Ulises Bracho
A
menudo se asiste al cine con la intención de ver una película comercial para conocer
lo nuevo de Hollywood, a los reciente superhéroes o consumir relatos ociosos.
Sin embargo, hay otro tipo de cine que se realiza con presupuesto limitado y
que, a diferencia del primero, se esfuerza en aportar un film de calidad a la
hora de transmitir historias, ideas y sentimientos. Este tipo de cine, dicho sea
de paso, se atreve a mostrar la realidad, a veces de manera cruda y
desgarradora que pocos se animan a ver. En este grupo se circunscriben las
películas de la mexicana Tatiana Huezo, una cineasta que ha trabajado por mucho
tiempo en el cine documental: El lugar
más pequeño y Tempestad, son algunos
de sus trabajos anteriores.
En su reciente película, Noche de fuego, estrenada a mediados de septiembre nos presenta un
film del género de ficción, no tan alejado de sus anteriores trabajos porque su
filmología es cortada por la misma tijera, es decir, los temas que aborda tienen
como fuente de inspiración la violencia, la impunidad, la migración, la pobreza
y el narcotráfico. ¿Un tema recurrente en cineastas del “cine independiente”?
Sin duda. Repasando un poco la memoria podemos encontrar dentro de esta línea
cintas como Heli de Amante Escalante,
La jaula de oro de Diego Quemada Díez
o Cómprame un revólver de Julio Hernández,
cuyos enfoques reproducen una gama de perspectivas de los problemas sociales
como la discriminación indígena, la violencia rapaz contra los inmigrantes
extranjeros que se ven orillados a atravesar el territorio mexicano para llegar
a Estados Unidos o los sangrientos saqueos del crimen organizado incluso contra
sus propios secuaces. Sin embargo, Tatiana Huezo nos ofrece una nueva mirada a
través de la cual retrata la violencia radical que sufren las mujeres en las poblaciones
marginadas de nuestro país a causa del narcotráfico.
La trama
cuenta la vida de tres niñas de una comunidad rural, situada en las entrañas de
la sierra, que se ven obligadas a cortarse el cabello, esconderse debajo de la
tierra, estar siempre alertas de cualquier ruido en la madrugada y vestirse de
niños para sobrevivir al rapto y la violencia del narcotráfico. Ambientada en una
comunidad apartada del desarrollo social, de los servicios de salud, educación,
comunicación y obras públicas; un lugar donde la mayoría de los hombres han emigrado
a Estados Unidos para trabajar, mientras el resto de la población se ve
sometida y obligada a laborar en las plantaciones de amapola del despiadado
crimen organizado. En este pueblo parecido a tantos de nuestro México lacerado,
son las mujeres con sus hijos quienes luchan día a día en medio de un futuro
casi imposible. Aunque la película se basó en la novela homónima de Jennifer
Clement “Plegarias por las robadas”, el argumento pareciera ser de una obra cinematográfica original.
No obstante,
duele saber que esta es una realidad que se vive en nuestro país donde suman en
este año más de 14 mil menores desaparecidos siendo las niñas y jóvenes las víctimas
más numerosas (El Economista, 2021); cuando hay más de 55.7 millones de
mexicanos en situación de pobreza (INEGI, 2021); mientras el desplazamiento
forzado por la violencia es actualmente de 13 mil 246 personas (El Financiero,
2021), y para colmo, hace apenas unas semanas en el diario Milenio se leía que
habitantes de al menos 13 comunidades serranas del municipio de Jerez en
Zacatecas, víctimas de la violencia provocada por la delincuencia organizada,
se desplazaron a lugares seguros en zonas urbanas del estado. Y como sucede en
la película de Tatiana Huezo, los zacatecanos de Ermita de los Correa fueron amenazados,
unos se registraron como desaparecidos y otros fueron obligados a reclutarse
para trabajar al servicio de los cárteles criminales.
La obra de Huezo está filmada bajo las
reglas del realismo social, crudo y al mismo tiempo sensible, como siguiendo el
hilo dramático de un documental. Pone en la palestra el tema de la mujer ante
la violencia asumida con angustia, incertidumbre y desolación brutal, presentes
en la vida de estas niñas. Y sin presentar alguna escena de violencia sexual
explícita o sangrienta, la directora seduce nuestra imaginación al recrear, a
través de sonidos e imágenes de sombras, escenas crueles más poderosas que una
imagen evidente. La película coloca ante nuestros ojos una realidad que no
podemos obviar: el control del cuerpo femenino en el territorio del narco,
derivado de la pobreza a la que se ven sometidas por un Estado que tolera la
violencia del crimen organizado al no brindar ni siquiera la más mínima
seguridad a la población, por el contrario, pactan y coexisten con ellos.
Finalmente,
hace unos días leí dos noticias que en mi opinión son importantes: la primera
es que Tatiana Huezo obtuvo una mención honorífica en el Festival de “Cannes
2021” con una triunfante ovación de diez minutos; y la segunda, que en el
Festival de Cine de San Sebastián celebrado este 25 de septiembre obtuvo el
premio a la mejor película latinoamericana. Estos reconocimientos demuestran
que el cine de Tatiana es como una ventana abierta donde podemos observar la
crudeza de los problemas sociales, provocándonos indignación por la situación a
la que se ven sometidas las lugareñas, empatía por el dolor que sufren las
víctimas y, sobre todo, nos conduce a una reflexión crítica acerca de nuestro
entorno, a no sentirnos ajenos a los problemas cotidianos de una sociedad
enferma, sabedores de que en cualquier momento uno puede verse inmerso en este
tipo de conflictos.
La obra de Tatiana Huazo es un monumento cinematográfico
que refleja el dolor de los desaparecidos, la inocencia devastada y los
mecanismos de poder que con violencia se ejercen contra la mujer en nuestro
país. Es la expresión de una realidad que supera la ficción.
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