domingo, 11 de abril de 2021

LEER: UN HÁBITO NECESARIO

 

Gerardo Almaraz

               Hace más de un siglo, en 1920, impulsada por José Vasconcelos, dio inicio en nuestro país la cruzada educativa contra el analfabetismo; considerada una de las más serias y memorables tareas que se haya emprendido en México, por la claridad de sus objetivos y los medios que planteó necesarios para lograr la alfabetización de la población en una época donde la pobreza e ignorancia se manifestaban incluso en la indigente vestimenta de sus habitantes; imbuidos estos, de un ambiente árido donde la necesidad material obligaba a pensar más en el pan que en la palabra.  Las Misiones Culturales que puso en práctica en 1924 lograron llevar el alfabeto a los lugares más recónditos de nuestras montañas; estas ahora nos miran desde la lejanía del tiempo con languidez pues hasta hoy nuestro México no consigue aún remontar el valle de la oscuridad y la ignorancia. Nuestro país no es de lectores.

              En las actividades culturales organizadas por Vasconcelos llevadas a las provincias en el marco de dicha cruzada educativa, el libro era visto como un objeto cultural demasiado raro, caro e inaccesible.  Ya ha pasado un siglo pero los libros siguen siendo raros y caros. Esta tentativa para formar letrados, críticos y científicos, trató de dotar con esa insustituible herramienta a una parte de la población, pero todo quedó en un experimento - como dice el político, profesor y psicólogo argentino Aníbal Ponce en su libro Educación y lucha de clases-  la educación ha quedo perfilada al servicio de los intereses de la clase política en el poder. De ahí que el acceso a la cultura y las artes a través de la lectura esté sin abrirse, empolvada, en el olvido por el desinterés que el mismo sistema económico provoca.

Actualmente México ha superado en buena medida el analfabetismo, aunque no totalmente, por tanto, seguimos sufriendo una epidemia crónica, una enfermedad provocada por la ignorancia, que induce a evitar los libros, un padecimiento que nos ciega y nos vuelve sordos: la falta de hábito a la lectura.

             Los griegos consideraban el hábito como la repetición de un acto, sin embargo, para poder hacer de la lectura una práctica constante se necesita primeramente tener a la mano los medios básicos, al menos en este caso, los libros al alcance. Y este es un problema multifactorial (económico, político, cultural o pedagógico), que ha construido un muro contra el que frecuentemente nos estrellamos y nos impide acceder al conocimiento, al fecundo enriquecimiento intelectual que producen las lecturas, el viajar interminablemente, la recreación de vivencias, las alas, la libertad, el desarrollo de la conciencia y la formación del pensamiento crítico.          

El acto de leer pone en marcha un mecanismo mental, afectivo y emocional. En su libro La invención de lo cotidiano, dijo el filósofo e historiador francés Michel Certeau, que los lectores son viajeros: circulan sobre las tierras del prójimo, nómadas que cazan furtivamente a través de los campos que ellos no han escrito, que roban los bienes de Egipto para disfrutarlos. Ante esta afirmación, podemos declarar que gran parte de los mexicanos ni a simples peregrinos llegamos: más del 70 por ciento de la población no lee un solo libro al año, entre los cuales, se reparten los analfabetos y los que no quieren o no pueden hacerlo. Esta falta de interés o deseo por leer, no es casual. El gusto por la lectura es una satisfacción reservada solo para los privilegiados que desde su infancia tuvieron las condiciones materiales y un entorno favorable que les facilitó el acceso al conocimiento y a los libros, además de tener quién los guiara por ese sendero, por tanto, no forman parte en estas lastimosas estadísticas. Pero para la gran mayoría de la población donde el ingreso económico de su familia se destina en los bienes de primera necesidad como comida, ropa o calzado; los libros les están negados, por ende, esa población forma parte de los índices estadísticos que exhiben la pobreza espiritual de nuestra patria.

                 A menudo se piensa que la escuela suple la necesidad de adquirir libros, porque los que se estudian y los que se albergan en la biblioteca escolar, son suficientes. Sin embargo, ha sucedido lo contrario. Aunque, algunas escuelas afortunadas cuentan con un acervo de libros, no satisfacen las necesidades ni logran provocar el hábito y la sed de saber; de aprender. Una de las principales causas se debe a que la mayoría de los educadores carecen del interés y el gusto de la lectura -ya no digamos hábito-. Pero no hace falta ir tan lejos, ¿cuántos de nuestros maestros, en los diferentes grados que hemos cursado, nos han motivado para ingresar al mundo de la literatura?, ¿cuántos de ellos nos leían con la elocuencia, la sonoridad y recreaban con vehemencia los gestos y ademanes que exigen los textos?, ¿alguna vez nos contaron que la bella Sherezada puso fin al exterminio de mujeres que instaló el Rey Sahriyar como venganza por la infidelidad que había sufrido? Sherezada lo hizo con un arma filosa como una daga, esta era la virtud de poder entretener y contar durante  mil y una noches las historias que había adquirido en  los más de mil libros que poseía. Este hallazgo literario es un grano de oro, una motivación hacia el umbral del conocimiento.

                    No recuerdo que haya presenciado una vez en mi vida la imagen viva de un educador predicando el amor a la lectura, aunque seguramente habrá instructores que sí lo han hecho, no lo dudo. Mas los que fueron indiferentes ante la tarea de formar en sus alumnos un pensamiento crítico, han desencadenado ideas erróneas como aquella de que solo ellos entenderán la necesidad de leer, de aprender a escribir y a gesticular bien el lenguaje, mientras los adultos ya no necesitan eso, porque estos ya saben, aprendieron lo necesario y no necesitan más. Como si solamente aprender a leer y escribir sirviera para tareas concretas, tales como leer anuncios o saber a qué camión subirse. No solo ha sido nuestra condición económica y la falta de convicción de los profesionales encargados de nuestra educación, el provocar el desinterés a la lectura, sino que también se debe, en gran parte, a las estériles y erróneas políticas educativas que, en vez de propiciar el hábito a la lectura, nos alejan más de ella, pues las condiciones económicas de nuestro país restringen el florecimiento de programas educativos que desarrollen de manera integral al individuo.            

                   Algunos otros errores los podemos ver plasmados en los planes de estudio que enseña el sistema educativo nacional. Desde nuestra enseñanza primaria, se nos ha privado de una lectura a nuestro alcance; lo que se nos ha dado hasta la fecha es una lectura raquítica, sin sentido, vacía, hueca e intrascendente. Muchas veces frenando la imaginación del infante, tan prolija, exploradora y creadora; limitándola a la simplicidad de algunos textos. Sin embargo, en alguna época fue distinto, la Secretaria de Educación editó libros que contenían un compendio de autores clásicos para niños, que exponían las obras cumbres de la literatura mundial y las propias de nuestro continente. Se editaron las leyendas, los mitos, los descubrimientos de América, en voz de Mediz Bolio, Salvador Novo y otros cultísimos escritores de pluma mexicana. Pero no duró mucho tiempo. Los intereses de la clase en el poder llevaron a reproducir textos más sencillos que hasta nuestros días siguen atrofiando la imaginación, inteligencia y pensamiento de nuestros niños.

                   En su libro “Leer o no leer. Libros, lectores y lectura en México”, José Embarcadero hace un análisis profundo de la crisis de la lectura en nuestro país. El panorama que expone es desalentador, quizá para algunos no es sorprendente pues vivimos y constatamos a diario semejante pesadilla. El autor menciona que uno de los factores que afecta al fomento de la lectura es que en todo el territorio nacional el 95 % de los municipios no cuenta con librerías; aunado a esto, las bibliotecas públicas –que para muchos es una alternativa imprescindible para acceder a la cultura o historia de nuestro entorno- adolecen de dos cosas: no cuentan con un acervo suficiente de obras y, por otro lado, de la pocas que hay en el país, funcionan con irregularidad o permanecen totalmente abandonadas. Cuando pensamos en una biblioteca municipal se nos viene a la mente la idea de un almacén de libros viejos. Son muy contadas las ciudades donde podemos encontrar librerías y bibliotecas accesibles al público, por ejemplo en la Ciudad de México, una de las principales, debido a la riqueza económica que produce para el país.        

                En suma, los numerosos programas que tienen como objetivo el fomento de la lectura, terminan en fracaso. ¿Por qué? Desde mi punto de vista se debe a que no han atendido el problema de fondo, que es de carácter económico y político. Si una familia tuviera el ingreso económico suficiente para satisfacer no solo sus necesidades básicas como la alimentación, vestido, calzado, transporte, etc., podría tener un mayor acceso a la literatura, la cultura y el arte; situación que se reforzaría si las librerías estuvieran al alcance de los lectores y las bibliotecas públicas tuvieran las condiciones materiales así como la cantidad y calidad de obras publicadas; asimismo si en la escuela los programas de estudio incluyeran la literatura de los clásicos y lecturas científicas de calidad, solo hasta entonces las políticas educativas podrían tener alguna base material para predecir algún éxito. Sin embargo, la lamentable situación en que se encuentra nuestro sistema educativo, la falta de acceso a la cultura y el nulo impulso al conocimiento y la lectura, son consecuencia inevitable de una política de Estado que privilegia los intereses de las clases dominantes por encima de los intereses de las clases trabajadoras: un pueblo inculto es más fácil de manipular y someter.

            Como vemos, bajo el modelo económico capitalista en que vivimos será difícil que nos libremos de la ignorancia en la que se nos obliga a permanecer. Por eso debemos de ver en la lectura una acción rebelde, el principio de libertad que nos encamina a conocer y sentir nuestra realidad, a no conformarnos con ella. Leer también nos permite confrontar el mundo conocido, sus creencias, sus valores, lo que se considera verdadero o posible. En este sentido, la lectura es una fuente insustituible de experiencias, reflexión y conocimiento sobre el mundo, la sociedad y el individuo mismo. Los trabajadores debemos ver a la lectura también como una herramienta para documentarnos sobre un acontecimiento social, para entonces, de la información que adquirimos, poder discriminar las maniobras y la manipulación; así, por ejemplo, juzgaríamos con mayor facilidad las miles de noticias falsas (fake news) que a diario se publican y con las cuales nos bombardean en los múltiples medios de comunicación, como aquel delirio conspirativo que afirma que al recibir la vacuna contra el covid-19 nos introducirán un chip para controlar nuestras vidas. ¡Basura!  

Los trabajadores solo podremos desprendernos de estos miles de infundios, si tomamos conciencia de la necesidad de adquirir el hábito de la lectura, de leer y estudiar para conocer mejor nuestra realidad y podamos así transformarla en nuestro beneficio. Sin duda, el estudio y la lectura son herramientas insustituibles para la transformación del individuo y su entorno, una forma más de protesta en contra de las precarias condiciones de vida a las que el régimen capitalista nos ha sometido. Comencemos el cambio haciendo de la lectura un hábito.   

 

 

 

 

 

 

 

 

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