Gerardo Almaraz
El cine como una fábrica de sueños inventada por el hombre sigue siendo
expresión de una sociedad que se debate entre sus evidentes y trágicas
contradicciones, una industria que transita curiosamente a través del
espectáculo o lo nítidamente artístico. O, dicho de modo distinto, ¿será el
cine una máquina infinita de ficciones o un retrato modesto de nuestra
realidad? Interrogante que todos los amantes del cine se esfuerzan por
desentrañar, porque en el terreno de las expresiones artísticas todo es
relativo.
De antemano debo reconocer
mis limitaciones en el análisis profesional del cine, mismas que no me permiten
dar una respuesta profundamente crítica y completa; más bien, como reza el
refrán “más vale sencillez y decoro, que mucho oro”, me atendré a una opinión
guiada solo por el entusiasmo que me genera el cine.
Veamos. El cine surge como industria
en Francia con la mira ingenua de ofrecer al público sencillo, en las ferias,
un espectáculo desconocido. Con los primeros balbuceos del lenguaje cinematográfico
y la mezcla del teatro, existió además un grupo de inversionistas que se
interesaron en el desarrollo de este nuevo invento teniendo muy claro el riesgo
que representaba para su capital el destinar cuantiosos recursos en este
inusual tipo de entretenimiento. Para su buena fortuna, lo que en principio fue
curiosidad pronto se volvió una necesidad. Y es que a inicios del siglo XX,
tanto la clase obrera como la clase media encontraron en el cine un nuevo
distractor cómodo y moderno para olvidar por un momento sus interminables y mal
pagadas jornadas laborales. De ahí que se produjeran centenares de películas en
los años consecutivos, creando, además, un hábito consumista de los films, que
provocaría una ansiedad severa por la angustia de la espera de estrenos. Los
fieles espectadores comenzaron a abarrotar salas durante la semana en que se proyectarían
en la pantalla las nuevas andanzas de sus héroes o heroínas favoritos, en
quienes veían reflejados sus propios anhelos y esperanzas, como si se tratase
de un rompimiento momentáneo de la vida monótona. Para
fomentar esta necesidad, los manipuladores de este nuevo mercado se dedicaron
tanto a la creación de personajes familiares como a la conformación de los
géneros (acción, aventura, comedia, policiaco, romántico, suspenso, terror,
etc.) en que se podía organizar la recién creada mercancía cinematográfica.
En sus primeras décadas el cine hizo recorrer por el mundo nombres como
Charles Chaplin, John Wayne, Elizabeth Taylor, Marlon Brando o Marilyn Monroe,
y con ellos los sellos de las principales industrias: Paramount, Century Fox,
Warner Bros, etc. En la búsqueda de mejorar el comercio del cine, las
industrias fueron capaces de hacer inversiones ostentosas, por ejemplo, en 1925
se estrenó la película Ben-Hur de Fred
Niblo cuya inversión superó los cuatro millones de dólares, cifras impensables
para la época: el film contó con una producción impresionante dotada de la
mejor tecnología de su tiempo, con un número nunca visto de cámaras, con una cantidad
enorme de extras y significativos escenarios que lograron impresionar (y siguen
impresionando) a cualquier espectador. Las industrias producían y producían
películas como si fueran una “máquina de fabricar salchichas”, tal como lo
dijera Von Stroheim. Repetían los mismos temas porque le apostaban a lo seguro,
aunque eso les costara alejarse de la originalidad o acabarían por aburrir a su
público. Es totalmente justo decir que el cine para los grandes inversionistas
significaba espectáculo, moda, mercancía y un medio más para propagar su
ideología como en sus inicios lo fueron el periódico y la radio.
Pero también está la otra mirada del cine, una más modesta y casi
imperceptible por la gran masa del público. Esa que le apostaba menos al
espectáculo y daba más importancia a las cuestiones estéticas. Preocupada por
expresar un mensaje real, profundo, más humano o al menos que se proponía retratar
a la sociedad tal cual es. Aquí se encuentra, entre muchos otros directores, el
gran cineasta italiano Paolo Posolini que concebía a este arte como la
expresión de la realidad mediante la propia realidad. Era el tipo de cine que
creaba vanguardias artísticas, escuelas y una cinematografía experimental que
rayaba en contenidos verdaderamente abstractos. Películas como Los olvidados de Luis Buñuel, El séptimo sello de Ingmar Bergman, El acorazado Potemkin de Sergei
Eisenstein o Vivir de Akira Kurusawa,
fueron realizaciones que tomaron el camino opuesto a los cánones de la
monstruosa industria comercial de Hollywood.
Sin embargo, sucede que en nuestra actualidad la relación que sostenemos
frente a las dos visiones o enfoques de hacer cine, sigue siendo, en cierta
medida, la misma que en años atrás lo fueron para las primeras generaciones. El
cine comercial continúa imponiendo su imperiosa desvirtualización de la
realidad en los millones de espectadores, condicionado por presiones del
mercado, impulsado por pequeñas y poderosas élites de empresarios
multimillonarios que existen bajo la forma de sociedades anónimas.
Y como gran parte
del cine comercial se ha enraizado en las masas populares, bajo las premisas
impuestas por los productores industriales, el público no sabe a ciencia cierta
qué es lo que quiere o lo que podría ver a través del arte cinematográfico, por
tanto, hay que ofrecerle espectáculo, lo rentable, sin importar que se
regularice la proyección de cintas de contenido superfluo o banal. De ahí que
la lista de los films más costosos y taquilleros la lideren las películas de
superhéroes; personajes que normalmente poseen habilidades sobrehumanas y
cintas que hacen gala de un abuso excesivo de la fantasía, un mal que – como el
teórico del arte Arnold Hauser apuntaba- puede ser tan dañino como la mentira a
la que arrastran a los hombres al proponerles los temas del destino romántico,
una mentira que promete liberar a los espectadores de la llana y prosaica existencia.
A mi juicio, el cine es arte cuando cuida con celo la verosimilitud de
su contenido. Cervantes en su monumental obra Don Quijote de la Mancha, critica los libros que abusaban de la
fantasía donde exponían un mundo totalmente distorsionado de la realidad, muchos
de estos eran los libros de caballería; el manchego logró conquistar el interés
del lector con historias amenas, con un profundo contenido humano, con
narraciones críticas, aleccionadoras y maravillosas, envueltas en la ficción
caballeresca, procurando siempre mantenerlas en la esfera de lo razonable, de
modo que se asimilara lo verosímil en el marco de la ficción literaria. A esta
razón decía “la mentira es mejor cuanto más parece verdadera y tanto más agrada
cuando tiene más de los dudoso y posible”.
Resta preguntarnos entonces ¿toda producción del cine comercial carece
de arte? o ¿el cine artístico puede sucumbir frente al de espectáculo? Es
evidente que la respuesta para ambas cuestiones es relativa. En primer lugar,
porque en la historia del cine existen películas que, aunque tienen el objetivo
principal del entretenimiento, un producto comercial, su contenido y su
narración pueden llegar a ser una obra de arte admirable, por ejemplo: Lo que el viento se llevó, Psicosis,
El ciudadano Kane o El padrino, por
mencionar solo algunas. En segundo lugar, también existe cine que se propone
generar una reflexión, o con sutil cuidado hacer una aguda crítica, aunque su
éxito se haya debido a la gran industria cinematográfica, por ejemplo, Tiempos modernos, Espartaco, El último emperador, Cinema Paradiso, etc.
En fin, en el
marco del régimen capitalista en que vivimos, no debemos olvidar que el cine es
una industria cultural que persigue la máxima ganancia en favor de las
empresas, además de perpetuar la ideología dominante. Pero entendido el cine no
solo como entretenimiento o distracción, sino como una expresión de la realidad
social, me pronuncio preferentemente en favor del cine como obra artística en
donde el hombre y la mujer puedan ver reflejada su realidad, un cine con
simbolismos, mensajes y un contenido profundo que de manera inteligente invite
a la reflexión; un cine en dónde se exalten los valores y los anhelos más altos
de la humanidad como pueden ser el amor, la amistad, la lealtad, la
solidaridad, la libertad, la justicia, el trabajo, la lucha revolucionaria y,
de esta forma, se cultive en el público la imperiosa necesidad de construir un
mundo mejor.
0 comentarios:
Publicar un comentario