Por: Ulises Bracho
En una economía capitalista como la nuestra son los obreros,
empleados, técnicos y demás trabajadores asalariados de las diferentes áreas
que componen una empresa, fábrica o taller, quienes con su fuerza de trabajo y
experiencia laboral ponen en movimiento las máquinas y transforman la materia
prima en una mercancía que contiene ahora un nuevo valor, mismo que sirve para
el pago de salarios y para acrecentar la riqueza del patrón; de esta manera el
obrero vende su fuerza de trabajo para generar la ganancia que se apropia el
dueño de la empresa para incrementar su capital; a cambio de ello, los
trabajadores reciben salarios de hambre que los obligan a vivir en la miseria,
en hacinamientos donde carecen de servicios, seguridad y desarrollo social.
En un
informe reciente, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) indicó que en el país existen millones de
trabajadores que laboran más de 11 horas diarias. En este sentido, la
Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), nos coloca
como la nación en donde los trabajadores laboran las jornadas más extensas de
los 36 países que la conforman. La clase obrera mexicana labora entonces
prolongadas jornadas de trabajo para generar gigantescas ganancias en favor de
la clase patronal; labora prolongadas
jornadas de trabajo con horas extras que muchas veces no son pagadas conforme a
la ley; y cuanto más ahora, tras los devastadores efectos producidos por la
pandemia, la situación laboral que viven los trabajadores es aún peor. ¿Con el
salario que ganan es suficiente para disfrutar de una vida digna?
Según
un artículo de la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE), el 60.7 por
ciento de los trabajadores mexicanos ganan entre uno y dos salarios mínimos, es
decir, entre 3 mil 596 y 7 mil 393 pesos mensuales. ¿Qué son 3 mil 500 pesos mensuales
para un padre de familia?, ¿alcanza para la alimentación, agua, luz, gas, vestido,
calzado, vivienda, transporte, educación, salud y recreación que requiere una
familia? No. Los salarios en México son salarios de pobreza. Tan solo el gasto
que se destina a la alimentación, por ejemplo al consumo de carne que, en
promedio, es de 670 pesos al mes, seguido de los cereales con 500 pesos,
embutidos y lácteos 350 pesos, y verduras con 350 pesos mensuales, productos
que oficialmente contiene la canasta básica, nos arroja un monto total de mil 870
pesos mensuales. Esto quiere decir, que un padre de familia que gana el salario
promedio mensual destina el 46 por ciento del ingreso a la alimentación, y aunque
pudiera parecer que le resta poco más del 50 por ciento para destinarlo a otros
gastos o necesidades, no es así. El salario mínimo actual solo alcanza para
adquirir 1.3 canastas alimentarias cuyo contenido es suficiente para satisfacer
las necesidades de una sola persona,
pero no para satisfacer las necesidades alimenticias de una familia de cuatro
integrantes y cuanto menos para cubrir otros gastos no alimentarios. Además,
dicha canasta solo trata de priorizar la hambruna (de requerimiento
energético), no de la alimentación decente y saludable.
Entonces, ganar
el pan de cada día en México no es igual que en otras naciones, por eso el
obrero mexicano requiere laborar más horas de trabajo para poder cubrir el
costo de la alimentación y “supervivencia” de su familia. Pero, además, los
trabajadores sufren sobreexplotación e incremento en sus cargas de trabajo,
pésimas condiciones para laborar, muchas veces sin adecuadas medidas de
seguridad e higiene, es decir, en un entorno que garantice la integridad del
trabajador en el desarrollo de sus actividades. Erika Villavicencio Ayub,
especialista en psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM), señaló que en el país el 85 por ciento de las empresas genera malas
condiciones de trabajo, lo que deriva en la aparición de trastornos físicos,
psicológicos y de relaciones interpersonales.
Otro problema importante que
enfrentan los trabajadores es la falta de seguridad social. En términos generales,
de los 57 millones 700 mil personas que integran el mercado laboral, solo 32
millones 600 mil son asalariados, de los cuales únicamente 20 millones 175 mil
están inscritos al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y 2 millones 748
mil al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del
Estado (ISSSTE), por tanto, 9 millones 677 mil de ellos quedan fuera de las
estadísticas de la seguridad social. Además, los restantes que son más de 20
millones de personas, pertenecientes a la economía informal, carecen de
cualquier tipo de protección social.
En suma,
es evidente que con ingresos miserables un jefe de familia no puede satisfacer
sus necesidades básicas de alimentación, casa, vestido, transporte, servicios
urbanos, educación, salud y mucho menos diversiones y descanso. Por más que
tenga la posibilidad de tener dos trabajos o labore horas extras, solo le
alcanza para mal comer y vivir en la pobreza.
Estas son algunas de las causas por las que los
obreros y la mayoría de los trabajadores están inconformes y su malestar vaya en
aumento. Este descontento es totalmente justificado porque ellos producen toda la
riqueza social que existe en nuestro país pero no disponen de ella. Por esta
razón, tienen derecho a exigir mejores condiciones de vida, más acorde a su permanente esfuerzo; de luchar
por aumentar sus salarios y mejorar sus condiciones laborales. Tienen, pues, el
derecho y la necesidad de luchar por una vida digna para él y su familia.
Pero un
obrero solo, aislado, no lo puede hacer; no tiene ninguna posibilidad ni perspectiva
de resolver sus problemas: si en solitario protesta por su situación y exige un
mejor salario y condiciones de trabajo, lo menos que puede ocurrir es que lo
amonesten y lo castiguen, lo cambien de turno, lo pasen a un trabajo más
pesado, le quiten el tiempo extra o lo suspendan; pero lo que ocurre con mayor
frecuencia es que lo despiden de la fábrica, porque sus reclamos pueden
fácilmente extenderse al resto de sus compañeros. Se convierte en un elemento
que atenta contra los sagrados intereses de la empresa ya que cualquier mejoría
para el trabajador significa una reducción en las ganancias del patrón.
Por eso el único camino que tienen los
trabajadores para defender sus derechos laborales es la organización sindical, unirse
para defender sus intereses inmediatos: salarios, jornadas de trabajo, seguro
social, aguinaldo, utilidades, vacaciones y demás prestaciones que deben estar
contenidas en su contrato colectivo de trabajo. El sindicato es el instrumento
legal que tienen los trabajadores para exigirle al patrón respeto a sus
derechos laborales. Nuestra Constitución y la Ley Federal del Trabajo así lo
establecen. Los trabajadores deben crear sus propios sindicatos; si en la empresa
ya existe pero es un sindicato patronal deben unirse, luchar para sacudirse de
los charros y colocar al frente a líderes genuinos; o bien pueden adherirse a
un sindicato honrado y combativo, que ya exista, para que en verdad los organice,
los represente y los oriente en la lucha
por la defensa de sus derechos laborales. Sea en la forma que su realidad lo
permita, luchar organizadamente es el único camino.
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