martes, 12 de enero de 2021

LAS ARTES DEL OÍDO

 

Por: Gerardo Almaraz

No puedo dejar de recordar la emoción tan profunda y bella que me produjo escuchar por primera vez La noche de encantamiento de Silvestre Revueltas, ejecutada por la Orquesta de París. Este cuarto movimiento de la monumental obra La noche de los mayas, hizo sudar al director Kristjan Järvi y a los muchos percusionistas que ahí interpretaban magistralmente la obra. Ellos vibraron intensamente a causa del encantamiento que genera el sonido y sabor mexicano, impregnando, para siempre, a todos aquellos instrumentos que sufrieron esa noche aquella emotiva ejecución.

Que impresionante fue escuchar de pronto el sonido de la concha marina que se alza como la voz unánime de nuestros antepasados. Allí, cualquier espíritu mexicano se vuelve incapaz de librarse de la conmoción causada por el sonido que repercute punzante en la caja del cuerpo, suficiente para elaborar y repetir atemporales ecos en los fueros más internos. De este modo, la música es ese lenguaje entre un alma creadora de emociones e ideas que exige su reminiscencia sonora (la objetivación, quizás, de lazos y entrecruzamientos culturales), en la otra que se identifica en el acto estético, como fin último de esa propia creación. De este modo, a través de la música, se hermanan y reconocen sentimientos e ideales humanos.

Resulta claro que, en cuanto a representación de movimiento, la música se asemeja a la literatura. Es decir, dada su propia naturaleza, de suya es la capacidad de desplegarse en el tiempo con mayor facilidad. Al punto de llegar, no pocas veces, a trascender los límites de las capacidades sensoriales impuestas por la percepción del mundo real, que hasta ahora es el evidente sujeto del espacio-tiempo. La concepción de una tragedia, una comedia, el acto particular amoroso o el momento exacto de la felicidad, no son más que unas de las tantas formas en que se manifiesta la continuidad en la música.

Sé que comencé mi proposición sin antes aceptar y advertir que lo que me atrevo a escribir no son más que meras opiniones de un entusiasta y amante sincero del sonido y la palabra. Sin embargo, esto pretende ser poco más que una especie de abordaje sencillo, dictado más por el amor que por otra cosa, sobre lo que, en cabeza, nervios y corazón propios, he sentido cada vez que me sumerjo en los océanos de esas bellísimas manifestaciones del espíritu humano.

Según la definición clásica, la música es el arte de combinar sonidos de la voz humana, de instrumentos, o de ambos, a fin de generar un deleite al conmover  la sensibilidad del hombre. Algunos estudiosos consideran a la música como el arte más antiguo, tanto como la sociedad humana. Se sabe que la música surge cuando el hombre empezó a realizar trabajos más complejos, cuando trabajaba en producir los satisfactores que necesitaba para vivir. El cansancio, la fatiga y el desgaste físico condujeron al hombre a la necesidad de buscar una forma de desahogarse, y encontró una salida, quizá inconscientemente, en el canto. El arqueólogo inglés Steven Mithen sostiene que la música nace paralelamente con el lenguaje, derivado de los primeros balbuceos del hombre. Además, sumemos que cuando la humanidad empezaba a trabajar producía sonidos con su cuerpo, al chocar una piedra con otra, al cortar un árbol o al azotar alguna cosa; de tal manera que la música cantada germina junto a la música instrumental. En ese sentido, el hombre, al mismo tiempo que experimentaba sonidos, también empezaba a inventar una melodía, una música, una canción, que atenuara su atmósfera de trabajo.

La música fue evolucionando con base en el desarrollo de los bienes materiales que la sociedad necesitaba para vivir, si al principio sus cantos fueron acompañados, fundamentalmente, con los más rudimentarios instrumentos que hoy conocemos como percusiones, pasaron los años y el hombre se dio cuenta que podía establecer una relación entre lo que cantaba y lo que podía hacer con las manos, para cautivar y expresar con más claridad sus ideas y sentimientos. Algunos investigadores afirman que las civilizaciones antiguas que desarrollaron sus religiones fueron las que más ayudaron a desarrollar la música, en especial los egipcios y mesopotámicos. No podemos dejar de lado que, mientras la música instrumental iba progresando, se generaba la poesía para ser cantada. El vínculo de los desarrollos del canto, la poesía y los instrumentos que históricamente tuvieron su perfeccionamiento en Grecia, dieron origen a diversas composiciones como los himnos y epitalamios que eran cantos para acompañar las bodas o despedir a los muertos.

La música, entonces, surge del pueblo en su necesidad de amenizar sus actividades cotidianas, de expresar sus emociones e ideas con ayuda del canto y algunos utensilios para generar un ritmo acorde. Sin embargo, en los últimos siglos de la Edad Media cuando la música instrumental pudo desenvolverse, adquiriendo una forma más compleja con la invención del pentagrama que fue el lenguaje universal de la música, inventado por Ugolino de Forleni, un italiano entusiasta en el siglo XV. Este hecho histórico dio a luz a lo que hoy conocemos como música culta, generando vastas composiciones, por ejemplo, las sinfonías, oberturas, sonatas, música de cámara, nocturnos u óperas. En ese sentido, si queremos pasar más allá de lo común y que nuestra cabeza se sumerja en un océano de ideas elevadas que forman la problemática más honda del ser humano, tenemos que escuchar música clásica. Escuchar a los grandes compositores y aprender a entenderlos y disfrutar de su arte; tenemos que oír a Bach, el gran maestro del órgano; hay que oír a Haydn, Beethoven, Mozart, Chopin, Vivaldi y Brahms; incluso, algunas operas, que son una exquisita amalgama de teatro, danza, música y canto.

Sin ir tan lejos, empecemos por conocer a nuestros coterráneos, como es el caso de Silvestre Revueltas quién está a la altura de Claude Debussy o de Igor Stravinski. Revueltas nació el 31 de diciembre de 1899 en Papasquiaro, Durango y desde su infancia fue el violín el instrumento con el que comenzó a desenfundar sus sentimientos e ideas respecto a la música y la vida. Su disciplina en la composición musical lo llevó a obtener un lugar en la Rotonda de las personas ilustres, entre muchas razones posibles, porque su música es un estilo excepcional donde uno siente una combinación de sonidos y tonos de los rincones más recónditos de nuestra tierra, reminiscencias prehispánicas mezcladas con amaneceres provinciales y de crepúsculos que adornan las plazas de los pueblos; como música de feria, de fiesta patronal en su más elevada expresión. Su música es la de los olvidados, del México más humilde, la música que guardan en sus entrañas los trabajadores mineros, es decir, su música nace de los ritmos de la música popular mexicana. De ahí algunas composiciones como “Esquinas” que expresa la soledad de las calles de los pueblos; “Ventanas” donde, a través de un ritmo folclórico, nos llega a liberar la imaginación; y “Alcancías” que hacen alusión a la lucha contra el poder del dinero. Además, sumémosle “La noche de los mayas” y “Janitzio”, verdaderos himnos de la cumbre nacionalista.

Grosso modo, podemos decir que la música en general es una de las bellas artes en donde percibimos los sonidos de la naturaleza y del hombre: la música de los átomos, de las estrellas, de los animales, de las plantas, del viento o de la materia que forma este universo, para que el hombre la perciba y le cause emociones, debe ser transformada.

             Otra de las bellas artes del oído es la literatura. La literatura es la expresión más bella, más completa y acabada, la profundidad del alma del hombre y los pueblos. Cuando leemos una novela no encontraremos solo un hecho concreto, sino la historia de una sociedad o época, que incluso en ocasiones  llega a adelantarse a hechos futuros. La esencia de la literatura consiste en reflejar fielmente la vida del hombre y de los pueblos con toda su complejidad, con todos sus dolores y sinsabores o con todas sus alegrías y amores, que no siempre están ajenas al crimen.

            Cuando nos adentramos en la historia de una novela no se nos revela el mensaje con el solo hecho de pasear los ojos sobre las páginas, el verdadero mensaje es implícito. Por ejemplo, la novela El amor en tiempos de cólera de Gabriel García Márquez, relata la historia de Juventino Ariza y Fermina Daza, dos jóvenes que procuran realizar su vida amorosa a sabiendas de la diferencia de clase social al que corresponden. El padre de Fermina Daza, un hombre dedicado al comercio, con actitudes autoritarias y vicios, no acepta el amorío de su hija, por lo que toma la decisión de apartar a su heredera de un joven que no tiene un porvenir conveniente. Después de unos años de exiliada, Fermina regresa al pueblo de Cartagena, donde comprende que su amor por Florentino se ve menguado, y no encuentra en él más que lástima. Tiempo después se ve seducida por un médico de alcurnia, con posgrados en el extranjero y vivificador de sus lujos y prodigios, de nombre Juvenal Urbino. La historia culmina en que después de cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días, vuelven a reencontrarse para consagrar su amor, en la víspera de la muerte de Don Juvenal. Esta historia está contextualizada en un pueblo que se ve amenazado por una azarosa pandemia, que es causada por la pobreza y la insalubridad en que viven sus pobladores. Una pandemia que dejó estragos entre los miles de pobres; los cuerpos difuntos amontonados y echados al río y drenajes; no se puede dudar de que aquellos cadáveres pertenecieron a las masas trabajadoras, sin el suficiente dinero para sufragar los gastos médicos, ni contaron con el apoyo de sus gobernantes. Una novela que, en nuestros días, pareciera que aquel temible monstruo (la pandemia del cólera, hoy el covid-19) ha cobrado vida, que recorre nuestras calles y hospitales mostrando la precariedad en que viven millones de mexicanos. En ese sentido, la profundidad de la novela demuestra que el amor no siempre es más fuerte que los intereses económicos de las clases en el poder. Si este sentimiento del amor fuera a prueba de balas, entonces Fermina Daza no hubiese esperado más de medio siglo para consumar su amor por quien en verdad sentía un profundo sentimiento, y no hasta la muerte de aquel a quien ella decía amar solo porque le ofrecía comodidades y seguridad económica.

En suma, las artes del oído deben ser apreciadas por cada habitante de la tierra, pues la música enriquece al ser humano por medio de sonidos, del ritmo y de las virtudes propias de la melodía y la armonía; eleva el nivel cultural por la noble belleza que se desprende de las obras de arte; reconforta y alegra a quien disfruta de ella, al ejecutante y al compositor. Sumando a la literatura como expresión del pensamiento humano bajo determinadas condiciones económicas, sociales, culturales e históricas, son artes que están ligadas al movimiento y apelan a las principales facultades humanas: la voluntad, la sensibilidad, el amor, la inteligencia y su capacidad creadora.

 

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