lunes, 11 de octubre de 2021

NOCHE DE FUEGO: REALIDAD O FICCIÓN

 

Ulises Bracho

              A menudo se asiste al cine con la intención de ver una película comercial para conocer lo nuevo de Hollywood, a los reciente superhéroes o consumir relatos ociosos. Sin embargo, hay otro tipo de cine que se realiza con presupuesto limitado y que, a diferencia del primero, se esfuerza en aportar un film de calidad a la hora de transmitir historias, ideas y sentimientos. Este tipo de cine, dicho sea de paso, se atreve a mostrar la realidad, a veces de manera cruda y desgarradora que pocos se animan a ver. En este grupo se circunscriben las películas de la mexicana Tatiana Huezo, una cineasta que ha trabajado por mucho tiempo en el cine documental: El lugar más pequeño y Tempestad, son algunos de sus trabajos anteriores.

En su reciente película, Noche de fuego, estrenada a mediados de septiembre nos presenta un film del género de ficción, no tan alejado de sus anteriores trabajos porque su filmología es cortada por la misma tijera, es decir, los temas que aborda tienen como fuente de inspiración la violencia, la impunidad, la migración, la pobreza y el narcotráfico. ¿Un tema recurrente en cineastas del “cine independiente”? Sin duda. Repasando un poco la memoria podemos encontrar dentro de esta línea cintas como Heli de Amante Escalante, La jaula de oro de Diego Quemada Díez o Cómprame un revólver de Julio Hernández, cuyos enfoques reproducen una gama de perspectivas de los problemas sociales como la discriminación indígena, la violencia rapaz contra los inmigrantes extranjeros que se ven orillados a atravesar el territorio mexicano para llegar a Estados Unidos o los sangrientos saqueos del crimen organizado incluso contra sus propios secuaces. Sin embargo, Tatiana Huezo nos ofrece una nueva mirada a través de la cual retrata la violencia radical que sufren las mujeres en las poblaciones marginadas de nuestro país a causa del narcotráfico.

         La trama cuenta la vida de tres niñas de una comunidad rural, situada en las entrañas de la sierra, que se ven obligadas a cortarse el cabello, esconderse debajo de la tierra, estar siempre alertas de cualquier ruido en la madrugada y vestirse de niños para sobrevivir al rapto y la violencia del narcotráfico. Ambientada en una comunidad apartada del desarrollo social, de los servicios de salud, educación, comunicación y obras públicas; un lugar donde la mayoría de los hombres han emigrado a Estados Unidos para trabajar, mientras el resto de la población se ve sometida y obligada a laborar en las plantaciones de amapola del despiadado crimen organizado. En este pueblo parecido a tantos de nuestro México lacerado, son las mujeres con sus hijos quienes luchan día a día en medio de un futuro casi imposible. Aunque la película se basó en la novela homónima de Jennifer Clement “Plegarias por las robadas”, el argumento pareciera ser de una obra  cinematográfica original.

      No obstante, duele saber que esta es una realidad que se vive en nuestro país donde suman en este año más de 14 mil menores desaparecidos siendo las niñas y jóvenes las víctimas más numerosas (El Economista, 2021); cuando hay más de 55.7 millones de mexicanos en situación de pobreza (INEGI, 2021); mientras el desplazamiento forzado por la violencia es actualmente de 13 mil 246 personas (El Financiero, 2021), y para colmo, hace apenas unas semanas en el diario Milenio se leía que habitantes de al menos 13 comunidades serranas del municipio de Jerez en Zacatecas, víctimas de la violencia provocada por la delincuencia organizada, se desplazaron a lugares seguros en zonas urbanas del estado. Y como sucede en la película de Tatiana Huezo, los zacatecanos de Ermita de los Correa fueron amenazados, unos se registraron como desaparecidos y otros fueron obligados a reclutarse para trabajar al servicio de los cárteles criminales.

        La obra de Huezo está filmada bajo las reglas del realismo social, crudo y al mismo tiempo sensible, como siguiendo el hilo dramático de un documental. Pone en la palestra el tema de la mujer ante la violencia asumida con angustia,  incertidumbre y desolación brutal, presentes en la vida de estas niñas. Y sin presentar alguna escena de violencia sexual explícita o sangrienta, la directora seduce nuestra imaginación al recrear, a través de sonidos e imágenes de sombras, escenas crueles más poderosas que una imagen evidente. La película coloca ante nuestros ojos una realidad que no podemos obviar: el control del cuerpo femenino en el territorio del narco, derivado de la pobreza a la que se ven sometidas por un Estado que tolera la violencia del crimen organizado al no brindar ni siquiera la más mínima seguridad a la población, por el contrario, pactan y coexisten con ellos.

      Finalmente, hace unos días leí dos noticias que en mi opinión son importantes: la primera es que Tatiana Huezo obtuvo una mención honorífica en el Festival de “Cannes 2021” con una triunfante ovación de diez minutos; y la segunda, que en el Festival de Cine de San Sebastián celebrado este 25 de septiembre obtuvo el premio a la mejor película latinoamericana. Estos reconocimientos demuestran que el cine de Tatiana es como una ventana abierta donde podemos observar la crudeza de los problemas sociales, provocándonos indignación por la situación a la que se ven sometidas las lugareñas, empatía por el dolor que sufren las víctimas y, sobre todo, nos conduce a una reflexión crítica acerca de nuestro entorno, a no sentirnos ajenos a los problemas cotidianos de una sociedad enferma, sabedores de que en cualquier momento uno puede verse inmerso en este tipo de conflictos.

La obra de Tatiana Huazo es un monumento cinematográfico que refleja el dolor de los desaparecidos, la inocencia devastada y los mecanismos de poder que con violencia se ejercen contra la mujer en nuestro país. Es la expresión de una realidad que supera la ficción.

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