Rufino Córdova Torres
En
mi adolescencia viví en una ladera del cerro del Chiquihuite –lugar con
intensas vivencias y enseñanzas– de la hoy alcaldía Gustavo A. Madero, por lo
que procuro siempre estar atento de lo que acontece. No llegué allí por deseo
sino simplemente porque no había para pagar la renta de un modesto cuarto.
Allí fue
donde el Muga me ayudó a no quejarme cuando, para todo el día, solo te toca
café con bolillo, así como me preparó para las broncas, del tipo y en el lugar
donde ocurrieran. Me enseñó pues la visión del trabajador.
Por eso, al escuchar de la tragedia en el
Chiquihuite, creí que se repetía el suceso en el que un fragmento desprendido de
una enorme roca, hace varios años atrás, aplastó la casa de unos vecinos del
Barrio Alto. Esto generó mucho descontento y movilización para presionar a la
entonces Delegación por lo que después de muchos meses se efectuaron trabajos
de estabilización.
Empapado de datos más precisos, identifiqué el
rumbo y contacté a los conocidos por sí algo se ofrecía. Y una antigua amiga me
confirmó lo que en los siguientes días se ha conocido en la TV.
Platicamos largo por el celular pero las ideas
que comentamos del hecho concreto siempre aludieron a la situación nacional pues
también anda mal para todos los trabajadores.
—El asunto de fondo es el riesgo de la vida,
bienes y relaciones sociales de las personas en la Segunda y Tercera Sección de
la colonia Lázaro Cárdenas en Tlanepantla, estado de México. Todas ellas vieron
materializado su temor. Y es solo uno de los muchos desprendimientos que han
ocurrido pero que en estos días se dan a conocer en Internet y la TV, me dijo
Jessica un tanto molesta.
—Jessica insistió: Ya nos la sabíamos así que los
vecinos habían avisado, en días anteriores, la posibilidad del deslave y del
peligro. E incluso hay un video mostrando cascadas pues un día antes –en la
Tercera Sección– ya habían vivido los estragos de las lluvias y de un deslave. El
recorrido de Protección Civil, como en otros casos, detectó reblandecimiento
del suelo pero todo quedó en un “estaremos atentos” y no se hizo nada más.
—Con pesadumbre en la voz, en cierto punto de
la conversación, afirmó ella: ya viste lo que paso el 10 de septiembre de 2021,
la roca que se desprendió con más de 30 toneladas aplastó totalmente 4 casas, matando
a varias personas, pero más de 80 viviendas contiguas siguen en peligro de
sufrir igual destrucción y afectar de otro modo la vida de cientos de personas.
—Aquí yo distinguí cierto coraje en su voz pero
no me atreví a insistir en este punto.
—Como no quería dejar de hablar con Jessica le
dije lo que ella ya sabía: los de Protección Civil se presentaron durante el
día e iniciaron estudios de riesgo y trabajos de rescate. Pero ocuparon más de
180 horas de trabajo y muchos elementos de seguridad para estabilizar las rocas
de basalto y rescatar los cuerpos.
—Pero las palabras sonaron a disculpa y me
arrepentí de éstas pues regresó a mi mente los sucesos de la gran roca… y dije
para mi ahogado el niño, cierran el pozo.
—Jessica insistió para demostrar que las
autoridades no habían hecho lo mejor y agregó, con énfasis, algo que me dejó
helado: los vecinos del lugar se solidarizaron en los siguientes minutos pero a
la llegada de las autoridades se les contuvo y apartó de su espontaneo apoyo. ¿Tanto
se teme a la organización de los trabajadores donde surja ésta?
—Y mi antigua amiga arremetió: por lo que vemos
se harán algunos trabajos pero todo seguirá más o menos igual, es decir,
peligro para los vecinos que habitan aproximadamente a lo largo de 10
kilómetros.
—No hay duda para nosotros, dijo Jessica. La
autoridad reaccionó a destiempo, no previó ni dispuso de alerta que permitiera
a los vecinos anticipar la posible desgracia. Y teme como al demonio a la
organización de colonos que exija el cumplimiento de sus más elementales
deberes como servidores de la nación.
– Y todavía, con voz triste, Jessica subrayó:
mucha gente en las laderas del cerro creía que López Obrador –aunque fuese
poco– ayudaría a terminar con la incertidumbre en que han vivido durante años.
Pero no ha llegado, a pesar las afirmaciones de cambio por la 4T, la acción
para acabar con el riesgo de morir o perder lo poco que se ha construido debido
a la caída de rocas o deslaves de tierra.
Después de un rato, ambos coincidimos que lo
inmediato y urgente se había efectuado. Pero que prevalecía una condición a la
cual, los especialistas, denominan vulnerabilidad, es
decir, ante un posible riesgo: a) existe el factor de
peligro, en 10 kilómetros del cerro; b) no hay recursos materiales ni organización
de los trabajadores y colonos afectados; c) el municipio no cuenta con recursos
humanos capacitados para atender un futuro evento ni tampoco los vecinos; d) los
recursos de las autoridades para reponer los daños materiales son escasos debido
a la imprevisión de estos y e) la coordinación
de las autoridades entre sí con la población no existe o es muy escasa e
incluso es de desconfianza.
Así, Jessica me convenció acerca de que toda la
gente asentada en las faldas bajas del cerro del Chiquihuite todavía presenta
un alto grado de vulnerabilidad pues no se han estabilizado rocas y taludes ni
canalizado correctamente las bajadas de agua y, lo peor, las autoridades responsables
—olvidando lo urgente y necesario— son incapaces pues han destinado recursos materiales
a obras faraónicas o dadivas que aseguren votos.
No queda de otra –aceptamos ambos– así como, en
su momento, se introdujo el drenaje y se pavimentaron las calles gracias a la
conciencia y organización de los vecinos y trabajadores, hoy es tiempo de regresar
a lo que ha sido efectivo: la organización del pueblo y los trabajadores para
exigir que se atiendan realmente, en los hechos, nuestras necesidades y no solo
se hable de éstas.
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