Gerardo Almaraz
Hace más de un siglo, en 1920, impulsada
por José Vasconcelos, dio inicio en nuestro país la cruzada educativa contra el
analfabetismo; considerada una de las más serias y memorables tareas que se
haya emprendido en México, por la claridad de sus objetivos y los medios que planteó
necesarios para lograr la alfabetización de la población en una época donde la pobreza
e ignorancia se manifestaban incluso en la indigente vestimenta de sus
habitantes; imbuidos estos, de un ambiente árido donde la necesidad material obligaba
a pensar más en el pan que en la palabra. Las Misiones Culturales que puso en práctica
en 1924 lograron llevar el alfabeto a los lugares más recónditos de nuestras montañas;
estas ahora nos miran desde la lejanía del tiempo con languidez pues hasta hoy
nuestro México no consigue aún remontar el valle de la oscuridad y la
ignorancia. Nuestro país no es de lectores.
En las actividades culturales
organizadas por Vasconcelos llevadas a las provincias en el marco de dicha
cruzada educativa, el libro era visto como un objeto cultural demasiado raro,
caro e inaccesible. Ya ha pasado un siglo
pero los libros siguen siendo raros y caros. Esta tentativa para formar letrados,
críticos y científicos, trató de dotar con esa insustituible herramienta a una
parte de la población, pero todo quedó en un experimento - como dice el político,
profesor y psicólogo argentino Aníbal Ponce en su libro Educación y lucha de clases- la educación ha quedo perfilada al servicio de
los intereses de la clase política en el poder. De ahí que el acceso a la
cultura y las artes a través de la lectura esté sin abrirse, empolvada, en el
olvido por el desinterés que el mismo sistema económico provoca.
Actualmente
México ha superado en buena medida el analfabetismo, aunque no totalmente, por
tanto, seguimos sufriendo una epidemia crónica, una enfermedad provocada por la
ignorancia, que induce a evitar los libros, un padecimiento que nos ciega y nos
vuelve sordos: la falta de hábito a la lectura.
Los griegos consideraban el hábito como la repetición de un acto, sin
embargo, para poder hacer de la lectura una práctica constante se necesita
primeramente tener a la mano los medios básicos, al menos en este caso, los
libros al alcance. Y este es un problema multifactorial (económico, político, cultural
o pedagógico), que ha construido un muro contra el que frecuentemente nos
estrellamos y nos impide acceder al conocimiento, al fecundo enriquecimiento
intelectual que producen las lecturas, el viajar interminablemente, la
recreación de vivencias, las alas, la libertad, el desarrollo de la conciencia
y la formación del pensamiento crítico.
El
acto de leer pone en marcha un mecanismo mental, afectivo y emocional. En su
libro La invención de lo cotidiano,
dijo el filósofo e historiador francés Michel Certeau, que los lectores son
viajeros: circulan sobre las tierras del prójimo, nómadas que cazan
furtivamente a través de los campos que ellos no han escrito, que roban los
bienes de Egipto para disfrutarlos. Ante esta afirmación, podemos declarar que gran
parte de los mexicanos ni a simples peregrinos llegamos: más del 70 por ciento
de la población no lee un solo libro al año, entre los cuales, se reparten los
analfabetos y los que no quieren o no pueden hacerlo. Esta falta de interés o deseo
por leer, no es casual. El gusto por la lectura es una satisfacción reservada
solo para los privilegiados que desde su infancia tuvieron las condiciones
materiales y un entorno favorable que les facilitó el acceso al conocimiento y
a los libros, además de tener quién los guiara por ese sendero, por tanto, no forman
parte en estas lastimosas estadísticas. Pero para la gran mayoría de la
población donde el ingreso económico de su familia se destina en los bienes de
primera necesidad como comida, ropa o calzado; los libros les están negados, por
ende, esa población forma parte de los índices estadísticos que exhiben la pobreza
espiritual de nuestra patria.
A menudo se piensa que la escuela suple
la necesidad de adquirir libros, porque los que se estudian y los que se albergan
en la biblioteca escolar, son suficientes. Sin embargo, ha sucedido lo
contrario. Aunque, algunas escuelas afortunadas cuentan con un acervo de libros,
no satisfacen las necesidades ni logran provocar el hábito y la sed de saber;
de aprender. Una de las principales causas se debe a que la mayoría de los
educadores carecen del interés y el gusto de la lectura -ya no digamos hábito-.
Pero no hace falta ir tan lejos, ¿cuántos de nuestros maestros, en los diferentes
grados que hemos cursado, nos han motivado para ingresar al mundo de la
literatura?, ¿cuántos de ellos nos leían con la elocuencia, la sonoridad y
recreaban con vehemencia los gestos y ademanes que exigen los textos?, ¿alguna
vez nos contaron que la bella Sherezada puso fin al exterminio de mujeres que instaló
el Rey Sahriyar como venganza por la infidelidad que había sufrido? Sherezada
lo hizo con un arma filosa como una daga, esta era la virtud de poder
entretener y contar durante mil y una
noches las historias que había adquirido en los más de mil libros que poseía. Este
hallazgo literario es un grano de oro, una motivación hacia el umbral del
conocimiento.
No recuerdo que haya presenciado una
vez en mi vida la imagen viva de un educador predicando el amor a la lectura,
aunque seguramente habrá instructores que sí lo han hecho, no lo dudo. Mas los que
fueron indiferentes ante la tarea de formar en sus alumnos un pensamiento
crítico, han desencadenado ideas erróneas como aquella de que solo ellos entenderán
la necesidad de leer, de aprender a escribir y a gesticular bien el lenguaje,
mientras los adultos ya no necesitan eso, porque estos ya saben, aprendieron lo
necesario y no necesitan más. Como si solamente aprender a leer y escribir
sirviera para tareas concretas, tales como leer anuncios o saber a qué camión
subirse. No solo ha sido nuestra condición económica y la falta de convicción
de los profesionales encargados de nuestra educación, el provocar el desinterés
a la lectura, sino que también se debe, en gran parte, a las estériles y
erróneas políticas educativas que, en vez de propiciar el hábito a la lectura,
nos alejan más de ella, pues las condiciones económicas de nuestro país
restringen el florecimiento de programas educativos que desarrollen de manera
integral al individuo.
Algunos otros errores los
podemos ver plasmados en los planes de estudio que enseña el sistema educativo
nacional. Desde nuestra enseñanza primaria, se nos ha privado de una lectura a
nuestro alcance; lo que se nos ha dado hasta la fecha es una lectura raquítica,
sin sentido, vacía, hueca e intrascendente. Muchas veces frenando la imaginación
del infante, tan prolija, exploradora y creadora; limitándola a la simplicidad de
algunos textos. Sin embargo, en alguna época fue distinto, la Secretaria de
Educación editó libros que contenían un compendio de autores clásicos para niños,
que exponían las obras cumbres de la literatura mundial y las propias de
nuestro continente. Se editaron las leyendas, los mitos, los descubrimientos de
América, en voz de Mediz Bolio, Salvador Novo y otros cultísimos escritores de pluma
mexicana. Pero no duró mucho tiempo. Los intereses de la clase en el poder
llevaron a reproducir textos más sencillos que hasta nuestros días siguen
atrofiando la imaginación, inteligencia y pensamiento de nuestros niños.
En su libro “Leer o no leer. Libros, lectores y lectura
en México”, José Embarcadero hace un análisis profundo de la crisis de la
lectura en nuestro país. El panorama que expone es desalentador, quizá para algunos
no es sorprendente pues vivimos y constatamos a diario semejante pesadilla. El
autor menciona que uno de los factores que afecta al fomento de la lectura es que
en todo el territorio nacional el 95 % de los municipios no cuenta con librerías;
aunado a esto, las bibliotecas públicas –que para muchos es una alternativa
imprescindible para acceder a la cultura o historia de nuestro entorno-
adolecen de dos cosas: no cuentan con un acervo suficiente de obras y, por otro
lado, de la pocas que hay en el país, funcionan con irregularidad o permanecen
totalmente abandonadas. Cuando pensamos en una biblioteca municipal se nos
viene a la mente la idea de un almacén de libros viejos. Son muy contadas las
ciudades donde podemos encontrar librerías y bibliotecas accesibles al público,
por ejemplo en la Ciudad de México, una de las principales, debido a la riqueza
económica que produce para el país.
En suma,
los numerosos programas que tienen como objetivo el fomento de la lectura,
terminan en fracaso. ¿Por qué? Desde mi punto de vista se debe a que no han
atendido el problema de fondo, que es de carácter económico y político. Si una
familia tuviera el ingreso económico suficiente para satisfacer no solo sus
necesidades básicas como la alimentación, vestido, calzado, transporte, etc., podría
tener un mayor acceso a la literatura, la cultura y el arte; situación que se
reforzaría si las librerías estuvieran al alcance de los lectores y las
bibliotecas públicas tuvieran las condiciones materiales así como la cantidad y
calidad de obras publicadas; asimismo si en la escuela los programas de estudio
incluyeran la literatura de los clásicos y lecturas científicas de calidad,
solo hasta entonces las políticas educativas podrían tener alguna base material
para predecir algún éxito. Sin embargo, la lamentable situación en que se
encuentra nuestro sistema educativo, la falta de acceso a la cultura y el nulo
impulso al conocimiento y la lectura, son consecuencia inevitable de una
política de Estado que privilegia los intereses de las clases dominantes por
encima de los intereses de las clases trabajadoras: un pueblo inculto es más
fácil de manipular y someter.
Como vemos, bajo el modelo
económico capitalista en que vivimos será difícil que nos libremos de la ignorancia
en la que se nos obliga a permanecer. Por eso debemos de ver en la lectura una
acción rebelde, el principio de libertad que nos encamina a conocer y sentir
nuestra realidad, a no conformarnos con ella. Leer también nos permite
confrontar el mundo conocido, sus creencias, sus valores, lo que se considera
verdadero o posible. En este sentido, la lectura es una fuente insustituible de
experiencias, reflexión y conocimiento sobre el mundo, la sociedad y el individuo
mismo. Los trabajadores debemos ver a la lectura también como una herramienta
para documentarnos sobre un acontecimiento social, para entonces, de la
información que adquirimos, poder discriminar las maniobras y la manipulación; así,
por ejemplo, juzgaríamos con mayor facilidad las miles de noticias falsas (fake news) que a diario se publican y
con las cuales nos bombardean en los múltiples medios de comunicación, como aquel
delirio conspirativo que afirma que al recibir la vacuna contra el covid-19 nos
introducirán un chip para controlar nuestras vidas. ¡Basura!
Los
trabajadores solo podremos desprendernos de estos miles de infundios, si tomamos
conciencia de la necesidad de adquirir el hábito de la lectura, de leer y estudiar
para conocer mejor nuestra realidad y podamos así transformarla en nuestro
beneficio. Sin duda, el estudio y la lectura son herramientas insustituibles para
la transformación del individuo y su entorno, una forma más de protesta en
contra de las precarias condiciones de vida a las que el régimen capitalista
nos ha sometido. Comencemos el cambio haciendo de la lectura un hábito.
0 comentarios:
Publicar un comentario