mi proposición sin antes aceptar
y advertir que lo que me atrevo a escribir no son más que meras opiniones de un
entusiasta y amante sincero del sonido y la palabra. Sin embargo, esto pretende
ser poco más que una especie de abordaje sencillo, dictado más por el amor que
por otra cosa, sobre lo que, en cabeza, nervios y corazón propios, he sentido
cada vez que me sumerjo en los océanos de esas bellísimas manifestaciones del
espíritu humano.
Según la definición clásica, la música es el
arte de combinar sonidos de la voz humana, de instrumentos, o de ambos, a fin
de generar un deleite al conmover la
sensibilidad del hombre. Algunos estudiosos consideran a la música como el arte
más antiguo, tanto como la sociedad humana. Se sabe que la música surge cuando
el hombre empezó a realizar trabajos más complejos, cuando trabajaba en
producir los satisfactores que necesitaba para vivir. El cansancio, la fatiga y
el desgaste físico condujeron al hombre a la necesidad de buscar una forma de
desahogarse, y encontró una salida, quizá inconscientemente, en el canto. El
arqueólogo inglés Steven Mithen sostiene que la música nace paralelamente con
el lenguaje, derivado de los primeros balbuceos del hombre. Además, sumemos que
cuando la humanidad empezaba a trabajar producía sonidos con su cuerpo, al
chocar una piedra con otra, al cortar un árbol o al azotar alguna cosa; de tal
manera que la música cantada germina junto a la música instrumental. En ese
sentido, el hombre, al mismo tiempo que experimentaba sonidos, también empezaba
a inventar una melodía, una música, una canción, que atenuara su atmósfera de
trabajo.
La música fue evolucionando con base en el
desarrollo de los bienes materiales que la sociedad necesitaba para vivir, si
al principio sus cantos fueron acompañados, fundamentalmente, con los más
rudimentarios instrumentos que hoy conocemos como percusiones, pasaron los años
y el hombre se dio cuenta que podía establecer una relación entre lo que
cantaba y lo que podía hacer con las manos, para cautivar y expresar con más
claridad sus ideas y sentimientos. Algunos investigadores afirman que las
civilizaciones antiguas que desarrollaron sus religiones fueron las que más
ayudaron a desarrollar la música, en especial los egipcios y mesopotámicos. No
podemos dejar de lado que, mientras la música instrumental iba progresando, se
generaba la poesía para ser cantada. El vínculo de los desarrollos del canto,
la poesía y los instrumentos que históricamente tuvieron su perfeccionamiento
en Grecia, dieron origen a diversas composiciones como los himnos y epitalamios
que eran cantos para acompañar las bodas o despedir a los muertos.
La música, entonces, surge del pueblo en su
necesidad de amenizar sus actividades cotidianas, de expresar sus emociones e
ideas con ayuda del canto y algunos utensilios para generar un ritmo acorde.
Sin embargo, en los últimos siglos de la Edad Media cuando la música
instrumental pudo desenvolverse, adquiriendo una forma más compleja con la
invención del pentagrama que fue el lenguaje universal de la música, inventado
por Ugolino de Forleni, un italiano entusiasta en el siglo XV. Este hecho
histórico dio a luz a lo que hoy conocemos como música culta, generando vastas
composiciones, por ejemplo, las sinfonías, oberturas, sonatas, música de
cámara, nocturnos u óperas. En ese sentido, si queremos pasar más allá de lo
común y que nuestra cabeza se sumerja en un océano de ideas elevadas que forman
la problemática más honda del ser humano, tenemos que escuchar música clásica.
Escuchar a los grandes compositores y aprender a entenderlos y disfrutar de su
arte; tenemos que oír a Bach, el gran maestro del órgano; hay que oír a Haydn,
Beethoven, Mozart, Chopin, Vivaldi y Brahms; incluso, algunas operas, que son
una exquisita amalgama de teatro, danza, música y canto.
Sin ir tan lejos, empecemos por conocer a
nuestros coterráneos, como es el caso de Silvestre Revueltas quién está a la
altura de Claude Debussy o de Igor Stravinski. Revueltas nació el 31 de
diciembre de 1899 en Papasquiaro, Durango y desde su infancia fue el violín el
instrumento con el que comenzó a desenfundar sus sentimientos e ideas respecto
a la música y la vida. Su disciplina en la composición musical lo llevó a
obtener un lugar en la Rotonda de las personas ilustres, entre muchas razones
posibles, porque su música es un estilo excepcional donde uno siente una
combinación de sonidos y tonos de los rincones más recónditos de nuestra
tierra, reminiscencias prehispánicas mezcladas con amaneceres provinciales y de
crepúsculos que adornan las plazas de los pueblos; como música de feria, de
fiesta patronal en su más elevada expresión. Su música es la de los olvidados,
del México más humilde, la música que guardan en sus entrañas los trabajadores
mineros, es decir, su música nace de los ritmos de la música popular mexicana.
De ahí algunas composiciones como “Esquinas” que expresa la soledad de las
calles de los pueblos; “Ventanas” donde, a través de un ritmo folclórico, nos
llega a liberar la imaginación; y “Alcancías” que hacen alusión a la lucha
contra el poder del dinero. Además, sumémosle “La noche de los mayas” y
“Janitzio”, verdaderos himnos de la cumbre nacionalista.
Grosso modo, podemos decir que la música en
general es una de las bellas artes en donde percibimos los sonidos de la
naturaleza y del hombre: la música de los átomos, de las estrellas, de los
animales, de las plantas, del viento o de la materia que forma este universo,
para que el hombre la perciba y le cause emociones, debe ser transformada.
Otra de
las bellas artes del oído es la literatura. La literatura es la expresión más
bella, más completa y acabada, la profundidad del alma del hombre y los pueblos.
Cuando leemos una novela no encontraremos solo un hecho concreto, sino la
historia de una sociedad o época, que incluso en ocasiones llega a adelantarse a hechos futuros. La
esencia de la literatura consiste en reflejar fielmente la vida del hombre y de
los pueblos con toda su complejidad, con todos sus dolores y sinsabores o con
todas sus alegrías y amores, que no siempre están ajenas al crimen.
Cuando
nos adentramos en la historia de una novela no se nos revela el mensaje con el
solo hecho de pasear los ojos sobre las páginas, el verdadero mensaje es implícito.
Por ejemplo, la novela El amor en tiempos
de cólera de Gabriel García Márquez, relata la historia de Juventino Ariza
y Fermina Daza, dos jóvenes que procuran realizar su vida amorosa a sabiendas
de la diferencia de clase social al que corresponden. El padre de Fermina Daza,
un hombre dedicado al comercio, con actitudes autoritarias y vicios, no acepta
el amorío de su hija, por lo que toma la decisión de apartar a su heredera de
un joven que no tiene un porvenir conveniente. Después de unos años de
exiliada, Fermina regresa al pueblo de Cartagena, donde comprende que su amor
por Florentino se ve menguado, y no encuentra en él más que lástima. Tiempo
después se ve seducida por un médico de alcurnia, con posgrados en el
extranjero y vivificador de sus lujos y prodigios, de nombre Juvenal Urbino. La
historia culmina en que después de cincuenta y un años, nueve meses y cuatro
días, vuelven a reencontrarse para consagrar su amor, en la víspera de la
muerte de Don Juvenal. Esta historia está contextualizada en un pueblo que se
ve amenazado por una azarosa pandemia, que es causada por la pobreza y la
insalubridad en que viven sus pobladores. Una pandemia que dejó estragos entre
los miles de pobres; los cuerpos difuntos amontonados y echados al río y
drenajes; no se puede dudar de que aquellos cadáveres pertenecieron a las masas
trabajadoras, sin el suficiente dinero para sufragar los gastos médicos, ni
contaron con el apoyo de sus gobernantes. Una novela que, en nuestros días,
pareciera que aquel temible monstruo (la pandemia del cólera, hoy el covid-19)
ha cobrado vida, que recorre nuestras calles y hospitales mostrando la
precariedad en que viven millones de mexicanos. En ese sentido, la profundidad
de la novela demuestra que el amor no siempre es más fuerte que los intereses
económicos de las clases en el poder. Si este sentimiento del amor fuera a
prueba de balas, entonces Fermina Daza no hubiese esperado más de medio siglo
para consumar su amor por quien en verdad sentía un profundo sentimiento, y no
hasta la muerte de aquel a quien ella decía amar solo porque le ofrecía
comodidades y seguridad económica.
En suma, las artes del oído deben ser
apreciadas por cada habitante de la tierra, pues la música enriquece al ser
humano por medio de sonidos, del ritmo y de las virtudes propias de la melodía
y la armonía; eleva el nivel cultural por la noble belleza que se desprende de
las obras de arte; reconforta y alegra a quien disfruta de ella, al ejecutante
y al compositor. Sumando a la literatura como expresión del pensamiento humano
bajo determinadas condiciones económicas, sociales, culturales e históricas,
son artes que están ligadas al movimiento y apelan a las principales facultades
humanas: la voluntad, la sensibilidad, el amor, la inteligencia y su capacidad creadora.
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